Capítulo 7

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La conocí en marzo de 1888, mientras me concentraba en mis propios problemas. Mientras tenía que lidiar con un nuevo aniversario de la muerte de mi mejor amigo. Ella me hizo perder la concentración, y a pesar de permanecer indiferente al hombre que amenazaba con golpearla, sentí cómo su fría expresión pedía a gritos para que su alma fuera salvada.

Cuando la vi, me vi a mí misma…

…solo que haciendo algo que jamás sería capaz de hacer.

Y ella era Valerie.

Es curioso cómo nunca supe su apellido. Creo que no fue necesario. Tal vez algunos… o muchos… tomen como una imprudencia y una temeridad de mi parte el establecer contacto con una criatura que respiraba peligro, y ni siquiera saber quién es. Pero no me importó. Valerie “a secas” era una prostituta, en efecto. Su cliente insatisfecho, su frialdad ante la vida, su falta de cuidado hacia su propio cuerpo, su hermoso traje verde contrastando con un cabello rojo fuego… Cada pista de su primera presentación inducía a una joven de pasado complejo y futuro incierto. Y aquí estaba yo: La viudita irlandesa entrometida que ahora llegaba a su presente.

Valerie entró en la librería. La guie hacia una mesa, pretendiendo ofrecerle un poco de chocolate caliente. No podía dar crédito a lo que mis ojos veían. Francamente, me sentí culpable sobremanera por lo que transitaba en mi cabeza: Como quien está frente a un espécimen extraño, me puse a examinarla de la coronilla a los talones… No era que la viese como animal de zoológico… Para mí era como tener a la reina delante… (Procure que la reina no se entere de que acabo de compararla con una meretriz). Incluso sabiendo el oficio pecaminoso de la mujer llamada Valerie, sentía como desprendía a borbotones una esencia a elegancia, a delicadeza, a femineidad.

Valerie alzó sus ojos azules hacia mí y mostró una sonrisa un poco burlona:

—Si me sigues mirando de esa manera—dijo—… Inferiré dos cosas: O que tienes problemas maritales y quieres consejos de alcoba, o que eres tan puritana que no entiendes cómo las criaturas como yo podemos respirar… En cualquier caso, veo que mi condición despierta una determinada dosis de curiosidad en ti.

Sacudí la cabeza y me senté frente a ella.

—No quería… Lo lamento muchísimo.

—¡Pues yo no!— exclamó riendo— En esta conversación el espécimen rarito serías tú… ¡Vaya la cara que tenías hablando con el pobre Luke! Pensé que iba a salir una catarata de sangre de tu nariz de un momento a otro… Desearía haber tenido un tomate en las manos para haberlo puesto junto a tu rostro. Solo un experto notaría las diferencias… ¡Qué simpática eres!

Tuve que reírme. Aquella joven al final resultaba ser más cálida de lo que aparentaba.

—No me estoy burlando de ti, querida—se apresuró a decirme— ¡Todo lo contrario! Es que jamás había visto a una dama personarse en mi defensa. Las únicas señoras que me salen al paso son las esposas de los clientes cuando se enteran de sus andanzas conmigo… ¡Ah! ¡Pero si te estás sonrojando otra vez! Increíble. En pleno Londres… Creo que te escapaste del jardín del Edén.

—Está exagerando, señorita Valerie—le dije—…Admito que no se me dan bien estos temas… pero no se preocupe, que yo también soy culpable de la manzana.

—Y bien… ¿Consejos de alcoba, entonces?

Abrí tanto los ojos que sentía que salían de su lugar.

—¡Oh, no, qué va!

—No te preocupes. En gratitud solo muéstrame a tu marido y será el único intocable de Londres…— dijo Valerie guiñando el ojo izquierdo.

Valerie (o La epopeya de la sanguijuela)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora