Green se despertó sobresaltado. Abrió los ojos, encontrándose recostado boca arriba sobre el colchón. Sus pulmones reclamaban aire, como si hubiese estado gritando en la bruma de sus sueños. Se incorporó y tomó una profunda bocanada antes de levantarse.El interior de la casa estaba sumido en la penumbra, como todas las madrugadas, pero el chico ya la conocía bien para guiarse a través de ella incluso en la oscuridad. Entró al baño y cerró la puerta detrás de él, mirando la imagen reflejada en el espejo. Su rostro pálido estaba cubierto de sudor.
Se preguntaba cuánto tiempo más podría vivir de aquella manera.
Mudarse a Mahogany no fue una decisión premeditada. Había ocurrido algo en ese tiempo que lo impulsó a irse repentinamente de su antigua ciudad. Por la errática conducta que había adoptado en su juventud, cometió un error que lamentaría por siempre. La culpa y el dolor aún lo acribillan cuando apoyaba la cabeza sobre la almohada y se quedaba a solas con sus pensamientos.
Pensó en despertar a Lila para compartir sus sentimientos. Cuando eran niños y los episodios agresivos de su padre comenzaban, en los cuales golpeaba a su madre hasta provocarle el mayor daño posible, Green se encerraba junto a su hermana en un cuarto y cantaban al unísono para callar los gritos del exterior.
La vieja pieza de rock que cantaban, era entonada por ellos hasta que sus miedo se disipaban.
La efímera seguridad que proporcionaba la burbuja en la que se encerraba junto a su hermana años atrás, era efectiva en su tiempo, pero no podía protegerlo en ese momento. Sus fantasmas eran más espeluznantes y podían traspasar cualquier barrera imaginaria.
Necesitaba una solución real.
Marcó un número de teléfono en su móvil, y como tantas otras veces, cuando atendieron la línea del otro lado, Green colgó y comenzó a llorar.
Unas dos puertas más allá, Lila también estaba despierta. Daba vueltas sobre la cama, enredando su cuerpo en las sábanas con cada movimiento. Conciliar el sueño era una tarea difícil para ella. Había demasiadas sensaciones en su interior causadas por los recuerdos.
Su hermano quería llevársela cuando se marchó de la ciudad cinco años atrás, pero la chica no quiso aceptar esa propuesta. La salud de su padre estaba deteriorada, y la joven era la única que se hacía cargo de él. Su madre estaba ya internada en el psiquiátrico después de haber intentado quitarse la vida. Y aunque aquel hombre no se lo mereciera, el lado bondadoso de Lila no podía abandonarlo a su suerte.
Se quedó con su progenitor hasta que este dió su último suspiro. Luego vivió gracias a las pensiones de ambos padres y la ayuda que le enviaba Green. Nunca sintió rencor por su hermano al haberla dejado sola, haciéndose cargo de todo con tan solo dieciséis años. Él había anhelado irse con ella, y ella había decidido quedarse. Era su decisión y por eso estaba dispuesta a afrontar las dificultades de la misma.
Sin embargo, no sufrió muchos percances. De hecho, una vez que su padre murió, las cosas empezaron a acomodarse para la pequeña de los Porter. Su novio, Derek, estaba con ella y juntos llevaban una buena vida. Como si el pasado de la chica no fuera más que una prenda vieja que se encontraba ahí, pero que había sido ya olvidada. Se graduó de la secundaria y empezó a cursar los estudios universitarios en la misma universidad que sus amigos.
Pero entonces, un día todo se vino abajo.
Nadie sabía lo que ella había atravesado los últimos dos años. Nadie tenía idea.
Estaba esforzándose por superarlo, aunque a veces su debilidad se hiciera presente y la doblegara el dolor. Volvió a removerse, tapando el total de su anatomía con las sábanas y acurrucándose debajo de estas. Tanteó el lado derecho de la cama y deseó que Derek estuviera allí para reconfortarla, pero eso también se había acabado.
Enterró su rostro en el colchón para amortiguar el sonido, y comenzó a llorar.
[...]
El teléfono de Gustav comenzó a sonar. El muchacho estaba profundamente dormido, así que hicieron falta varios timbrazos hasta que estirara su brazo hacia la mesita de noche y tomara su móvil. Sus párpados se abrieron un poco para divisar el nombre de quién llamaba. Resopló antes de atender.—¿Qué sucede, Tom? —su débil voz denotaba somnolencia.
—¿Contra quién voy en las próximas carreras? —inquirió en tono inexpresivo su compañero.
—No lo sé... Contra mí creo. Y contra Georg. —Gustav giró su cuerpo y lo enfrentó con el reloj digital que marcaba cuan avanzada estaba la madrugada. —¿Por qué siquiera estás preguntado esto a esta hora? —murmuró dejando salir un bostezo.
—Quiero correr contra Porter. —sentenció Tom.
—¡Oh vamos! ¿Para qué? Durante cinco años ha sido lo mismo. El odio que os tenéis es cautivante, hay que admitirlo. Cuando os enfrentáis entre vosotros las apuestas son las más altas, pero ya sabemos que tú siempre le ganas, y desearía que esta vez no terminarais agarrados a los puños como perros callejeros. Así que mejor...
—¿Es que no me oíste? Quiero correr contra Porter en las próximas carreras. —las severas palabras de Tom lo interrumpieron.
Gustav apretó la mandíbula y aspiró con fuerza. A veces deseaba responder a la hostilidad de su compañero, pero debía guardar silencio si quería seguir perteneciendo a su bando en las carreras. Necesitaba el dinero.
—Veré que puedo hacer. —masculló.
—Bien. —unos segundos de silencio hicieron creer a Gustav de que Tom había colgado, pero entonces este volvió a hablar. —¿Quién era ella?
Todo rastro de sueño ya había sido disipado de la cabeza de Gustav, por lo que pudo dilucidar rápidamente a lo que se refería su interlocutor.
—Lila. Su nombre es Lila.
—Lila... —repitió Tom.