𝗱𝗼𝘀

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—Eres malísima —dice la entrenadora, mirándome

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—Eres malísima —dice la entrenadora, mirándome.

Ni como defenderme. Sé que lo soy.

Todo el equipo de voleibol está formado en el gimnasio, bajo nuestros pies brilla la madera encerada que con tanto esfuerzo limpié. La entrenadora está dándonos consejos mientras se pasea de un extremo a otro. Siento los hombros de mis compañeras rozando los míos debido a la mirada que la entrenadora nos da, nos hace volvernos pequeñitas con esos ojos oscuros de color verde.

Nuestro uniforme es de color azul marino y púrpura, el típico uniforme de voleibol. Camisa de mangas cortas, pantalón corto muy arriba de los muslos, calcetas altas y zapatos de voleibol. Nada de otro mundo. La diferencia está en el orgullo que cada una porta con su número estampado en la espalda. Como si el universo me odiara, tengo el número 10.

El protector de rodillas se me resbala por la pierna. La entrenadora se da cuenta de esto y suspira.

—¿Ni siquiera puedes ponerte bien eso? —me pregunta con su acento alemán todavía más marcado de lo normal.

—Perdón, ya se estiró el elástico —mi voz sale apenas en un susurro y me agacho para colocarme bien la rodillera.

La entrenadora Birk asiente varias veces, como si así mi tontera se disminuyera un poco. Es una persona un poco brusca pero sé que no lo dice para humillarme.

O quizá sí.

—Tus saltos son malos —dice, solo el movimiento de su ropa rozarse se escucha—. Pediré a alguien del equipo de basquetbol ayuda.

—Gracias.

—Hum —asiente y se acerca a la chica a mi lado, Avantika—. Eres buena líder, solo te falta carácter.

Para mí, Avantika era excelente. A veces nos regañaba pero nada del otro mudo, al menos nos nos hacia llorar. Siempre nos animaba, grababa los partidos y decía en que teníamos que mejorar. Es una excelente colocadora.

—Y tú —su presencia está frente a Momona—. Eres excelente.

La sonrisa que le da es como ver a un hambriento frente al bistec más sabroso.

Por supuesto, Momona Tamada era perfección. Teníamos la misma complexión física pero sin duda ella sabía cómo usar su cuerpo. Usualmente su posición era Líbero, o sea, se mantenía hasta atrás con el cuerpo siempre en el suelo, evitando que la pelota caiga en él. Su delgadez, flexibilidad y lo ágil que era, le sumaban muchísimos puntos.

El resto de la clase, la entrenadora Birk se la pasa dando consejos y corrigiendo errores.

—¡A jugar! —grita, soplando el silbato.

Desaparece rápidamente por el estrecho pasillo que conduce a los salones de clase. La entrenadora Birk era tan sigilosa y enigmática. Su cabello rubio amarrado con un moño firme desaparece rápidamente.

𝗜 𝗖𝗔𝗡 𝗦𝗘𝗘 𝗬𝗢𝗨 | 𝗖𝗛𝗔𝗥𝗟𝗜𝗘 𝗕𝗨𝗦𝗛𝗡𝗘𝗟𝗟Donde viven las historias. Descúbrelo ahora