Mile Romsaithong, con un Doctorado en Bioquímica,
¿Sería capaz de rendirse a su magistral seducción?
En la televisión, el Doctor Mile Romsaithong enseñaba la ciencia de la atracción.
Ahora, ese Genio millonario quería emplear sus conocimientos con...
-Aunque solo sea por eso -prosiguió él-, satisface tu curiosidad conmigo. Cuando nazca el bebé, serás una madre y padre soltero muy ocupado. Las madres no suelen tener la oportunidad única que te ofrezco.
-¿Así que tengo que besarte ahora mismo?
-Cuando estés listo -le acarició la mejilla con el pulgar y bajó la mano-. Se ha acabado el tiempo.
-¿Qué? -entonces se acordó. «Dame diez minutos». Había acabado de exponerle sus argumentos. Inmediatamente, sintió un deseo aún más intenso al perder el calor de su mano. A medida que su cuerpo se enfriaba, se puso de mal humor. Así que lo que él había hecho era establecer la premisa de que el experimentara según le dictara el Corazón, estableciera límites y controlara la situación. ¿Cómo se atrevía a apelar a su sentido de la lógica y la razón? Era jugar sucio.
-No han sido diez minutos -dijo ella.
El enarcó las cejas.
-¿Ah, no?
-Ni por asomo -no había reloj en esa zona del laboratorio y ambos tenían el móvil en el bolsillo de la bata. Podían haber sido siete u ocho minutos-. Tengo que trabajar. Dante volvió a apoyarse en la mesa con los brazos cruzados.
-Pues yo no tengo que ir a ningún sitio.
Nattawin tenía demasiada sangre Thailandesa para soportar su fingida indiferencia. Él había empezado aquello y lo iba a terminar.
-Por si no lo recuerdas, no tengo ni idea de cómo se besa a un hombre. No lo he hecho nunca. Me parece que tendré que buscar a alguien para practicar. Puede que Tomas esté libre. Mile se puso tenso y su expresión, salvaje.
-Puede que tengas que olvidarte de eso. «¿Ya no está tan tranquilo, frío y sosegado, eh, Doctor Romsaithong?».
¿Era horrible que a Nattawin le gustara provocarlo? No, era justo. Era lo que Dante le había estado haciendo desde que se había bajado del avión.
-Me parece que habías establecido la norma de que fuera yo el que besara, que tú te quedarías mirando.
Él la miró con la boca abierta, lo cual le sentó muy bien al espíritu competitivo de Nattawin. Le había demostrado que estaba equivocado; que el no sentía curiosidad, ni estaba asustado, ni tenía ganas de experimentar ni con él ni con nadie.
-Te he explicado mis razones para permitirte dar el primer paso.
¿Qué quieres de mí? -Quiero que me beses -dijo Nattawin casi gritando.
-¿Ah, sí? -una sonrisa perversa le iluminó el rostro-. Pues ven aquí, si te atreves.
La ira se apoderó de Nattawin. Él creía que no se atrevería. Pues se Equivocaba Iba a borrarle esa sonrisa de superioridad. Lo agarró por las solapas y tiró de él hacia sí.
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