Capítulo 18

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El martes 7 de agosto, cuatro meses y cuatro días después del asalto mortal a Emma, otra mujer, llamada Marla Tate, había muerto. Mejor dicho, había sido ultimada a cuchillazos. Eso es lo que decían los primeros rumores. Fuere cual fuere el motivo y el método de asesinato, la resolución era la misma: Marla Tate había dejado de existir por causa de otra persona.

La mayoría de los periódicos anunciaban que no se trataba del mismo caso de la prostituta llamada Emma. Mientras a Emma la había matado una turba, a la señora Tate parecía haberla ultimado una única persona… Una sola persona, con mucha ira acumulada. Se decía, en los días posteriores al siniestro evento, que le habían asestado más de treinta puñaladas. Yo permanecía atenta a cada detalle que corría por las calles, pues obviamente, al tratarse de otra prostituta, algo en mí advertía que la casualidad no se incluía dentro del modus operandi del criminal. Sin embargo la diferencia de victimarios era considerable: De un grupo de ocho o nueve hombres, a uno solo. Emma no se había podido defender de tantos, pero tal vez la señora Tate hubiera podido reaccionar… ¿Qué tamaña fuerza e ira descargó en ella su homicida, para darle el tiempo y el mórbido placer de, tras la primera puñalada, asestar tan grande número posterior? Para saber eso, tendría que haber visto el cadáver. Pero ese oscuro “privilegio” les correspondía únicamente a los médicos. Quizá Liza o Emily estaban al tanto del asunto… pero no era muy probable, ya que ellas eran doctoras, no forenses, y Marla Tate ya había llegado muerta a los hospitales.

Según dicen, la hallaron muerta a las cinco de la madrugada, recostada de la escalera del edificio George Yard, como si estuviera dormida. Nadie reparó en ella, ni siquiera hombres que salían del edificio, o pasaban por allí. Todos pensaban que era un vagabundo dormitando en una esquina para resguardarse del frío. Evidentemente, tras recibir una treintena de cortes graves, era imposible que ella siguiera con vida. Eso es obvio. La razón por la cual en mí crecía la consternación, era por el hecho de que nadie hacía nada… Inclusive después de una semana del suceso, y aunque estaba en boca de todos, nadie hablaba sobre ella. Todo el mundo hablaba sobre el asesino, pero Tate se había convertido en la muñeca de carne de la policía.

Valerie no quiso hablar en un principio de eso. Le causaba una notable incomodidad. Solo duró unos días. Luego me enteré sobre la historia de la muerta. Decían que era una abusadora del alcohol a tan grave escala, que su propio marido le quitó sus dos hijos y la dejó abandonada. Ella también maltrataba a sus hijos, y en sentido general a todos los que se le acercaban mucho, puesto que incluso sus relaciones sentimentales posteriores la terminaban dejando de lado. Nadie soportaba tener que lidiar con una alcohólica severa y maltratadora. No obstante y muy a pesar de las características que se le atribuían a Tate, nada de esto parecía a mis ojos justificar el daño mortal a ella. Sin embargo, poco o nulo efecto tendría esto en el victimario. Probablemente uno de sus amantes, cansado o sintiéndose engañado, acudió a una violencia tan burda, terminando con la existencia de una mujer enviciada al alcohol.

Alcohol.

La bebida funesta. El elixir mortal y diabólico que había dado el último y definitivo impulso para los terribles eventos ocurridos a estas dos prostitutas: Una, sufrida a manos de un montón de individuos borrachos; la otra, una borracha que generó demasiados problemas en vida.

En fin, que yo no las conocía, y mucho menos conocía al tipejo o tipejos que acabaron con sus vidas. Fueron dos casos lamentables en Whitechapel. Nada más por el momento.

Todavía no se nos había colado el aroma de la paranoia.

Agosto se volvió un mes sombrío y frío, a pesar de ser pleno verano. Londres era tan enorme, que no se volvió a hablar otra vez de Whitechapel. Por nuestra parte, la librería estaba casi vacía de clientes. Se nos fueron complicando las cosas. Y por mi parte, tal y como hubo vaticinado días antes, Joseph anunció el aumento de la tarifa. La noticia me dejó perpleja. Comencé a preocuparme sobre cómo le haría para pagar a tiempo la renta, pues mis ingresos se apretarían considerablemente. Valerie se ofreció a ayudarme, alegando que su deuda había sido casi saldada. Yo sabía que ella estaba diciéndome la verdad, pero no quise aceptar de todas maneras. Valerie refunfuñó por unos días, y después siguió mostrándose alegre y desinhibida.

Valerie (o La epopeya de la sanguijuela)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora