Capítulo 10

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Advertencia:

El siguiente capítulo incluye descripciones sobre actos de violencia y ab*s0 a las mujeres, los cuales pueden herir la sensibilidad de algunos lectores.
Procedan con discreción.

—¡No son horas de llegar, chiquilla!—exclamó Ben en cuanto me vio.

Eran casi las once cuando llegamos mi maestra Liza y yo a la librería. Me vi en la necesidad de invitarla, aunque más que una necesidad era para mí un verdadero placer que mi antigua tutora viniera a quedarse y conversar por unos instantes conmigo.

La presenté a Ben, quien sonrió de inmediato al verla. Él no la conocía, salvo por las cartas de mi suegro, y porque ella era –en cierta medida— una figura pública muy reconocible, al menos su nombre.

—¡Un nombre favorecido para las mujeres de medicina!— se rió sanamente él, haciendo clara referencia a otra Liza (una norteamericana reconocida como la primera mujer en ejercer como médico en todo el mundo). De hecho, con razón, parecía muy curioso que varias mujeres llamadas así llevaran la batuta de las ciencias médicas en sociedades patriarcales a nivel mundial.

Con esto mi jefe calmó sus nervios y de inmediato puso todo el empeño en preparar aperitivos para tan célebre mujer. Liza le repitió más de siete veces que aquello no era necesario y que no se molestara, pero mi pobre maestra desconocía que para muestras de caballerosidad nuestro Ben siempre llevaba la delantera y desatendía las negativas.

Ella lucía igual que como la había dejado un año atrás: Con su cabello rojo oscuro y sus ojos de mirada cansada pero sagaz al mismo tiempo. En estos momentos debería tener unos cincuenta y dos años… No, en realidad recuerdo perfectamente que su cumpleaños era en junio, así que todavía no los había cumplido. No obstante, se veía tan elegante y hermosa que muchos pensarían que tenía menos edad. Quizá esa era una cualidad de las pelirrojas. Y bueno, sí tenía su rojo pelo, pero ya algunas canas iban asomando e iluminando su cabellera.

—Me sorprendí mucho al verte frente al hospital—comenzó diciendo ella—. Por un momento creí que por fin te habías conseguido un trabajo. Me alegré fugazmente… Pero no te preocupes, Marion, llegará el día que lo logremos. Lo haremos. Y no tendremos más chicas talentosas en las calles, haciendo algo más para subsistir siendo tan imprescindibles, como tú. ¡Por supuesto no estoy desestimando tu trabajo en esta adorable librería! No me atrevería a tanto. Claro que tus dos fuerzas están en la medicina y la literatura, así que estás realizada a medias. No creas que desisto de verte bisturí en mano.

—¿Y tú puedes operar?—preguntó anonadada la hija de Ben, trayendo un suvenir  y mirándome con cara escéptica.

—Y sería muy buena en ello—me defendió la profesora—…Tiene mejor pulso que cualquier hombre, y diría hasta mejor que el mío.

—Exageraciones…—tosí cómicamente.

La “camarera” provisional hizo una mueca de desagrado:

—No sé cómo ustedes pueden con eso de estudiar con cadáveres, coser heridas y ver gente pudriéndose… Ni mujeres ni hombres. No sé cómo pueden… Pero supongo que a alguien le debe tocar.

La profesora y su pupila alzamos los hombros al unísono. También nosotras suponíamos eso mismo.

—Y si Marion trabajase como médico, con total certeza viviría en un sitio mucho mejor.

Las palabras de Ben sentenciaron el comienzo de una conversación donde, ¡de nuevo, de nuevo, Dios mío!, Whitechapel sería el epicentro. Liza me miró y giró la cabeza hacia la derecha, como si quisiera señalarme lo evidente. Yo le había comentado, de camino a la librería, dónde estaba viviendo. Ella estaba, al igual que Ben, un tanto preocupada por eso. La reputación del barrio no precisaba de más epítetos mórbidos.

Valerie (o La epopeya de la sanguijuela)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora