BISSED • Hyunlix [ Libro #1 ]

🌹 ; 𝕮𝖆𝖕í𝖙𝖚𝖑𝖔 𝖙𝖗𝖊𝖎𝖓𝖙𝖆 𝖞 𝖈𝖚𝖆𝖙𝖗𝖔.

Félix tensó la mandíbula y sus manos se cerraron con más fuerza entorno al arco cuando escuchó la voz de aquel hombre. Asegurándose de que nadie más entraría para atacarlo, se dirigió hacia el alcalde con pasos cautelosos hasta que la filosa punta de su flecha logró tocarlo en la parte trasera de su cuello.

—¿Dónde está mi padre? —preguntó sin titubeos, aprovechando esos instantes para poder regular su respiración.

—Creo que te he subestimado demasiado —respondió el hombre, pasando por alto la pregunta del rubio—. Unos azotes no fueron suficientes para detenerte, ¿no? Debí dejar ese castigo en manos que fuesen capaz de arrancarte la piel de la carne. Incluso pudiste acabar con mis hombres.

—¿Dónde está mi padre? —repitió Félix, haciendo presión sobre la flecha hasta causarle una pequeña herida en el cuello. Estaba luchando para mantener la calma, pero sus manos estaban temblando de rabia—. ¡Responda de una maldita vez!

Park Dongsun soltó un suspiro y se dio la media vuelta para encarar al rubio. Lo observó con ojos inquisidores y, después, curvó una nueva sonrisa que le provocó más cólera a Felix.

—Tu padre es un hombre fuerte, audaz y poco justo. Cegado por un terrible sentimiento de venganza, ¿no es así? —chistó indiferente, pasando de largo por el costado de Félix sin importarle que su flecha lo siguiera en todo momento—. Luego de dar la orden a mis hombres de comenzar con el incendio, Lee Sungjae se adentró al bosque, pero si pretendías encontrarlo aquí después de eso, lamento decepcionarte, chico. Como bien pudiste darte cuenta, no está aquí.

—Está mintiendo... —dijo el rubio, negándose a creer en las palabras de ese hombre.

—Apuesto que ha muerto en el incendio —Park Dongsun siguió burlando—. O, quizá, se encontró con aquella criatura que acabó con la vida de su padre, y tuvo el mismo final que él.

—¡Cierre la maldita boca!

Félix estaba perdiendo el control y la paciencia porque un enfrentamiento entre su padre y Hyunjin era lo que menos quería que sucediera. Solo pensar en que su padre tenía mucha desventaja en comparación con las habilidades de un chupasangre, hacía que su sangre se helara.

Sabía que todo estaba pendiendo de un delgado hilo, y debía replantearse qué hacer; si ir al bosque o soltar la cuerda de su arco para enterrar la flecha en el pecho de Park Dongsun. Ese hombre tenía todo muy bien calculado, de eso no cabía la menor duda.

—Sabes, Lee Félix —añadió el hombre, tomando asiento detrás de su escritorio como si nada estuviese sucediendo al otro lado de las paredes—, te creía más inteligente. Tu padre resultó ser un completo traidor y un inepto. No es la mitad de lo que fue Lee Jaehyun. Ni siquiera tú lo eres.

—Jamás estuvo en mis planes seguir los pasos de un hombre que no conocí. No fue difícil para usted adivinar eso, ¿no? Obligando a todos esos jóvenes para que formaran parte de la tropa —esta vez Félix chistó—. ¿Qué pretendía? ¿Hacerme cambiar de opinión para estar de su lado? Por supuesto que no lo iba a conseguir.

—Tienes razón en eso, pero hay algo que me resulta curioso de todo esto —dijo el alcalde, entrelazando sus manos y dejándose caer sobre el respaldo de su silla. Guardó silencio un par de segundos mientras observaba a Félix con esa sonrisa que no reflejaba otra cosa más que arrogancia—. Realmente sabías sobre el paradero de esas malditas criaturas, pero te negaste a darme respuesta cuando te lo pregunté.

—Esas malditas criaturas, como les llama, han resultado menos detestables a comparación de toda la mierda que ha hecho usted, eso se lo puedo asegurar —respondió el rubio, sosteniéndole la mirada—. Usted sabe que, ni recibiendo el peor de los castigos, me habría obligado a hablar.