rituales

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Mientras la batalla entre Thorne y Malgoroth rugía con una intensidad feroz, Elizabeth, Maris, y el rey corrían a través de los pasillos del palacio. El eco de la lucha resonaba a la distancia, pero ellos tenían una misión clara: reunir a las tropas y detener el caos desatado por las criaturas de Malgoroth. Cada segundo contaba, y sabían que debían moverse rápidamente si querían salvar a su pueblo y detener los planes de Lydia.

El rey, con su semblante endurecido por la determinación, hizo un desvío mientras corrían hacia los cuarteles. Se dirigió a los aposentos donde los niños estaban escondidos, protegido por un puñado de guardias. Al regresar con las damas, los niños miraban con ojos asustados pero firmes, conscientes de que algo terrible estaba sucediendo a su alrededor.

En el camino hacia el establo, Erik apareció súbitamente frente a ellos, jadeando tras haber corrido desde la plaza. Su armadura estaba ligeramente abollada, evidencia de los primeros enfrentamientos con las criaturas que sembraban el caos en el pueblo.

-¡Majestad, mi reina, Maris! -exclamó Erik con urgencia-. Debo llevarlos a un lugar seguro de inmediato. Las criaturas están destruyendo todo a su paso, necesitamos retirarnos.

-No -respondió Elizabeth con una calma helada, sus ojos brillando con determinación-. No vamos a escondernos. Tú debes reunir a las tropas, Erik. Reúne a todos los hombres que puedas y detenlos. Los hijos de Malgoroth deben ser neutralizados antes de que destruyan el reino por completo.

Maris asintió, apoyando a su hermana. -Thorne está conteniendo a Malgoroth en el palacio, pero no durará para siempre. Nosotras iremos con los niños y mi padre al establo. Tú debes coordinar la defensa. Es hora de mostrarles de qué estamos hechos.

Erik, aunque preocupado por la seguridad de la familia real, sabía que tenían razón. Asintió con una mezcla de respeto y nerviosismo.

-Haré lo que me piden. No dejaré que esas bestias pongan un pie más en este reino -respondió, girándose sobre sus talones para movilizar a las tropas.

Elizabeth, Maris, el rey y los niños llegaron al establo, un edificio robusto que servía como refugio temporal en situaciones de emergencia. Al llegar, decenas de soldados ya estaban apostados alrededor, listos para defender con sus vidas si era necesario. Erik mando muchas tropas al campo de batalla a defender a los civiles y se quedó ahí.

Una vez en el establo, Elizabeth y Maris sabían que no podían quedarse de brazos cruzados. La amenaza de Lydia seguía pendiendo sobre ellos, y cada minuto que pasaba sin saber a dónde había ido o cómo detenerla les hacía hervir la sangre.

-Tenemos que descubrir cómo detener a Lydia antes del amanecer -dijo Elizabeth mientras observaba a su alrededor, los nervios tensos.

-Lo sé -respondió Maris, frunciendo el ceño-. Pero Lydia es astuta. No se habría ido muy lejos. Con la energía vital que robó de nosotras, no necesitaría ocultarse. Debe estar en algún lugar donde pueda concentrarse y hacer sus rituales en paz. Pero ¿dónde?

Elizabeth miró hacia el cielo, su mente trabajando frenéticamente. Sabía que Lydia no podía mantenerse fuera de vista por mucho tiempo si realmente estaba intentando invocar hordas de demonios. Necesitaban averiguar a dónde había ido antes de que lograra completar sus planes.

-¿Recuerdas lo que dijo antes de irse? -preguntó Elizabeth-. Mencionó que necesitaba más poder antes del amanecer. ¿Qué si está en algún lugar donde pueda canalizar la magia demoníaca directamente? ¿Algún lugar con una conexión profunda al inframundo?

-Sí, pero aquí no hay... -Maris se detuvo.
Una gran explosión surge desde las minas del reino.

-¡¿Que mierda es eso!?- dijo erik, algo confundido con lo que acababa de pasar.

Renacer Del Sentimiento Donde viven las historias. Descúbrelo ahora