Capítulo 24: El último caldo

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            —¿Si nos vamos a aventar así hasta navidad? —preguntó Edelia con asco—. Huele bien ojete aquí dentro, y me da asco pensar que el pendejo del Raúl se vomitó en las otras...

—Ya, ya, no chille —interrumpió Raúl, molesto—. Ya las limpié, y prometimos que la seguiríamos. Ya falta poco.

—No mames —dijo Ramiro, agotado—. Es un chingo, me duele la cabeza y ya casi no hay botellas. Ya hay que dejarla aquí...

—No, no, ¿cómo creen? —interrumpió Sergio, apresurado—. El Raúl tiene razón, lo prometimos. Somos amigos, ¿o no?

Sergio lanzó una mirada a Edelia, como si quisiera que ella apoyara lo dicho. Ramiro lo notó y la duda se apoderó de él, mientras que Sebastián, con los brazos cruzados, observaba la escena detenidamente hasta que dijo:

—No vamos a aguantar. Hay que repartir las botellas y cada quién a su casa. Quiero ir a ver si mi mamá está bien...

—Si, mejor vámonos —dijo Ramiro, apresurado, mientras levantaba su chaleco y buscaba sus cosas.

Edelia se quedó paralizada, sin saber que decir o hacer. Buscaba discretamente los ojos de Sergio, como si necesitara alguna señal. Sergio, en silencio, estaba pensando en cómo hacer que todos se quedaran, pero antes de que pudiera hablar, Raúl intervino:

—A la chingada entonces, pero yo me quedo aquí con el chupe.

—¡No digas mamadas! —gritó Ramiro, molesto—. Es de todos, toca repartir y cada quién que...

—Reparte esta —interrumpió Raúl, molesto, haciendo un gesto obsceno—. El chupe lo conseguimos para pasarla AQUÍ, no era para sus casitas. A parte que ni costó nada, no les afecta.

Sergio sonrió con satisfacción y se dejó caer a la silla de forma que todos lo vieran. Abrió una botella y bebió directamente de la boquilla. —Ya oyeron, si se van, nosotros nos las terminamos.

—A chinga —dijo Ramiro, indignado.

—Quédenselas —dijo Sebastián, con la mirada fija en Sergio—. No necesitamos...

—Pues me quedo —interrumpió Ramiro, desafiante—. No se van a quedar con todo el chupe.

Ramiro dejó caer sus cosas, fue por una botella y comenzó a beber sin vergüenza. Edelia quiso seguir el ritmo, tomó una botella con desagrado, pero Sergio le hizo una señal sutil que nadie más vio para que no tomara.

Durante la noche, Sergio se encargó de embriagar a Raúl, Ramiro y hasta a Sebastián. Los convenció de que él también estaba borracho, tan bien lo hizo que hasta Edelia creyó que había bebido más de la cuenta, aunque apenas tocó la botella.

Sergio logró que los tres acabaran vomitados, desorientados y de la peor forma posible. Una vez que consiguió lo que quería, tomó a Edelia del brazo y salieron del edificio.

—¡Espera! —le gritó Edelia, deteniéndose una vez fuera del edificio—. ¿Y si preguntan por...?

Sergio le plantó un beso y, con tono despreocupado, le dijo: —Que pregunten lo que quieran esos pendejos.

Sergio la abrazó y caminaron hacia otro edificio. Edelia miró hacia atrás mientras avanzaba insegura bajo el brazo de Sergio.

La noche transcurrió tranquila dentro del campus, el silencio en cada esquina era imperturbable, pero el ambiente se sentía pesado. El día amaneció nublado, y el frío se aferraba a cada rincón.

¿Por qué estoy aquí? ¿Por qué sigo aquí?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora