Capítulo 5

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Spitalfields… La colonia de los inmigrantes. Miller’s Court: Un conjunto de edificios maltrecho como todos, pero hasta cierto punto “habitable”.

—¡¿Enloqueciste, Marion?! ¡De todos los lugares habidos y por haber en esta podrida ciudad…! ¿En serio? ¿Whitechapel? ¿El Blackwall? No eres nueva aquí. Sabes exactamente lo que significa eso… Pe—pero… es que no comprendo… con lo inteligente y pura que eres… ¿qué significa esto, hija? No puede ser otra cosa que se te ha ido algún cabo del cerebro… Vamos a comenzar por lo visible: Es un lugar asqueroso, podrido… Literal y figurativamente podrido. Insano para una muchacha tan cuidada y aseada como tú. Ahora, vamos por lo social: Whitechapel, querida, no es un distrito… ¡No, qué va a ser! No es un distrito de Londres… ¡El vertedero de Londres! Eso le pega más. Ahí ya no se puede diferenciar a un humano de un demonio. Y en último lugar… ¿Acaso quieres contaminarte? No confundas tu inocencia con una temeridad incauta… Se puede ser un cisne entre cuervos, pero está mal tentar a la suerte… Encontremos otra forma, Marion… Tal vez tarde un poco, pero podremos. Es cierto que ahora somos más bocas en esta casa, pero prefiero que tengas una boca, un rostro y un cuerpo que todavía cree en las bondades de la honradez, en lugar de que corras el diario riesgo de ser arrastrada hacia la podredumbre de ese vertedero…

De verdad que comprendía la angustia de Ben. No estaba ajena a sus palabras. Nunca lo estuve… Pero él no fue el primero que me advirtió sobre ese barrio criminal. Antes lo dije: Mi esposo es la persona más inteligente que he conocido.

“Jamás debes vivir en Whitechapel… Ni siquiera como última opción”

¿Lo recuerda, Abel?
Yo nunca lo olvidé. Solo que malinterpreté… o mejor dicho, interpreté a mi conveniencia aquello de “Ni siquiera como última opción”. No debí juzgar a mi amigo. Él había estado allí. Él creció allí. Sabía lo que daba el barrio. Sabía que no era algo con lo que se podía jugar. Ni siquiera la corta edad que tenía hizo mella en su consideración sobre Whitechapel. Siempre estuvo claro de que una persona que deseara salvarse de la locura, no debía bajo ningún concepto vivir en Whitechapel, ni siquiera como última opción.

—Escucha, Mary…—me dijo Johan en una ocasión (por cierto, él acostumbraba a llamarme Mary en lugar de Marion)—… Una estrategia de los proxenetas y los delincuentes de Whitechapel es bajar el precio a los alquileres de hostales. De esta manera, se aprovechan de las mujeres y los desahuciados, o aquellos que quieren pasar un tiempo de forma barata. Por supuesto, su interés no es proporcionar un techo a los menos favorecidos económicamente… Lo que desean es crear un negocio. Atraer a personas y convertirlas en criminales. Mujeres y niñas en prostitutas… Hombres en ladrones asalariados por un patibulario en jefe. El flujo de dinero sucio se mantiene circulando, y más víctimas caen en el proceso…

Y como yo no iba a formar parte del negocio, ni del proceso…

Mi error fue creer que, en efecto, no me quedaba más opción. O al contrario, que había una opción aún más ulterior. En el fondo, mi mente solo se repetía: “Él vivió aquí… Y se mantuvo puro… Yo también puedo hacerlo”

—Solo será temporal… Solo será por unos meses. Encontraré otro lugar, lejos del distrito. Le prometo, Ben, que será por menos de un año.

Sí, Abel. Así mismo como usted ha dicho en voz baja… Acerté… Realmente, duró menos de un año. Pero no como yo lo esperaba.

