24 km.

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El suave algodón se volvió espeso al ser mojado por el desinfectante. Cuando Lila limpio las heridas de su hermano con este, adoptó un color carmesí intenso. La enfermera suspiró, alternando su vista entre el algodón y su teléfono, esperando alguna noticia de Tom.

La ansiedad estaba alterando los latidos de su corazón. Podía escuchar a Green, pero aunque él bramaba con una furia descomunal contra su rival en las carreras, a sus oídos solo llegaban murmullos lejanos. Su cerebro estaba ocupado tratando de asimilar los hechos. Escaneó con su mirada la sala de estar, repletas de flores cuya belleza parecían discordar con la situación. Y de hecho, teniendo el cuenta el emisor de aquellos regalos, a pesar de sus colores vivos solamente volvían el panorama más sombrío.

Lila se alejó del grupo reunido en el salón y se dirigió escaleras arriba para encontrarse sola en su cuarto. La madrugada había avanzado y ella debía entrar a su turno en la clínica en pocas horas. Se recostó en la cama revisando su móvil una ultima vez.

No había nada. Ni un solo mensaje.

Su sueño fue intranquilo. Dio demasiadas vueltas antes de lograr dormirse, tratando de evadir los pensamientos que trataban de acusarla. Por eso ya se encontraba cansada incluso antes de cruzar las puertas de su trabajo. La sala de espera estaba repleta de gente, al parecer un brote de gripe había afectado a la ciudad gracias al frío repentino.

Se detuvo en seco antes de doblar el pasillo que llevaba a los ascensores. Los padres de Nick se encontraban allí, pero ellos no habían logrado verla. Había un cierto velo de angustia nublando sus ojos. Simone suspiró con fuerza.

—No entiendo qué es lo que ha ocurrido. —dijo cansada.

—Cariño, Tom ya es mayor. Él es el único que debe hacerse cargo de sus actos. —dictaminó firme el hombre.

—Pero él nunca había hecho algo como esto. ¿Cual es el problema lo suficientemente grave como para intentar solucionarlo a golpes? Mi hijo no es de esa clase de personas, estoy segura que lo interceptaron aunque no quiera decirnos que sucedió realmente. —la mujer negaba con la cabeza mientras hablaba.

Lila rodó sus ojos ante la imagen del inocente Tom y tomó otra dirección hacia las escaleras. No quería enfrentarlos, en ese momento no sería capaz de mantener una expresión neutral y fingir que no tenía nada que ocultar. Los padres de Tom eran buenas personas y no se merecían ese tipo de insolencias por su parte.

Su presencia allí indicaba no solo que habían descubierto a su hijo herido y lo habían trasladado hasta la clínica, si no que los puños de Green habían causado más daño del que la enfermera había imaginado. Otra vez la preocupación la asaltaba.

Llegó a la planta de pediatría, repitiendo los protocolares saludos de todos los días. Al notar anomalías en la salud de varios de sus pacientes,   se puso en marcha enseguida para atender sus urgencias, dejando de lado las suyas propias.

[…]


Cuando la tarde estaba a punto de comenzar y el ajetreo disminuyó, Lila se acercó a la recepción para anotar el desarrollo de los niños a su cargo. Mientras se encontraba ocupada con sus escritos alguien se acercó al box. Cuando el recién llegado apoyó sus brazos sobre el mostrador que lo separaba de Lila, esta levantó su mirada encontrándose con la de Tom. Contuvo la respiración, pues no esperaba que fuera a verla. A pesar de los asuntos que el tuviera con su hermano no tenían que ver con ella, lo ocurrido inevitablemente había despertado cierta rabia en su interior y pensaba que el piloto también iba a volcar su enfado en ella.

—Las enfermeras de urgencias son una mierda. —se quejó Tom con su voz rasposa y su mandíbula tensa. De inmediato relajó su postura y suavizó su tono. —¿Podrías curarme tú, por favor?

ℂ𝕝𝕒𝕟𝕕𝕖𝕤𝕥𝕚𝕟𝕠𝕤 ; 𝑻𝒐𝒎 𝑲𝒂𝒖𝒍𝒊𝒕𝒛Donde viven las historias. Descúbrelo ahora