capítulo 12: Prófugos, En la ciudad de la Furia

2 0 0
                                    

Grandes rascacielos formidables se dibujaban como acuarelas a cada costado del carill principal. Los rayos de sol, en su punto máximo, le daban la bienvenida a todo aquel que se aproximaba en coche por aquellas deslumbrantes carreteras.
Atrás quedaba todo rastro de vida natural, la playa quedaba renegada a un pequeño estuario, estuario que desembocaba como destino final en un inmenso delta.
Sin embargo desde aquella vista precaria lo único visible era lo que se permitía ver a través de aquellas ventanillas opacas.
La vista que regalaba la gran ciudad de la furia estelar quedaba en segundo plano, en su lugar, un gran grupo de adolescentes contemplaban con incomodidad una mirada de inocencia pura en lo que era para muchos una "vil asesina"
Todos ellos paraban su mirada en la notoria sorpresa de aquella mujer quien usaba su curiosidad para toquetear cada botón que se hacía al costado de su cómodo asiento climático.
Malaquita notaba con emoción las miles de interferencias mecánicas que aquella limusina tenía consigo, desde abrirse y cerrarse las ventanas hasta aparecerse como por arte de magia en cada costado unas excéntricas botellas de un fino whisky afrodisíaco.
Fue Rubí, la más pequeña del grupo, quien emitió una dulce carcajada ante la curiosidad que cernía la mente ocupada de la mujer.
_ ¡Lo siento tanto, pero no lo puedo evitar, en mis tiempos los automóviles no estaban diseñados de esta forma!_ Dijo la mujer dejando rápidamente de lado todo tipo de interferencia curiosa.
_ Tranquila, no nos molesta._ Repuso Maximiliano mostrando una cálida sonrisa comprensiva.
Fue entonces que la mirada de Malaquita se vio nítidamente perdida por unos segundos. Sus ojos se encontraban en una curiosa comparación que presentaban los rasgos fáciles en ambos primos.
_ ¿Le pasa algo?_ Preguntó Maximiliano, siendo el único en reaccionar a tiempo.
Malaquita rápidamente despegó su atención desubicada volviendo nuevamente en sí.
_ Ustedes dos son muy parecidos. ¿Son hermanos?_ Preguntó la dama acercando aún más su mirada.
_ No, pero estamos cerca de serlo. Somos primos hermanos. Nuestras madres son hermanas._ Replicó Maximiliano bastante cómodo con aquella conversión espontánea. No obstante, Amelie se negó por completo en compartir aunque sea un poco de información.
_ Esa mirada, si la he portado alguna vez en mi vida. ¿Está todo bien?_ Preguntó Malaquita acercándose a la adolescente.
_ Perfectamente bien, señora._ Replicó Amelie para luego morderse los labios con ímpetu.
_ ¡¿Y hace cuánto que no viaja en auto, Malaquita!?_ Preguntó Serena interrumpiendo rápidamente aquella conversación que podría salir muy mal.
_ Pasaron años, años de no tener un viaje así._ Respondió Malaquita bastante inconforme con la mirada perdida en Amelie.
_ ¡Esperamos de corazón que esto que hacemos por usted le sea de agrado!_ Replicó Serena mientras su codo golpeaba repetidas veces el cuerpo de Francesca.
La chica, desconectada de su realidad, levantó su semblante encontrándose con una posible caótica situación.
Ambos primos se percibían con un aura pesada. Amelie intentaba ignorar cualquier tipo de movimiento aferrándose fuertemente a su asiento mientras que Maximiliano trataba de perder su mirada en los pintorescos paisajes de la creciente ciudad andromidiana.
_ Cuando lleguemos a la ciudad voy a dejar esta carta en algún correo portátil, de paso voy a comprar algunas golosinas por ahí. ¿Alguien quiere?_ Preguntó Francesca animando levemente la pesada sensación de riña.
_ ¡Unos bombones de menta y licor para el conductor por favor!_ Señaló Brian desde su asiento como conductor principal.
_ ¡Bananitas de dulce de leche bañadas en chocolate!_ Añadió Rubí persuadida por la pícara sonrisa de su amiga, Daniela.
_ Gomitas azucaradas.
_ Alfajorcitos.
Pronto todos los adolescentes añadían más productos al anotador dentro de la ágil memoria de Francesca concluyendo por último con los primos.
_ Chicles de sandía._ Dijo Maximiliano por lo bajo evitando cualquier tipo de mueca injusta.
Pronto todos esperaron en silencio a la respuesta de Amelie. Aquella adolescente parecía seguir con la misma actitud sin afán de cambiar por más incómodo que sea.
_ Yo te invito unos bocaditos de membrillo, eran mis favoritos cuando era chica... solo espero que se sigan fabricando._ Propuso Malaquita a la espera de una respuesta oportuna.
_ No hace falta comprar todo eso... ya le avisé a mi vieja que estamos en camino y ahora está preparando algo especial._
La incómoda sensación de riña se escabulló como un aire denso dejando en su lugar una pequeña celebración por parte de todos.
_ ¡¡¡¿QUÉ HICISTE QUÉ!!!?_ La voz de Brian se quebró a la par que su pie pisaba con fuerza el acelerador causando una posible masacre.
La limusina dio rápidamente un manotazo de ahogado escapando con mucha suerte de un posible choque contra un enorme camión de carga.
Los gritos no se hicieron esperar y las bosinas cobraron mayor importancia.
Las bocas de todos los pasajeros quedaron en completo silencio tras escucharse las sirenas de lo que podrían ser unos posibles policías.
_ ¿Y qué querías que haga? No íbamos a caer de la nada a casa, tampoco la pavada._ Replicó Amelie siendo la única en poder hablar en una circunstancia como aquella.
_ ¡Justamente no llamar la atención!
_ ¡¿Y cómo queres que no llame la atención la aparición de una señora desconocida en casa de mis viejos, eh!?_ El enojo y el desenfreno en Amelie parecía escalar de mal en peor, absolutamente nada en aquella limusina era capaz de detener la furia que emanaba la adolescente. Fue Rubí, la más pequeña de todas, en darse cuenta de la repentina aparición de un patrullero conduciendo a la misma par que la limusina. Sin embargo ningún gesto era capaz de llamar la atención en aquella acalorada discusión.
_ ¡Estamos de acuerdo, la gran mayoría, en que la casa de tus padres es lo suficientemente grande para mantener a Malaquita resguardada y absolutamente nadie sospecharía nada raro._ Brian intentaba aplicar la lógica ante aquella innecesaria discusión oportunista.
Su enojo le fue tal que la misma presencia del patrullero al lado de su ventanilla le fue inadvertido. No fue hasta las sirenas y el ruido de un silbato lo que detuvo el andar de aquella limusina extravagante en medio de una autopista bastante concurrida.
Brian se vio en vista de hacer caso con la ley únicamente resguardado por la mirada comprensiva de sus amigos quienes inventaron cualquier tipo de artimañas para mantener a Malaquita fuera del alcance de todos.
_ Buenos días, señores._ Brian saludó cordialmente a los oficiales una vez su ventanilla se encontraba totalmente baja.
_ Hemos notado un exceso de velocidad que pudo haber ocasionado un terrible accidente mortal. Precisamos de su identificación y los papeles del auto._ El policía a cargo de ser el copiloto aplacó a Brian dejando al adolescente más que renegado a una pequeña reflexión interior.
El chico no llevaba consigo aquella identificación ni mucho menos algo similar que le sea de ayuda.
Su suerte se vio consigo una vez su mano se redirigió a la guantera de la limusina. Fue allí que encontró lo justo y necesario.
Al parecer su padre había olvidado su antiguo registro de estrella en aquella excéntrica limusina, fue eso lo que salvó el pellejo de un gran grupo de adolescentes en apuros.
_ Usted es Harold Beintz Deallus... se encuentra mucho más joven de lo que se muestra en el registro digital, señor._ Observó el policía mostrándole al joven la imagen de su padre con unos años más encima.
_ Es que me quite la barba y de paso me hice unos retoques en el cabello... los hombres también tenemos derecho a mantenernos jóvenes._ Expresó con timidez el joven chófer logrando así su cometido.
_ ¡Lo que es tener buena genética, eso fue todo, puede seguir con su camino pero tenga más cuidado que la genética no es inmorta, ehl!_ El policía esbozó una pequeña sonrisa sarcástica dejando libre al joven chófer.
La calma prosiguió por un largo tiempo, el auto se encontraba en su último recorrido entrando al corazón de la gran ciudad y todavía se sentía aquella presión inusual. Nadie se atrevía a hablar con respecto a los hechos, cada uno de ellos se mantenía fijo en su asiento contemplando de más cerca los grandes rascacielos.
_ ¿Y bien? ¿Ahora se van a quedar todos callados?_ Preguntó Amelie siendo esta vez ella misma en acotar una plática ferviente.
_ A lo mejor la ciudad no es el mejor lugar para mantener a Malaquita escondida._ Dijo Serena dejando a flote uno de sus pensamientos más recurrentes.
Brian quien seguía en control de la limusina no evitó sentir aquella presión que estrangulaba su cuello y lo dejaba sin aire pero esta vez su control se encontraba fervientemente en no cometer ningún accidente automovilístico.
_ A lo mejor si la atrapan acá no sea tan peligroso como sí sería afueras de la ciudad.
_ Quedras decir más escandaloso, la prensa se llenaría de rumores incongruentes y no dejarían de hacer teorías rebuscadas con tal de llamar la atención y vender un poco de su sucio drama._ Agregó Amelie a toda esa acotación cierta.
Poco a poco la mirada de Malaquita se llenaba una vez más de aquella típica ansiedad que parecía ser su compañera fiel. Después de lo sucedido y teniendo bajo su cargo a tantos adolescentes le era incluso más peligroso ser vista por aquella casa de la que tanto hablaban sin cesar.
_ ¿Estás bien?
Una mano se posó sobre el hombro de la mujer conteniendo toda su angustia en esa mirada comprensiva que tanto la había ayudado los últimos días.
_ Tus amigos tienen razón Fran... pero después de todo lo que están haciendo por ayudarme sería una total falta de respeto entregarme así como si nada... confío en ustedes tanto como ustedes en mi._ Malaquita dejó por unos segundos atrás todo tipo de culpa y angustia centrándose en aquellos ojos cristalinos que tanto la observaban con ilusión.
_ ¡Que bien que te hayas dado cuenta y si te atrapan no te preocupes, acá mismo tengo la carta que va a cambiar por completo el rumbo de tu destino!_ Dijo Francesca abrazando con gran admiración a Malaquita.
Al tenerla en manos una pequeña ráfaga de viento helado recorrió su cuerpo empanoandola de escalofríos húmedos.
Sin embargo tras dar una rápida mirada notó en Francesca aquella emoción idealizada que tanta lástima le generaba en Malaquita.
_ Después de todas las cosas que estás haciendo por mí no puedo desconfiar._ Replicó Malaquita tomando la valentía para leer lo que allí se escribía.

Aprendiz De Emperatriz III: El pecado de una inocente| Brenda Perez Miranda Donde viven las historias. Descúbrelo ahora