—Permíteme ofrecerte un trabajo en mi librería. Te pagaré bien, y no acepto un no por respuesta.— ordenó Ben, para que no quedara como una sugerencia o una petición.— Y que sepas que me importa un bledo la distancia entre Islington y Whitechapel. Considéralo una remuneración y esfuerzo de tu parte para sanar este pobre corazón, ya que no me quieres escuchar…

Por razones obvias, acepté el nuevo trabajo. Mi destino era estar rodeada de libros.

Whitechapel no me recibió con los brazos abiertos. De hecho, entré de la manera más furtiva posible, para que ningún negociante de esos que advertía Johan se diera cuenta de mi presencia. Hoy, es uno de los motivos por los cuales, Abel, yo puedo ser “nadie”…

Y sucedió una mañana de marzo, cuando finalmente me estaba acostumbrando a este nuevo estilo en la librería.
Los clientes leían concentrados y debatían sobre si la poesía de Milton, la alegoría de Bunyan o la novela de Dostoievski. Se me mezclaron aquella mañana la curiosidad de Adán sobre el equipaje del pelegrino y el duelo filosófico—psicológico del desafortunado Raskólnikov y el detective Petróvich… Un cóctel extremadamente bueno para mover las neuronas sin morir en el proceso, y sobre todo: Mantenerse lúcido para seguir viviendo en Whitechapel sin corromperse.

Entonces los clientes advirtieron sobre una escena desagradable en la calle. Al parecer, justo frente a la librería, un hombre amenazaba con matar a golpes a una mujer. En Whitechapel aquello era el pan nuestro de cada día. Pero en la tranquila calle donde mi pobre benefactor tenía su librería, era un escándalo. Mi nivel de compromiso con la miseria humana es encomiable, ¿no le parece? Pero justo este pequeño acontecimiento fue el que desencadenó los eventos que ocurrieron en los posteriores meses de mi vida. Sigo diciendo que no me arrepiento. Puse un pie fuera de la librería, y en medio de la calle, en una mañana nublada de marzo, la vi:

Estaba de espaldas, con los brazos cruzados, estática, casi provocativa, sobre todo por el hecho de mantenerse fría e inmutable frente al hombre que palmoteaba y profería amenazas en su cara. Era alta, esbelta, delgada pero proporcionada. Su cabello rojo estaba perfectamente rizado en hermosos caracoles brillantes. Era una mujer de unos veintitantos años y una apariencia calmada. Vestía de un color verde oscuro… Sí que era una hermosa manera de vestirse la suya. Era tan elegante y pulcra como aquella hija mayor que se mudó a Norteamérica. Sin embargo, algo me inquietó repentinamente, y no tardé mucho para descubrir lo que era. Recuerdo que mi primer pensamiento al verla fue lo evidente:

“Es como verme a mí misma, de espaldas”

Ella, cual si tuviese la capacidad de escuchar mis pensamientos a distancia, volteó la mirada hacia mí. Cuando sus ojos azules se dieron cuenta de que otra pelirroja también se había fijado en ella, la mujer me sonrió. Creo que supo de inmediato, que por muy parecidas que pudiéramos ser, ella y yo éramos dos gotas de agua y aceite.

Su postura y su actitud eran frías, pero sus ojos y su sonrisa me pedían ayuda.
Con los brazos cruzados, dejó de mirarme.

Así fue como conocí a Valerie.


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¿Un capítulo un poquito más corto, no?
Vamos a ir presentando personajes 😁 o al menos, mi representación gráfica de ellos.
Aquí va la ficha de mi querida/odiada protagonista:

Nombre: Marion Joanne Kirbey/ Dickson
Edad: 27 (prólogo), 24 (en este transcurso de la historia)
Estatura: 5.77 pies/ 1.76 metros
Peso: 121 lb/ 55 kg
Rasgo más llamativo: Cabello rojo
¿Qué es lo que más me gusta de ella?: Perseverancia
¿Qué no me gusta tanto?: Demasiado moralista y estricta... Por ahora

Representación

Representación

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Valerie (o La epopeya de la sanguijuela)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora