Prólogo

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—Papi.

—¿Si?

—¿Por qué sigues con mamá?

Se dedicó a observar sus expresiones: cómo fruncía el ceño, como lo miraba y volvía al plato, cuando suspiraba y usaba la mano para torca la barba limpia y rasurada. Actuaba muy bien, hacía creer que estaba pensando, pero no lo hacía.

Le molestaba que le preguntaran cosas, especialmente su hijo.

No sabía qué palabras usaría, pero sabía en qué dirección apuntaban.

Nunca lo verá como un hombre al igual que su mamá, ambos decían que confiaban en él, pero cuando iba al mercado lo cuestionaban, diciendo que le habían visto la cara o que se había quedado con parte del cambio, todas las veces sin excepción

Ya estaba a punto de responder; ya había dejado el cubierto en el plato.

—Cuando seas grande, lo entenderás.

—Papá, tengo cuarenta y nueve años.

—Y pasarán diez más, o veinte, y no madurarás —se levantó de la silla y lo miró decepcionado—. No importa si llegas a los cien años, no importa cuánto pase, solo tu carne madura.

No esperaba esa respuesta.

¿Por qué estoy aquí? ¿Por qué sigo aquí?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora