fortaleciendo lazos

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Había pasado una semana desde que Thorne había llegado al palacio. Su presencia constante y su actitud sobreprotectora se habían convertido en parte de la vida diaria de Elizabeth. Aunque al principio había encontrado su vigilancia incesante un poco abrumadora, ahora comenzaba a acostumbrarse a tenerlo siempre a su lado.

En uno de los soleados pasillos del palacio, Elizabeth y Thorne caminaban en dirección a la enfermería para su chequeo de salud rutinario. Thorne mantenía su postura vigilante, siempre alerta a cualquier posible amenaza.

-Thorne, sabes que este es solo un chequeo rutinario. No tienes que preocuparte tanto -dijo Elizabeth con una sonrisa, intentando aliviar la tensión en el aire.

-Es mi deber preocuparme por su seguridad en todo momento, princesa -respondió Thorne con su seriedad habitual.

Elizabeth suspiró, resignada.

-Entiendo, pero quiero que sepas que Lydia, nuestra herbolaria, ha cuidado de mi salud desde que era una niña. La aprecio mucho y confío plenamente en ella. No hay necesidad de estar tan alerta en su presencia.

Thorne asintió, pero sus ojos seguían escudriñando cada rincón del pasillo.

-Lo tendré en cuenta, princesa, pero seguiré estando atento.

Al llegar a la enfermería, Elizabeth fue recibida por Lydia, una mujer de rostro amable y manos delicadas. Su presencia siempre había sido reconfortante para Elizabeth, y la princesa le sonrió cálidamente.

-Buenos días, Lydia. ¿Cómo estás hoy? -preguntó Elizabeth mientras se sentaba en el taburete preparado para su chequeo.

-Buenos días, princesa. Estoy bien, gracias. ¿Y tú? -respondió Lydia, preparando los utensilios necesarios.

-Me siento bien, gracias. Thorne, te presento a Lydia. Como te mencioné, ha sido mi cuidadora desde que era una niña. Puedes confiar en ella -dijo Elizabeth, volviendo la vista hacia Thorne, que se mantenía firme junto a la puerta.

Thorne asintió, pero en el instante en que sus ojos se encontraron con los de Lydia, una sensación extraña recorrió su cuerpo. Algo en su instinto le hizo desconfiar, aunque no podía precisar qué era. Por un breve momento, un pensamiento oscuro cruzó su mente: acabar rápidamente con la vida de ella. Sacudió la cabeza, tratando de apartar esa idea irracional.

-Es un placer conocerlo, señor Thorne -dijo Lydia con una sonrisa, mientras comenzaba a examinar a Elizabeth.

-Igualmente, señora Lydia. Agradezco que cuide de la princesa -respondió Thorne, su voz firme pero sus sentidos en alerta.

Lydia continuó con el chequeo, revisando a Elizabeth con la misma meticulosidad y cariño de siempre.

-Todo parece estar en orden, princesa. Solo asegúrate de seguir las recomendaciones que te di la última vez: descansar bien y evitar el estrés innecesario -dijo Lydia con una sonrisa.

Elizabeth asintió.

-Lo haré, Lydia. Gracias por todo.

Mientras se levantaba para salir, Elizabeth volvió a mirar a Thorne.

-¿Ves? No hay nada de qué preocuparse. Lydia siempre ha sido como una segunda madre para mí.

Thorne asintió de nuevo

Después de su chequeo rutinario, Elizabeth sintió un antojo repentino de frutas frescas.

-Voy a la cocina por algunas frutas, Thorne. ¿Vienes conmigo? -dijo Elizabeth, ya esperando la respuesta.

-Por supuesto, princesa -respondió Thorne, siguiéndola de cerca.

Al llegar a la cocina, Elizabeth se acercó al cocinero, un hombre robusto llamado Gerard, que siempre tenía una sonrisa amistosa para ella.

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