XXIII

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—Acaba de llegarnos la carta Ron, esta vez no es ninguna broma—El rostro enojado de George lo decía claramente, el matrimonio era un tema demaciado sencible para todos en la familia en especial para ambos gemelos. Fred y George Weasley eran Geminos, o como solían llamarlo los magos Gemelos mágicos, un tema mucho más sensible que tratar. Ellos estaban unidos no solo por la sangre que corría en sus venas, la magia los había atado desde el momento en el que nacieron enlazando sus sentidos, sus dolencias y sus alegrías. Podían comunicarse el uno con el otro sin necesidad de palabras, compartían cada gota de magia en sus cuerpos y podían saber cuando uno de ellos estaba en peligro. La magia que los unía era tal que si uno de ellos moría el otro le seguiría poco tiempo después. El matrimonio era prácticamente un tabú para ellos, eran celosos entre sí y ninguno había tenido pareja por esas mismas razones. Eran demaciado unidos y no creían poder compartirse con alguien más que no fuesen ellos mismos.

—¡¿Acaso nuestra madre esta loca?!—Rugio tirando de su cabello rojizo. La situación no era para nada favorable. Estaba sumamente seguro que su padre no había sido avisado, de lo contrario el divorcio sería lo mínimo que le esperaría a Molly Prewett.

—Debo agregar que esa mujer nunca estuvo muy cuadra en estándares normales— La voz oscura del profesor lo saco de sus pensamientos concentrándose esta vez en su hermano mayor quien, parecía un ovillo entre los delgados brazos del pocionista.

—Y que lo diga profesor—George suspiro antes de comenzar a dar vueltas en el laboratorio. Tenían que impedir ese matrimonio no solo por sus condiciones de Geminos, por Merlín el hombre era un anciano con un pie en la tumba ¿Como podía permitir que su gemelo se casara con una momia? Definitivamente no iba a permitir algo así.

—Por el momento es mejor que se calmen Weasley's alterarse no traerá nada bueno, intentaré ponerme en contacto con Arthur mientras tanto relajence en especial cuando están tan serca de tener vuestro primer celo—Siguiendo el consejo de Severus los gemelos intentaron calmarse, realmente no era una buena idea entrar en período de celo con estrés puesto que nunca se sabía que se podría desencadenar cuando las partes primitivas tomaban el control.—Ahora Weasley's mayores a sus habitaciones le informaré a los profesores de sus ausencias a clases con su correspondiente justificación, Weasley menor sigue con lo que sea que estabas haciendo tengo clase en 5 minutos y Griffindor no esta entre las casas de turno—Las comadrejas aceptaron rápidamente las órdenes del profesor y en menos de lo que se dice Quidditch habían dejando el laboratorio vacío.—¿Como es que siempre acabo involucrado en este tipo de incidentes?—El pocionista se estaba replanteando sus decisión de ser profesor.




La semana transcurrió después de aquel incidente con inusual tranquilidad, pronto el sábado llegó y todos sabían lo que significaba. Iba a comenzar la temporada de Quidditch. Aquel sábado Harrison y sus amigos jugarían su primer partido, después de una apretada y corta sección de entrenamiento finalmente el tan esperado partido Gryffindor contra Slytherin se llevaría a cabo siendo el primero del campeonato. Si Slytherin ganaba, pasarían directamente a ser los segundos en el campeonato de las casas.
 

Casi nadie había visto jugar a los nuevos miembros de ambos equipos, pero por las caras orgullosas de Flint y Wood todos esperaban que fuese un buen espectáculo.

Harrison por su parte estaba más fresco que las verduras que se servían todos los días en el gran comedor, no sería su primera vez jugando Quidditch, cuando su padrino lo recogía en vacaciones solían jugar por horas y cuando decía que Sirius Black era un contrincante feroz no era ninguna broma. Las posiciones de cada jugador si se habían mantenido en secreto pero los Griffindor no habían contado con tanta suerte, alguien, muy posiblemente Maximus, había filtrado los detalles y los puestos dejando expuestos a los jugadores.  Harry no sabía si reírse de forma discreta o mandar todo por el caño y reírse abiertamente de los insultos mal disimulados que le llegaban a Maximus.

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