7: El pasillo

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Dom


Dom era la clase de chico que parecía vivir en su mundo, por lo que algunas cosas se le escapaban con facilidad, como si le gustaba a una chica. En ese caso, Emer siempre era el primero en hacérselo notar, seguido por los compañeros del equipo de baloncesto. Esa era solo una de las varias trivialidades que pasaban desapercibidas ante él. Sin embargo, había otras que eran demasiado obvias e importantes como para que se le escaparan, y no necesitaba de nadie que se lo mencionara, como que Jonas lo estaba evitando.

El primer día pensó que no era algo personal. Quizás su amigo estaba ocupado con sus propias clases, tareas o sus lecciones de baile, incluso podría tratarse de algo familiar, algo tan sencillo como su madre diciéndole que llegara a casa temprano. Eso estaba bien, Dom podría entenderlo y darle su espacio, ser paciente. Después de todo, esas cosas eran parte de una amistad, ¿cierto? Lo eran, pero no se trataba de eso.

No tenían que estar siempre juntos, pero el segundo día en que se encontró almorzando solo se sintió un poco extrañado. El tercer día cuando la sala de música estaba sola, comenzó a preocuparse. El cuarto día, cuando esperó un buen rato a la salida y caminó solo hasta donde él y Jonas se separaban, no supo qué pensar. Eran cosas tan sencillas que no requerían más que unos minutos compartidos, pero era tan difícil encontrarlo en los pasillos como hacer que le respondiera los mensajes, como si ni siquiera tuviera un celular al cual ponerle crédito.

Lo buscó, era cierto. Comenzó a pasar por su salón, pero lo podía ver escondiéndose con su hermana Jara, una de esas personas a las que Dom no quería hacer enojar, y en el momento en que intercambian miradas, Jonas aprovechaba para darse la vuelta y huir antes de que Dom pudiera siquiera llamarlo. Era obvio: lo estaba evitando.

Para la semana siguiente, le pareció que era suficiente. Lo pensó todo el fin de semana e incluso habló de eso con Emer, pero ninguno de los dos entendía del todo la situación.

— ¿Pasó algo después de que me fui? —preguntó Emer, ambos sentados en los juegos de un parque cerca del complejo de departamentos donde vivía.

— No. Vimos otra película y luego fuimos a dormir.

Emer se inclinó más hacia Dom, tratando de verlo mejor a la cara. Llevó un dedo hasta presionar sobre el ceño fruncido de su amigo, en un intento de relajarle la expresión.

— ¿Qué película?

— Eso no importa, solo... —bufó exasperado—. Creí que todo estaba bien.

— Dominic Martin, tal vez no lo sepas, pero no eres el centro del mundo —dijo Emer al dejarlo ir y alzó la vista al cielo. Era un soleado día del otoño en Texas, el sol seguía pegando con fuerza.

— Ya lo sé, pero quiero decir, si somos amigos, ¿por qué ni siquiera me dice algo? Lo viste ayer en la salida, huye en cuanto me ve.

— ¿Y si sales antes de que termine la clase y lo esperas afuera de su salón? No tendrá a dónde ir —propuso encogiéndose de hombros, lo hacía sonar como si fuera la cosa más lógica y sencilla del mundo.

El lunes siguiente, Dom se encontró haciendo lo que casi nunca hacía: siguiendo la idea de su mejor amigo.

Pidió permiso para salir antes, diciendo que no se sentía muy bien. Al profesor pareció no importarle mucho lo que el chico hiciera con los diez últimos minutos de clases, era un hombre joven y que en ese momento se aferraba a una taza de café como si fuera la primera hora de la mañana, ojeroso como si apenas hubiera dormido un par de horas la noche anterior; nadie se creería que los profesores tenían vida fuera de la escuela.

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