dia libre

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Al día siguiente, Elizabeth despertó de otra pesadilla, su respiración agitada y su frente perlada de sudor. Maris, quien había estado durmiendo en la cama contigua, notó su angustia y rápidamente se acercó a su lado.

—Elizabeth, ¿estás bien? —preguntó Maris con preocupación mientras le tendía un paño frío para que se lo pasara por la frente.

Elizabeth asintió con la cabeza, pero sus ojos delataban el miedo que aún la atormentaba.

—Sí... solo fue otra pesadilla —respondió en un susurro, tratando de calmarse.

Thorne, que había estado en el umbral de la puerta, observaba la escena con su característica expresión seria. Aunque su rostro no mostraba mucha emoción, por dentro sentía una preocupación creciente por Elizabeth. Sabía que las pesadillas no eran simples sueños, sino algo mucho más profundo y peligroso.

Después de que Elizabeth se tranquilizó y ambas se vistieron, bajaron al comedor a desayunar. La rutina matutina del palacio comenzó a tomar su curso, con sirvientes moviéndose de un lado a otro y el aroma de la comida recién preparada llenando el aire.

Elizabeth y Maris tenían una reunión programada con el rey Maximus para discutir algunos asuntos importantes del reino, así que después de desayunar se dirigieron hacia el despacho real. Elizabeth, antes de salir, se giró hacia Thorne.

—Thorne, sé que siempre estás cuidándome, pero hoy, por favor, no me sigas en secreto. Estaré bien con Maris y mi padre. Tómate el día libre, ¿sí?

Thorne, que ya había considerado seguirla discretamente, asintió con una leve inclinación de cabeza.

—Como desees, mi señora.

Elizabeth le dedicó una sonrisa antes de irse con Maris, dejándolo solo en el comedor.

Thorne se quedó unos momentos más en silencio, pensando en qué hacer con su tiempo libre. Raramente tenía momentos en los que no estuviera al lado de Elizabeth, y ahora, con la libertad de elegir cómo pasar el día, se sentía un poco desorientado. Decidió caminar por los terrenos del palacio, disfrutando del aire fresco de la mañana. Mientras caminaba, notó a Erik dirigiéndose hacia el campo de entrenamiento.

—Erik —saludó Thorne, acercándose al guerrero—. ¿Te diriges a entrenar?

Erik, con una sonrisa amistosa, asintió.

—Sí, es una mañana perfecta para afilar nuestras habilidades. ¿Te unes a mí?

Thorne lo pensó por un momento y luego asintió. No había nada más interesante que hacer, y un buen entrenamiento siempre era bienvenido. Los dos caminaron juntos hacia el campo de entrenamiento, donde ya algunos soldados estaban practicando con espadas y arcos.

Después de un rato de practicar y observar a los soldados, Thorne decidió romper el silencio que se había instalado entre ellos.

—Erik, tengo curiosidad por algo. He notado que en este reino no parece haber guerras ni conflictos. ¿A qué se debe eso?

Erik, que estaba limpiando el sudor de su frente con un paño, se giró para mirarlo, sorprendido por la pregunta.

—Elaria es un reino temido —respondió finalmente, con un tono serio—. Nadie quiere enfrentarse a nosotros porque saben que perderían. Y todo eso es gracias al rey Maximus.

—¿Maximus? —Thorne inclinó la cabeza, intrigado—. ¿Cómo ha logrado mantener esa paz y evitar guerras?

Erik se detuvo por un momento, sus ojos se llenaron de admiración al pensar en el rey.

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