𝗰𝗮𝘁𝗼𝗿𝗰𝗲

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El miércoles, el gimnasio estaba casi desierto, a excepción de tres chicos que charlaban entre ellos, sentados en las bancas más altas

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El miércoles, el gimnasio estaba casi desierto, a excepción de tres chicos que charlaban entre ellos, sentados en las bancas más altas. La directora estaba en el podio, acompañada por un par de profesores que parecían estar más interesados en sus propias conversaciones. El eco de risitas llegó a mis oídos apenas entré, y de inmediato me congelé, deteniéndome tan rápido como había llegado. Algo me decía que llegaba tarde.

Eché un vistazo a mi teléfono, y confirmé mis sospechas: quince minutos de retraso. Genial, justo lo que necesitaba. Seguro que la directora, con su obsesión por la puntualidad, ya estaba lista para comenzar. Ignoré las miradas burlonas de los chicos y me dirigí hacia las bancas más bajas, intentando aparentar que no me importaba la atención.

Había pasado una semana desde que envié mi solicitud, y aún no tenía respuesta. De hecho, ninguno de los alumnos la tenía. Pero en los pasillos, podía sentir las miradas sobre mí, como si me evaluaran, intentando adivinar mi puntaje en el SAT, preguntándose si eso me daría alguna ventaja sobre ellos. Cada vez que el megáfono se encendía para dar algún anuncio, sentía cómo las miradas se intensificaban, como si estuvieran esperando escuchar mi nombre.

Y no solo miraban en mi dirección. Sabía que también estaban observando a Charlie. Él siempre llamaba la atención, pero ahora, con ambos inscritos en el concurso de literatura y las solicitudes de universidad enviadas, parecía que toda la escuela estaba pendiente de nosotros, de cómo nos iría en esto. La presión era palpable, y, de alguna manera, incluso yo me convertí en parte de este espectáculo. Cada pequeño gesto, cada palabra que él pronunciaba, los analizaba como si buscara alguna clave oculta que me revelara si alguna de sus solicitudes —totalmente desconocidas para mí— habían sido aceptadas, o, quién sabe, incluso rechazadas.

¿Qué podía hacer? Mi curiosidad siempre ha dominado mi personalidad.

Lo último que necesitaba ahora era pensar en Charlie. Desde el almuerzo, lo había perdido de vista después de que lo vi salir con Shay al patio. A estas alturas, si no aparecía, me daba exactamente igual. Menos competencia para mí, pensé, mientras me acomodaba y sacaba mi libreta. Necesitaba concentrarme en los requisitos para el concurso, no en él.

La directora, con su falda de tubo perfectamente planchada y su piel oscura resplandeciente bajo las luces del gimnasio, carraspeó varias veces antes de que el sonido del micrófono funcionara correctamente. Cuando su voz finalmente resonó en el gimnasio vacío, me preparé para anotar todo lo que dijera.

Pero justo cuando iba a empezar a hablar, la puerta se abrió de golpe, captando la atención de todos. Y, por supuesto, era Charlie Bushnell. Como si el universo no pudiera permitirme ni un segundo de paz.

Venía sudoroso, con la piel pálida y brillante, como si hubiera corrido para llegar. Me consolaba la idea de que al menos había hecho un esfuerzo. Su mochila colgaba despreocupadamente de un solo hombro, y una media sonrisa se dibujaba en su rostro, dándole un asentimiento informal a la directora antes de caminar hacia mí.

𝗜 𝗖𝗔𝗡 𝗦𝗘𝗘 𝗬𝗢𝗨 | 𝗖𝗛𝗔𝗥𝗟𝗜𝗘 𝗕𝗨𝗦𝗛𝗡𝗘𝗟𝗟Donde viven las historias. Descúbrelo ahora