La incertidumbre de alguien menor siempre puede generar la serotonina suficiente para la falta de motivación de alguien mayor.
Izuku Midoriya la conoció sin esperar nada a cambio. Kaina Tsutsumi, menos.
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Historia corta.
La serotonina influye en el amor al mejorar el estado de ánimo y el bienestar, promover comportamientos prosociales como la confianza, reducir la ansiedad y estabilizar las emociones, lo que fortalece las relaciones románticas.
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— ¡Hijo de pe...! —fue lo último que logró exclamar antes de caer al suelo.
El departamento totalmente desordenado. El sofá, las sillas del comedor, el televisor y cajas de cartón por todos lados indicaban el desorden en su existencia. Izuku se incorporó de pie y sobó su cabeza después de caer, dejó escapar un suspiro pesado y analizó su entorno; todo era un caos.
— Ay, mira... —el chico tomó algo debajo del sofá. — Aquí es donde se escondía mi tortuguita...
Los ruidos y golpes siguieron por un buen rato. Desde el comienzo del alba habían tomado presencia quien, para molestia de su vecina, tuvo que soportar el hecho de que aquel vecino ruidoso le irrumpió del trabajo que ella estaba haciendo.
— Maldito brócoli con patas. —musitó con molestia y el ceño fruncido. — Lo voy a matar.
El escritorio donde papeles de varios empleos que la rechazaban se deslumbraban. Su cabello morado desordenado, su pijama desaliñada y su rostro furioso la acompañaron hasta la puerta del chico donde con unos golpes para nada sutiles llamó a la puerta. Un llamado que fue ignorado, seguido del siguiente, y el siguiente.
— Oye, oye... —susurró ya con la poca paciencia que le quedaba. — ¡Maldito mocoso...! —Kaina gritó con molestia preparando un golpe con toda la fuerza que este universo haya jamás experimentado.
Antes de concretar el golpe a la puerta, fue abierta por una silueta con una sonrisa tierna y una mirada verde.
— Buenos día...
— ¡Te dije que abrieras!
El golpe conectó con el rostro de Izuku quien lo mandó hacia atrás de vuelta a su departamento. Kaina lo observó ligeramente sorprendida.
— ¡Oye! ¡Casi me matas, loca! —Izuku exclamó en el suelo sujetando su mejilla golpeada.
— ¡Es tu culpa por despertarme desde tan temprano! —la chica se justificó desviando la mirada e intentando no reír.
— Auch, auch... —el chico se incorporó de pie acariciando su mejilla tratando de aliviar el dolor.
— No seas niña, tampoco fue tan fuerte... —mencionó observando los alrededores del departamento de Izuku. — ¿Te vas? Ya era hora.
— No tienes tanta suerte. —irrumpió rápidamente. — Estaba aburrido y decidí cambiar todo de lugar, pero... —el chico soltó una pequeña risita nerviosa. — No soy muy bueno con la organización.
