Dieciocho años antes.
-Capitán. Hay algo detrás de este muro de roca.
-Demuelan y busquen -respondió el capitán.
-¿No crees que deberíamos irnos ya de aquí? -le espetó uno de sus acompañantes-. Después de todo el rey no tiene que enterarse del método que usamos para sellar al demonio. Considero que lo más prudente, es -se agachó hasta el cadáver de un hombre, sujetó su mano y le quitó un anillo-, que derrumbemos la cueva completa.
-El anillo de Jongsu es mío -el capitán reclamó al ver que su aliado llevaba a cabo actos de rapiña-. Cualquier cosa que te lleves aparte de eso es toda tuya.
El hombre entregó el anillo al capitán y siguió registrando el cadáver. Una enorme mancha de sangre en la espalda seguía fresca.
Un ruido sordo de estallido sonó detrás y una nube de polvo inundó el lugar.
-Capitán, encontramos... a un niño -dudó el soldado.
-Seguramente alguna de las victimas del demonio -añadió.
Otro de los allegados del capitán se acercó hasta donde estaban los soldados y añadió:
-Creo que deberías ver esto, Gwangsu.
Al acercarse, vieron a un pequeño niño acurrucado. Yacía sobre un manto de piel, y dormía plácidamente. Todo podría parecer de lo más normal, aunque era difícil ignorar su enorme cola y cuernos rojos que salían de su frente; un poco debajo de ellos, un orificio abierto en su frente mostraba la pupila dilatada de un enorme ojo amarillo que no parpadeaba. A diferencia de los ojos humanos, la apertura de este era vertical. La pupila se movió en dirección del capitán y lo observó detenidamente. El niño seguía dormido.
-Es un demonio -concluyó el capitán-. Átenlo. Lo llevaremos con nosotros.
El ojo se cerró y tras de sí, quedó la firme piel de su frente, como si no hubiera existido ahí un ojo antes.
Cuando el pequeño despertó, movido por el hambre, se dio cuenta de que estaba en un lugar apenas iluminado por antorchas. Sobre el suelo había dibujados muchos símbolos extraños que rodeaban todo el lugar sobre el que él se encontraba.
-¿Dónde se encuentra la gran guarida de los demonios? -preguntó Gwangsu, apretando con firmeza el mango de un látigo que escondía tras de sí.
-Señor, es un niño. Los niños humanos de esa edad no pueden hablar todavía -le interrumpió uno de sus soldados.
El niños se limitaba a verlos, pero lentamente se puso de pie.
-Preguntaré una vez más. ¿Dónde... esta... la gran guarida de los demonios? ¿DÓNDE? -gritó finalmente.
El niño no mostraba emoción alguna, y tampoco habló.
-¿Sabes qué es esto? -le mostró el látigo que sostenía detrás de sí. A lo largo del látigo había navajas metálicas que destellaban con la luz de las antorchas-. Es un látigo mágico. El metal fue forjado con magia de luz. Y tendré que usarlo contigo si no me dices donde se encuentra esa guarida. ¿Puedes responder ahora?
El pequeño solo lo miró fijamente sin decir nada, ni siquiera parpadeo.
-NO TOLERO A LOS MENTIROSOS -gritó agitando el látigo sobre el niño, impactando su espalda tres veces. El pequeño no gritó ninguna vez, pero cayó al suelo.
El contacto de las navajas no solo hería la piel del niño, sino que dejaba una flama prendida sobre esta; un fuego vivo de color dorado que debía su naturaleza a la magia de luz del látigo.
-¡RESPONDE! ¡RESPONDE! ¡RESPONDE! -agitaba su látigo con cada palabra, azotando al pequeño demonio; no había espacio en su piel que no hubiera sido azotado ya. Las flamas de luz le cubrían casi completamente y él intentaba apagarlas con sus pequeñas manos, pero al tocarlas estas ardían insoportablemente. Miró de repente al capitán, con odio y una ira incontenible en la mirada, todo sin decir una sola palabra, con los ojos llenos de lágrimas. Lentamente intentó ponerse de pie nuevamente, en medio de las doradas llamas.
Cayó al suelo de pronto, desmayado. El capitán lo golpeo algunas veces mas, sin obtener respuesta de sus signos vitales. Se acercó al pequeño cuerpo, sujetó su rostro cruelmente y abrió su boca.
-El malnacido ni siquiera tiene lengua -soltó al pequeño bruscamente y salió de la habitación molesto-. Entierren a ese bastardo -mencionó al soldado antes de abandonar el lugar.
El soldado le miró asqueado por el acto vil y asintió con la cabeza. Luego fijó la vista nuevamente en dirección del pequeño demonio y sujetó del brazo a Gwangsu.
-No será necesario. Prácticamente lo desintegraste a latigazos -volteó el capitán esta vez, y el lugar en el que debía estar el pequeño cuerpo del demonio estaba marcado por una enorme quemadura en el suelo, como el sitio en el que realizas una enorme fogata, como si el cuerpo hubiera ardido hasta su desaparición.
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La aprendiz de demonio (Jungkook Fanfic)
FanfictionEn un mundo donde la magia es parte de la vida de todos sus habitantes, Ju conoce por azares del destino a Jung, un demonio que es culpado de todo lo malo que ha pasado al reino en el que viven, pero algunas cosas no cuadran... Necesita escuchar la...