Mile Romsaithong, con un Doctorado en Bioquímica,
¿Sería capaz de rendirse a su magistral seducción?
En la televisión, el Doctor Mile Romsaithong enseñaba la ciencia de la atracción.
Ahora, ese Genio millonario quería emplear sus conocimientos con...
Nattawin creía que sería el el que sería incapaz de mirarlo a los ojos después de haberse hecho cosas mutuamente de las que el solo tenía un vago conocimiento, tras años de haber visto películas. Una educación muy escasa, comparada con la realidad. Furioso, lo siguió a la cocina. ¿Cómo se atrevía a estropear las cosas entre ellos? ¿Cómo se atrevía a dar por concluidos los beneficios de su amistad, antes de que Nattawin estuviera preparado? Necesitaba que lo ayudara a entender las extrañas y maravillosas sensaciones y la ternura que experimentaba cuando lo acariciaba.
Lo necesitaba a él.
–¿Y si quiero que me toque a mí ahora mismo? –nattawin siguió sus pasos hasta el fregadero, más furioso cuanto más se agitaba–. Aquí, en la cocina. ¿Y si quiero desatarme la bata y frotarme por todo tu cuerpo?.
Mile dejó los platos en el fregadero con más fuerza de la debida. Abrió los brazos y se agarró a la encimera como si quisiera sostenerse en ella. Se le pusieron blancos los nudillos mientras miraba los platos.
–¿Cómo vas a considerar eso parte de tu turno?
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¡Qué hombre tan irritante, frustrante, obstinado y estúpido!.
–Porque quiero experimentar, mile, ver lo que te excita, ver si puedo hacer que te sientas tan bien como me has hecho sentir a mí. ¿Cómo voy a saber lo que te excita si no lo pruebo? Quiero que me lo digas, que me lo enseñes.
–Lo que pasa es que… –soltó un improperio, pero siguió dándole la espalda–. Era un trato para una sola vez, para quemar la chispa, ¿recuerdas? Lo hemos hecho y se acabó.
Nattawin frunció el ceño. ¿De qué hablaba? Si creía que la chispa había desaparecido, era evidente que los conocimientos de el sobre la materia eran insuficientes. Y la única persona que podía ayudarlo lo rechazaba. Sintió un escalofrío.
–Mile date la vuelta y dímelo a la cara.
–¿Por qué?
«Porque te necesito».
Siempre lo había necesitado para que le ofreciera apoyo emocional, lo desafiara intelectualmente o lo hiciera reír. Y él había añadido una nueva y compleja capa que era la necesidad física, que probablemente fuera la más intensa de todas. Por primera vez en su vida le pareció que no podía manifestar en voz Alta su consternación, y eso era lo que más lo asustaba. Así que empleó la lógica de él.
–Es mi casa y yo pongo las normas.
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Él se volvió lentamente y apoyó el trasero en la encimera. En vez de, como esperaba Nattawin, carecer de expresión, su rostro manifestaba mil cosas a la vez, todas las cuales indicaban que mentía. No habían acabado, La chispa no se había apagado. En ese momento, Nattawin se dio cuenta de que, cuando él quería, sus ojos de color negro podían seguirle transmitiendo mucho afecto.... Contuvo el aliento.
–Mile.
Él tragó saliva con dificultad y, de repente, a el dejó de importarle cuáles fueran las reglas. Le dolía el corazón como nunca le había dolido el cuerpo y deseaba que todo lo extraño entre ellos desapareciera. Se situó entre sus piernas y lo abrazó, a pesar de que Mile tenía los brazos cruzados, ya que eso no era una barrera que se lo impidiera.
Inmediatamente, Mile abandonó su postura defensiva y lo aplastó contra su pecho, estrechándolo con tanta fuerza que Nattawin apenas podía respirar, aunque le daba igual. Animado por su respuesta, apoyó el rostro en el hueco de su hombro, el lugar que había descubierto que olía a él de forma más característica.
–Lo siento –dijo Mile.. –Se acabaron las cosas raras.
El mundo volvió a su sitio cuando él apoyó la mejilla en su cabeza. El alivio hizo desaparecer su furia y su miedo. Todo volvía a estar bien. ¡Cómo necesitaba aquello! Necesitaba su fuerza, su ingenio y su forma de ver la vida en general. Estar en brazos de Mile era maravilloso. Extendió los dedos para notar mejor los músculos de su espalda. Mile le rozó la sien con los labios y su aliento lo excitó.
Nattawin volvió la cabeza y lo besó en la boca y fue recompensado al notar un prominente bulto en sus pantalones. Inclinó hacia él las caderas y el ritmo cardiaco de él aumentó automáticamente, latiendo contra la mejilla de Nattawin.
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Era precioso.
Quería que lo besara y que lo llevara de nuevo a la cama. Pero allí había mucho que explorar. Así que lo hizo. La lengua se le ajustaba muy bien al hueco en que la garganta y el torso se unían y le recorrió la clavícula con ella. Mile lanzó un gemido, que a Nattawin le retumbó en los pequeños pechos de doncel. Fue mordisqueándolo hasta llegar al lóbulo de la oreja y, a juzgar por Cómo exhaló él, había encontrado un buen sitio.
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–¿Te gusta? –preguntó Nattawin en voz baja.
–Más que eso! --- me encanta!.
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