Capítulo 4: Ratas

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Antes de entrar a su edificio, recordó a su jefe y las palabras de Gerardo, y pensó que lo despedirían. Miró hacia la universidad y cruzó la avenida con una mueca. Un auto casi lo atropella, y el conductor lo insultó, pero él no tuvo reacción; sus ojos estaban puestos en las universitarias y a sus ropas tan cortas, a pesar del frío.

El gusto se le apagó al ver a todos los alumnos entrando y saliendo del campus; la hora coincidía con el intercambio entre clases. El tráfico comenzó a congestionarse, las bocinas lo alteraron, y se apresuró para entrar.

Gracias a la multitud que entraba y salía, logró colarse sin mostrar la credencial que estaba en su departamento.

Las sillas de la recepción estaban llenas, y el personal de atención a alumnos entraba y salía constantemente de las oficinas de la derecha. Al fondo se escuchaba un murmullo caótico de voces, gritos y conversaciones.

Guillermo comenzaba a desesperarse con todo el ruido y la gente pasando por todos lados, así que se dirigió a la izquierda, a las oficinas de cristal para buscar a Maldonado. En una de las más pequeñas leyó: Lic. Diego Maldonado – Administración del Campus. Estaba vacía. Se estresó más y, con su típico paso, volvió a la barra de la recepción.

—Hey, ¿dónde está Maldonado? —dijo Guillermo, arrebatado a la recepcionista.

—¡Buenas tardes! ¿Tiene cita con el Licenciado?

—Me llamó hace unos minut... —Guillermo miró la hora en su teléfono: eran las cinco veinte.

—¿Cómo pasó...? —murmuró, con la expresión atónita oculta tras los lentes oscuros.

—¿Guillermo Herrera? —preguntó la recepcionista, con una mueca de asco.

—Él mismo.

—Llegas dos horas tarde. El licenciado está en una junta con el personal de seguridad.

—No es cierto, fue hace unos minutos —dijo, desviando la mirada y parándose con aires de superioridad.

—Tendrás que esperarlo.

—¿Cuánto?

—Lo que haga falta, niño. Ve y espera afuera de su oficina.

—Vieja pelada —dijo para que ella lo escuchara, y se alejó a pasos largos y cómicos hacia la oficina. Creía se veía imponente caminando así, pero la realidad era que se veía ridículo y casi se cae por lo largos que eran sus pasos.

No había sillas disponibles, así que caminó de un lado a otro como animal encerrado, sumergido en sus pensamientos. Odiaba que otros desperdiciaran su valioso tiempo.

De a poco, un grupo de alumnos comenzó a formarse, discutían con un coordinador. Guillermo vio las expresiones molestas de los alumnos y se acercó disimuladamente para escuchar.

—¡El pinche profesor puso puras cosas que no enseñó!

—¡Su pinche guía ni siquiera la terminó de resolver y no venía ninguna de las preguntas en el examen!

—Jóvenes —dijo el señor delgado con un par de cabellos largos luchando por cubrir su calvicie—. Deben de ser más respetuosos con el profesor Mendoza. Fue elegido por la junta para...

—¡Estamos pagando por la perra educación y ese viejo nunca da bien las clases!

—¡Ni que estuviera tan barata la mensualidad!

—Jóvenes, tienen que revisar este tema con el profesor. Él sigue el programa de la escuela al pie de la letra.

—¿¡Cuál pie de la letra!? El pendejo se la vive hablando de su vida, y ya le dijimos que la guía que dio no tiene nada que ver con lo que venía en el examen.

¿Por qué estoy aquí? ¿Por qué sigo aquí?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora