Capítulo 7: Pensamientos ocultos.

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Guillermo se despertó del sueño con los ojos hinchados, tranquilo y descansado, aunque un poco lastimado por haber dormido en el suelo. Se levantó y buscó su celular, pero no tenía pila. Aún había un poco de luz del sol, y supo que todavía no era hora de ir a trabajar. Cargó su teléfono en el buró, tomó su espejo y se miró; estaba calvo y el color de la piel se veía mejor, así que sonrió sutilmente. Dejó el espejo de nuevo en su cajón y caminó hacia una columna cerca de la ventana, donde se sentó. Se miró las manos y se dejó envolver por el sonido de las persianas chocando entre sí por la brisa del viento.

Recordó a detalle el sueño que tuvo con Rosa y se sintió nostálgico. Una imagen apareció en su cabeza: él de pequeño, en la playa, corriendo hacia Rosa, quien lo cargó y lo elevó con sus brazos bajo la tenue luz amarilla del atardecer.

El tiempo pasó sin perdón. Miró por la ventana; estaba oscuro. Revisó el teléfono: ocho treinta y dos. Suspiró, tranquilo y sin preocupaciones, y buscó otro juego de ropa en su closet. Tomó una playera café, un pantalón de mezclilla, una sudadera verde y unos tenis negros. Tenía ganas de salir y caminar un poco antes de entrar a la universidad.

Tomó sus audífonos y su teléfono, y salió tranquilo de su departamento. Abajo estaba Don Pancho, quien, al verlo, desvió la mirada. Guillermo caminó hasta la entrada sin gesto alguno, como si no hubiera dicho nada al señor.

—Señor Guillermo —dijo Don Pancho, aclarándose la voz—. Eh, el lunes entrego el edificio. Mañana vendrán a sacar todo; le recomiendo que busque un nuevo sitio.

No respondió nada y salió del edificio. Miró hacia la universidad y vio a Ramiro con el perro. Ramiro lo vio y lo saludó con la mano. Guillermo pensó unos segundo, y cuando devolvió el saludo, observó que Ramiro estaba atento a las personas que estaban entrando.

Caminó sobre la banqueta y miró una calle a la izquierda; tenían poca iluminación y continuó hasta que llegó a otra aún más oscura. La miró unos instantes y escuchó un ruido que lo alertó. Un gato pasó como un rayo y Guillermo se exalto unos segundos. Dio un par de pasos, y antes de dejar la calle, un viento frío le sopló en la nuca. Un silencio funeral se hizo presente; sentía algo detrás suyo y temió voltear. Se quedó parado en el mismo sitio, con los ojos cerrados, luchando por voltear.

Con la cabeza hacia abajo y en un movimiento, se dio la vuelta; no había nada. Caminó para echar un vistazo a la calle; a cada paso sentía más frío y el viento soplaba con más fuerza.

Se detuvo para observar la calle. De algún modo, sintió que los faroles se apagaban a cada segundo. Parpadeó con rapidez y se talló los ojos por lo que estaba presenciando; algo dentro de él surgió con una urgencia. Sintió incomodidad y sus pies se alejaron de la calle.

Una sombra pasó por el suelo y echó a correr por la banqueta en dirección a su edificio. No pasa nada, no pasa nada. Se detuvo y volteó a la calle.

Frente a él se encontraba la silueta oscura incapaz de reflejar la luz, y cayo de espalda. Se arrastró para alejarse de ella. La silueta lo seguía a la misma rapidez.

—¡Lárgate! —gritó, se puso de pie y cruzó la avenida para llegar a la universidad.

Miraba a todas direcciones para confirmar que la silueta no estuviera; en un descuido, chocó con Edelia, y se le cayó un paquete de seis cervezas que tenía bien escondidas en una chamarra.

—¡Fíjate p...! —Se detuvo para observarlo—. Oh, Guillermo, mira por dónde caminas, ya chingaste dos cervezas.

Guillermo continuó revisando y miró a Edelia en el suelo.

—¿Al menos me puedes ayudar a recoger mi bebida?

—S-si, lo siento. Alguien me sigue —dijo con voz temblorosa.

¿Por qué estoy aquí? ¿Por qué sigo aquí?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora