Sentándose en el sofá, Brown acomodó una pajita en su taza favorita y pegó un sorbo a su chocolate caliente mientras permitía que su tía lo abrazara fuerte.—Te extrañé tanto, Brownie... —dijo Lila plantando un beso en la cabeza del niño.
Él apartó sus labios de la bebida y sonrió.
—Lo sé, tía Lila, me lo dices a cada hora desde que llegué. ¡Pero ya deja de decirme Brownie, soy Brown! —protestó.
El sonido de unos pasos en las escaleras retumbó en la sala, por lo que ambos se giraron hacia estas, donde Green estaba descendiendo apresuradamente.
—¿Aún no responde tus llamadas? —preguntó su hermana.
Habían pasado dos días desde que Kim se había marchado furiosa. Desde entonces, la preocupación de Green iba en aumento. Había cometido errores y se había comportado de la peor forma muchas veces, sin embargo, Kim siempre se mantuvo a su lado. Nunca imaginó que hubiera algo que pudiera separarlos.
En aquellos largos años que habían pasado juntos, no le había confesado que tenía un hijo por varias razones. Primeramente porque su propia conciencia le consumía cada noche, no necesitaba otra voz que lo acusara. Tampoco había considerado conveniente que su novia supiera sobre la enfermedad de Brown. Era doloroso para él cada vez que lo pensaba, era muy duro afrontar esa realidad y no se sentía agusto compartiéndola.
—No... —susurró él.
Estaba afectado. La tristeza era evidente en su expresión, pero eso cambió al ver a su hijo tan agusto en el sofá. Sonrió al verlo.
—¿Le has enseñado a Lila tu regalo? —preguntó.
Brown pareció recordar algo. Sus ojos, usualmente opacados por las ojeras y la palidez de su rostro, brillaron emocionados.
—¡Papá me compró dos Hot Wheels que cambian de color con el agua! —gritó emocionado.
Del bolsillo de su chaqueta, sacó un pequeño coche de juguete y lo extendió hacia Lila.
—Llevas coches en los bolsillos desde que tenías un año. —recordó ella. —¿Aún no estás cansado de ellos?
—¡Claro que no! —negó con la cabeza. —Papá me dijo que tenía muchos coches de verdad y que me llevará a verlos.
La chica besó las mejillas del niño cuando estás adoptaron el rubor de la alegría.
Los últimos años, Brown había sido la única razón por la que Lila se mantenía en pie. Amaba a su sobrino más que a su vida misma. Después de todo lo que había pasado en su antigua ciudad, no estaba dispuesta a abrir su corazón a nadie, sin embargo Brown era el único posicionado allí. El único por el que ella apostaría todo.
Su teléfono vibró sobre la pequeña mesa frente al sofá, en el mismo instante en el que Green se sentó en él, al lado de su hijo. Lila agarró su móvil y echó un vistazo al mensaje recibido.
Tom💞:
Llevo dos días sin lavar las sábanas de mi cama porque tú perfume quedó impregnado en ellas.
Me acuesto allí con el único objetivo de olerlo.
Del 1 al 100, ¿qué tan asqueroso y raro es eso?
Lila dejó escapar una pequeña risa, y una sensación de cosquilleo se extendió en su pecho. Trató de convencerse a si misma de que ella controlaba sus sentimientos por Tom, y no al revés.