Su llegada a Nueva York fue cuando apenas era un niño de diez años.
La familia Theerapanyakul se vio obligada a mudarse a la Gran Manzana por políticas de su propio monopolio. Eso y por, a pesar de que su padre se esmerara en decir lo contrario; la repentina muerte de su madre. Ni siquiera habían pasado dos semanas desde el funeral cuando el pequeño Alfa ya se encontraba atrapado en lo que se suponía que terminaría siendo su nuevo hogar junto a su hermano menor y niñeras que, al parecer, hacían un pésimo trabajo para vigilarlos. Tomando en consideración que Vegas lograba escaparse del condominio cuando se le diera en gana.
Y, aquella tarde lluviosa y húmeda en medio del verano, no fue la excepción.
Los sentimientos que cargaba el pequeño Alfa eran complicados.
Enojo, tristeza, cansancio, miedo y frustración desbordaban con cada paso que daba fuera. Tenía que mantenerse fuerte por su hermano menor, pero el peso de asimilar la perdida de su madre a tan temprana edad era demasiado para ignorarlo como lo hacia su padre. Quien, a duras penas, se atrevía a dirigirles la mirada a sus propios hijos.
Sentía un ahogo minuto con minuto. Segundo con segundo. Y los días se volvían cada vez más insoportables.
Hasta que lo conoció.
Hasta que, después de mucho tiempo, sintió que quizás no todo era tan malo, después de todo.
El pequeño Omega llevaba un paraguas color amarillo que lo resguardada de la lluvia, mientras que Vegas se aferraba al columpio del viejo parque de uno de los vecindarios por los que solía deambular tras escaparse de sus niñeras. El pequeño lo miraba fijamente, con mucha atención y los ojos bien abiertos mientras que todo el cuerpo de Vegas goteaba a cantaros. El Alfa no dijo nada en particular, solo esperaba que aquel raro entrometido se largara de una buena vez y lo dejara solo; pero, en cambio...
—¿Te gusta la lluvia? —Le preguntó repentinamente con voz amable—. ¿Por eso no llevas paraguas?
Vegas frunció el ceño al instante.
—... ¿Qué?
—La lluvia —repitió el Omega con inocencia y curiosidad honesta, señalando las gotas de agua que caían alrededor suyo—. ¿Te gusta?
El Alfa no supo muy bien por qué lo hizo, pero siguió con la mirada todo punto que el Omega indicaba. Y para su sorpresa, se encontró a sí mismo respondiendo...
—... No, no realmente.
De inmediato, el Omega era ahora quien lo miraba con el entrecejo fruncido y como si estuviese loco.
—Entonces, ¡¿por qué no llevas paraguas?!
Vegas no sabía adonde iba aquella torpe conversación; pero, por alguna razón u otra, le era imposible ignorar al niño frente a él. Quizás era por su estatura un poco más alta que la suya o por lo exagerada que se estaba volviendo su manera de hablar; más expresiva e ingenua. Muy diferente a la que Vegas se obligaba a utilizar alrededor de su padre u otros adultos; siempre formal y muy ortodoxa para alguien de su edad.
—¿Lo olvidaste en casa? —Siguió cuestionándolo con una velocidad que no le daba la más mínima oportunidad al Alfa de responder—. ¿Dónde vives? No pareces ser de este vecindario. Yo conozco a todos los que viven aquí y no recuerdo haberte visto antes. ¿Te acabas de mudar? ¿Vives con tu padres? Yo vivo con mis abuelos, nunca conocí a mis padres. Mi abuela compra una galletas deliciosas de chocolate, pero solo me deja comer una al día. Siempre me regaña cuando me atrapa tomando más de una de la alacena. Deberías de probarlas, estoy seguro de que te gustaran. Pero tendrá que ser después de la hora de su novela, siempre duerme después de...
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El Encanto de la Bestia [VegasPete]
Short StoryTras años de su captura, el asesino serial Vegas Theerapanyakul acepta cooperar con la policía de Nueva York para atrapar a un posible imitador de sus delitos más escalofriantes bajo la condición de trabajar junto al Dtve. Pete Saenghtam, quien no s...