De las sombras que envolvían sus manos, comenzó a surgir una espada oscura, forjada de pura energía. Era imponente, una manifestación tangible del poder de Thorne y de todas las emociones que había liberado. La hoja no era común, parecía absorber la luz misma, y con cada movimiento, el aire alrededor de ella se ondulaba como si el universo mismo temiera su poder.
Thorne, sin vacilar, se lanzó hacia Malgoroth, quien en un intento desesperado levantó sus garras para defenderse. Sin embargo, el impacto de la espada fue devastador. La espada oscura cortó a través de Malgoroth como si su carne y sus defensas no fueran más que papel. El demonio rugió, pero por primera vez, su regeneración no pudo seguir el ritmo. Cada corte que Thorne asestaba no solo hería el cuerpo del demonio, sino que ralentizaba su capacidad de curarse, agotándolo con cada golpe.
Lydia, viendo la ventaja de Thorne, invocó rápidamente hechizos para proteger a Malgoroth. Materiales resistentes, barreras mágicas, y escudos de energía se interponían entre Thorne y el demonio, pero nada de eso era suficiente. La espada de Thorne cortaba a través de todo con una facilidad asombrosa. Era como si la misma naturaleza de la espada estuviera destinada a desintegrar cualquier barrera, cualquier resistencia. Lydia frunció el ceño, incrédula ante lo que estaba presenciando.
-Esa espada... -murmuró Lydia, observando cómo incluso los más poderosos de sus hechizos eran inútiles. Una mezcla de pavor y desconcierto cruzó su rostro-. Parece como si esa espada fuera... omnipotente.
Desesperada, Lydia cambió de táctica. Invocó materiales directamente desde el inframundo, los más oscuros y resistentes, aquellos que ningún ser mortal o inmortal había logrado atravesar jamás. Estos envolvieron a Malgoroth, protegiéndolo como una coraza infernal.
-Veamos si tu espada puede con esto, guerrero... -dijo Lydia, convencida de que, por fin, había encontrado algo que detendría a Thorne.
Pero no. Thorne, con una mirada que ardía de pura determinación, levantó la espada oscura y la dejó caer sobre el escudo del inframundo. El impacto resonó como un trueno, y la barrera se rompió en mil pedazos. Lydia observó, aterrada, cómo los fragmentos de su más poderosa defensa caían al suelo como cenizas.
-Esto... esto no es posible -murmuró Lydia-. Esta espada no solo parece omnipotente... -Su voz temblaba mientras veía a Thorne avanzar sin detenerse-. Quizás... va más allá de lo omnipotente.
Thorne no habló. No necesitaba hacerlo. Cada golpe de su espada era una declaración de su voluntad, de su furia, de su resurrección emocional. Había dejado de ser simplemente el guerrero que todos conocían. Ahora era un ser de pura fuerza, de puro sentimiento, y esa espada que blandía, nacida de las sombras, no tenía límites. Nada podía interponerse entre él y la destrucción de Malgoroth.
Lydia, desesperada, lanzó su hechizo, creando la burbuja de gravedad nuevamente, aumentando su poder hasta un millón de veces. El suelo crujía bajo el inmenso peso, el aire mismo parecía volverse denso y aplastante. Pero Thorne no se movió. Firme, desafiante, sus ojos centelleaban con una furia inquebrantable. Con un solo movimiento, levantó su espada oscura y la dejó caer, cortando la burbuja como si fuera de humo. Lydia, incrédula, retrocedió un paso, sus ojos llenos de terror.
Thorne no se detuvo. Sus puños, envueltos en la misma oscuridad que su espada, se estrellaron contra el cuerpo de Malgoroth. Cada golpe resonaba como un trueno, lanzando al demonio hacia atrás, una y otra vez. Malgoroth rugía de dolor y furia, tratando de defenderse con garras y colmillos, pero nada parecía ser suficiente. Thorne lo superaba en velocidad, fuerza y, lo más importante, en la pura intensidad de su voluntad. No solo sus cortes eran devastadores; sus puños también castigaban a Malgoroth, cada golpe debilitándolo más.
ESTÁS LEYENDO
Renacer Del Sentimiento
FantasyEn lo profundo de las colinas de Élaria, el imponente castillo de Rocaforte se erguía como un bastión de seguridad y tradición. Sin embargo, dentro de sus muros de piedra, la princesa Elizabeth no encontraba paz. Cada noche, las sombras de sus pesad...