𝘀𝗲𝗶𝘀

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—¿Cómo que te vas?

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—¿Cómo que te vas?

La saliva de la entrenadora me azotó la cara. El enojo es palpable en su pregunta pero también hay deje de decepción en ellas. Las últimas semanas habían sido un desastre en los entrenamientos de voleibol. 

Avantika había sido amable conmigo durante los entrenamientos pero podía notar cada vez que su paciencia conmigo disminuía. Podía escucharla susurrar a Shay lo mucho que las estaba atrasando. Eso me llevó al despecho de la entrenadora, con unas simples palabras como: Dejaré el equipo.

—¡Maisie! ¿Te has puesto a pensar en la línea peligrosa que estás cruzando? —espeta con incredulidad—. Ningún equipo va a recibirte y ni sueñes con tener una beca en la universidad. Esto que estas haciendo es de cobardes.

Cobarde.
Eso es lo que era. Siempre renunciando a las cosas cuando no iban bien.

—Es por el bien de ellas —dije, sin levantar la mirada—. Sé que no soy buena, es muy tarde para mí.

—Ridículo.

Sentí mi sangre arder. El enojo formado en puños mis manos y mis muelas rechinando.

—Ya —dije burlona—. Como si realmente a usted le importara, entrenadora Birk. Siempre dejándome en la banca, ¿cómo iba a mejorar?

Vi en sus ojos azul gélido cruzar una sombra, no sabía si de enojo o si había tocado una fibra en su cabeza. Tomó una inhalación con fuerza como si tratara de tomar las palabras invisibles que flotaban en el aire.

Un extenso minutos permaneció en el aire. Sintiéndose como horas más tarde, la entrenadora carraspeó. Eché una mirada a su despacho, la última. Su escritorio de madera oscura estaba atiborrado de libros y lápices, detrás de su silla colgaban las miles de medallas, dejando en claro lo buena qué era pues la mayoría eran de oro. A mi izquierda, una pequeña estantería con un botiquín de primeros auxilios, pelotas nuevas y un par de chaquetas impermeables. No había nada más a lo que poner atención, más que a mis manos entrelazadas sobre mi regazo.

—Está bien.

Levanté la mirada hacia ella. Mis ojos se fijaron en los de ella, sentía que la entrenadora Birk me estaba viendo por primera vez en su vida. ¿Me estaba dejando ir tan fácil?

—¿Disculpe? —pregunté.

—Qué está bien —recalcó y volvió a carraspear—. Avisaré a la directora sobre esto, aunque sé que ya debe saberlo.

—Gracias.

La incomodidad me hacía picar la piel. Puse mis manos en los antebrazos del pequeño sillón de cuero y me elevé para levantarme. La directora repasó mi cuerpo, evaluando duramente. No tenía un cuerpo de deportista y parece que apenas lo estaba notando.

Antes de cerrar la puerta, giré la cabeza hacia ella. Me miraba con una decepción, no de mí, sino de ella.

Sabía que lo fácil saldría siendo algo difícil.

𝗜 𝗖𝗔𝗡 𝗦𝗘𝗘 𝗬𝗢𝗨 | 𝗖𝗛𝗔𝗥𝗟𝗜𝗘 𝗕𝗨𝗦𝗛𝗡𝗘𝗟𝗟Donde viven las historias. Descúbrelo ahora