Capítulo 19: Días de escuela P.5

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Guillermo se despertó una hora antes, con el cuerpo adolorido y el alma cargada de pesar. Intentó volver a dormir, pero su cabeza daba vueltas; deseaba con todas sus fuerzas no tener que ir a esa escuela.

Miraba el reloj, sintiéndose atormentado. Se quedó con los brazos extendidos hacia el techo, escuchando su respiración. Sentía la cama fría, la almohada con sus grumos, el aire encerrado de la habitación, el cansancio de los ojos, la presión en el pecho.

De pronto, un pequeño alivio se coló en su mente. Ana apareció en su imaginación, con una sonrisa amplia y ojos que podrían remplazar un atardecer anaranjado y despejado, con vientos suaves acariciándole el rostro. Cerró los ojos y sonrió sutilmente.

—Ana... —murmuró.

Se imaginó acariciando su rostro, pasando su oscuro cabello entre sus dedos, rozando sus labios con la punta de los dedos. Era tan real que casi pudo sentir su respiración.

—Oh...

Guillermo se levantó de golpe, con la respiración acelerada.

—¡Llevo casi diez minutos intentado despertarte! —dijo su madre, con alivio después de la tormenta—. ¿Desde cuando tienes el sueño tan pesado?

Guillermo quiso responder, pero se aferró a la imagen de Ana, que se volvía cada vez más borrosa. Su madre le tocó la frente con preocupación.

—¿Te duele algo? Te ves mal. Si quieres, quédate y descansa hoy...

—¡NO! —gritó Guillermo, casi histérico—. Q-q-quiero decir... Me siento bien, ma, no te preocupes. Me desvelé estudiando.

Su madre lo miró con el ceño fruncido, confundida, pero al final se limitó a decir en tono molesto:

—Pues vístete rápido —dijo y se dirigió a la cocina.

Guillermo se apresuró, mientras se colocaba el pantalón y la camisa, buscaba a Ana en su mente. Verla le daba esperanzas; aunque sentía que estaba mal aferrarse a esa imagen, era lo único que le iluminaba un poco el corazón. No quería sentirse abandonado.

Desayunó, preparó sus cosas, y antes de salir para abrir el zaguán, sintió una brisa fría en su espalda. Se giró hacia su habitación, con la mirada fija en la puerta, se veía más oscura de la normal. Un par de cabellos dorados se asomaron.

—¡Guillermo, apúrate! —gritó su madre desde el auto.

Guillermo se quedó inmóvil, queriendo esperar un poco más, como si presintiera que algo estaba a punto de pasar.

—Oh... —se escuchó un largo susurro, acompañado de un frío inexplicable que le caló hasta los huesos.

Sacudido por el escalofrío, Guillermo se apresuró y se dirigieron rumbo a la escuela. Durante el trayecto, se perdió en sus pensamientos con Ana: Una familia, una casa en la playa y un trabajo que amaba, aunque ni él sabía cuál era. Cada imagen se sentía tan real, tan posible, que su corazón latía con una mezcla de esperanza y desesperación.

Miraba a su madre de reojo con resentimiento, como si su presencia fuese un obstáculo inevitable. Ella es la que me frena...

—¿Dijiste algo? —su madre lo miró de reojo con una ligera preocupación.

Guillermo cambió su postura a una más indiferente y desvió la mirada hacia la ventana.

—No... Me estaba estirando.

Cuando la escuela apareció en el horizonte, se sintió casi aliviado. Las ganas de ver a Ana lo llenaron de una alegría inexplicable. Apenas el coche se detuvo frente a la entrada, Guillermo salió disparado sin mirar atrás, dejando a su madre con una mirada triste y pensativa. Ella suspiró suavemente, apretando el volante con un gesto de resignación, mientras un hombre con chaleco de tránsito le hizo señas para que se moviera.

¿Por qué estoy aquí? ¿Por qué sigo aquí?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora