𝗾𝘂𝗶𝗻𝗰𝗲

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No sé cómo llegamos hasta aquí, pero aquí estamos

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No sé cómo llegamos hasta aquí, pero aquí estamos. Mi pie se mueve de un lado a otro mientras la estantería detrás de mí presiona contra mi espalda. En la biblioteca apenas hay silencio, siempre es así en esta escuela. No importa cuánto el Sr. Collins, nuestro bibliotecario, haga callar las voces.

—Tendremos un partido en Texas la semana que viene —me informa Charlie, con la vista en el viejo libro sobre su regazo—. Todo el equipo irá.

Sé lo que me quiere decir incluso si no ha pronunciado ninguna otra palabra. Su pantalón de mezclilla roza el mío, extendido sobre el pasillo frente a la estantería. Levanta la vista. Sus ojos me evalúan, ninguna sonrisa de su parte hasta ahora.

—¿Y qué quieres que haga con esa información? —finjo desinterés.

—Asegúrate de olvidarte de hacer las tareas —su vista vuelve al libro—. No quiero volver y saber que llevas el primer lugar.

Sonrío apenas. Por encima de las estanterías cuelga un ventilador gigante; el aire frío es gloria en estos días de calor infernal. Así es como Charlie me encontró.

Después, simplemente se sentó frente a mí, estiró las piernas y escogió un libro cualquiera. Éramos conscientes de la presencia del otro, pero compartir un ventilador no le haría daño a nadie.

—Y tú —digo dándole un empujón a su cadera con mi zapato—. Asegúrate de volver vivo. Ya sabes cómo es Texas, la cuna de los tiroteos escolares.

Su mirada se eleva hasta encontrarse con la mía. Sus rizos desordenados se le pegan a la frente de una manera natural. Ni siquiera es capaz de verse sucio con la cara brillante debido al sudor. Sonríe.

—¿Preocupada, West?

—No —niego con los labios pegados—. Para nada. Solo digo, me preocupo por el entrenador. No querrá perder a su número diez.

—Sí, claro.

Cierra el libro y enfoca su mirada por completo en mí. Acomoda sus rizos, y el aire acondicionado le seca la frente rápidamente.

—Uhm —empieza—. Tu número también era diez.

Ruedo los ojos, un poco cansada de que Charlie me lleve a esos recuerdos.

—Sí. Lo era.

—¿Extrañas jugar?

El tono en su voz me dice que aún recuerda nuestra pelea en los pasillos cuando dejé el equipo. No hay rastro de burla, así que me permito disfrutar de este pequeño momento en el que él me deja conocerlo, y también le permito conocerme.

No se sabe, quizá sí haya un tiroteo y esta sea nuestra última conversación.

—Sinceramente, no. Jugaba solo cuando la entrenadora me lo pedía. Sentía que se avergonzaba de mí cuando jugábamos contra otros equipos —doblo mis piernas, colocando mi mentón sobre ellas—. Incluso así, nunca llegué a sentirme parte de algo. Siempre me sentí ignorada, no vista.

𝗜 𝗖𝗔𝗡 𝗦𝗘𝗘 𝗬𝗢𝗨 | 𝗖𝗛𝗔𝗥𝗟𝗜𝗘 𝗕𝗨𝗦𝗛𝗡𝗘𝗟𝗟Donde viven las historias. Descúbrelo ahora