un respiro

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Habia pasado un día, a la mañana siguiente Elizabeth despertó de golpe, el sudor perlaba su frente mientras intentaba calmar su respiración. Las pesadillas. aunque esta vez con menos intensidad. Cerró los ojos un momento, tratando de sacudirse el mal sueño, cuando escuchó que alguien llamaba a la puerta.

—Princesa, ¿puedo entrar? —era la voz de Maris, siempre atenta y preocupada por ella.

—Sí, Maris, pasa —respondió Elizabeth, intentando sonar tranquila.

Maris entró en la habitación con una sonrisa.

—El rey te ha mandado a llamar. Dice que debemos prepararnos porque pasaremos el día a las afueras del reino —anunció Maris—. Cree que un poco de naturaleza y alejarte del palacio te hará sentir más tranquila.

Elizabeth asintió, sintiendo un alivio inmediato ante la idea de un cambio de escenario.

—Eso suena maravilloso. ¿Quiénes irán con nosotros? —preguntó, curiosa.

—Vendrán tu padre, Lydia, Thorne, yo y un pequeño grupo de seis soldados para asegurarnos de que todo esté en orden —explicó Maris, mientras ayudaba a Elizabeth a prepararse.

Elizabeth sonrió agradecida. Se sentía afortunada de tener a su padre y a su círculo cercano preocupándose tanto por ella. En poco tiempo, estuvo lista, vestida con ropa cómoda para el viaje. Thorne ya estaba esperándola fuera de su habitación, siempre alerta y preparado.

—Buenos días, Thorne —saludó Elizabeth con una sonrisa.

-Buenos días, princesa -respondió Thorne, inclinando ligeramente la cabeza.

Juntos, se dirigieron hacia la salida del palacio, donde el rey y los demás ya los esperaban. El rey, un hombre imponente de musculatura robusta, sonreía al ver a su hija.

—Elizabeth, hija mía, espero que este día en la naturaleza te brinde la paz que necesitas —dijo el rey, con su tono cálido y cariñoso.

—Gracias, padre. Estoy segura de que así será —respondió Elizabeth, abrazándolo.

Lydia, con una mirada amable, se acercó a Elizabeth.

—Princesa, me aseguraré de que tengas todo lo necesario durante el viaje. Si en algún momento te sientes mal, no dudes en decírmelo —dijo Lydia con preocupación maternal.

—Gracias, Lydia. Sé que estoy en buenas manos contigo -contestó Elizabeth, con gratitud.

El grupo partió poco después, con los seis soldados escoltándolos. Thorne, siempre vigilante, se mantenía cerca de Elizabeth, observando cada movimiento y cada sombra con su aguda percepción.

Viajaron aproximadamente por tres horas, hasta llegar a un hermoso riachuelo. Los soldados escoltas comenzaron a preparar tiendas y todo lo necesario para que el rey y su hija pasaran cómodos su día libre. El sol cálido indicaba que eran alrededor de las nueve de la mañana.

Maris y Thorne estaban junto a Elizabeth y el rey, observando cómo los soldados se movían con eficiencia para montar el campamento. El rey, para romper el silencio, comenzó a contar historias divertidas de su pasado y de cuando Elizabeth y Maris eran niñas y hacían travesuras.

—Recuerdo una vez —comenzó el rey con una sonrisa- cuando ustedes dos decidieron que sería una excelente idea bañarse en la fuente del jardín, usando mis túnicas como toallas.

Elizabeth y Maris se rieron al unísono, recordando la travesura.

—¡Oh, sí! -dijo Elizabeth entre risas—, y luego nos escondimos en el granero pensando que no nos encontrarías.

Renacer Del Sentimiento Donde viven las historias. Descúbrelo ahora