Toalla

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Número de palabras: 432

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Richard Williams, 50 años. Homicidio múltiple.

Lestrade ojeaba los informes del último caso que le habían entregado. Seguramente tendría que llamar a Sherlock (por mucho que le molestara hacerlo), puesto que el caso no tenía ningún tipo de sentido: un hombre de 50 años, que había ganado la lotería hacía pocas semanas, se había disparado en la cabeza después de prenderle fuego vivos a sus dos hijos y haber asfixiado a su mujer con una almohada.

Sin testigos. Sin pruebas. Sin amenazas. Sin cómplices.

Sin respuestas.

—Amor —le llamó una voz desde atrás. Greg giró la cabeza, manteniendo su cuerpo sentado en el sofá del comedor, para ver a Mycroft asomado tras la puerta del baño con los hombros cubiertos de pequeñas gotas que delataban que había terminado de ducharse—. ¿Podrías pasarme la toalla, por favor?

Greg se giró para seguir la dirección que su dedo señalaba, encontrando la toalla deseada encima del respaldo de la silla que tenía justo frente a sí, delante de la mesilla del comedor. Volvió a girar la cabeza hacia su pareja y con una sonrisa pícara respondió:

—¿Por qué no vienes tú a por ella?

Mycroft puso los ojos en blanco y emitió un leve refunfuño, pero no tardó en abrir la puerta en su totalidad, mostrando su cuerpo desnudo. El inspector soltó un suspiro satisfecho mientras seguía con interés el cuerpo de su pareja moviéndose a lo largo de todo el pasillo que les separaba. Su piel resplandecía debido a las pequeñas gotitas de agua que predominaban en sus hombros y cuello.

Cuando al fin llegó hasta la mesa, dando la espalda a Greg, éste apartó los informes a un lado y se inclinó hacia adelante para golpear con prudencia el pálido trasero, provocando un pequeño enrojecimiento en dicha zona y el gemido de Mycroft. Éste se dio la vuelta, toalla en mano, mientras se masajeaba el glúteo.

—Lo sabía —se quejó.

—Está muy bueno, señor Holmes —respondió Lestrade, relamiéndose.

Las mejillas de su pareja se tiñeron de un potente rojo al instante.

—¿Quizás quieras reconsiderar aquello que me dijiste sobre "sin amenazas"? —le dijo, irónico, Mycroft señalando los papeles que había apartado a un lado.

El inspector esbozó una pequeña sonrisa ante el desesperado intento de su pareja por ocultar su vergüenza.

—¿Alguna propuesta? —preguntó.

—Conozco a los hijos, Henry y Edward Williams —respondió el funcionario—, vinculados con grupos supremacistas blancos a los que les vendría muy bien una financiación extra.

—Gracias, señor Holmes —sonrió pícaramente Lestrade—, lo investigaré.

Sin decir más, permitió que Mycroft regresara al baño, secándose el pelo con la toalla.

Drabbles MystradeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora