𝘁𝗿𝗲𝘀

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Maisie West, 11 años

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Maisie West, 11 años.


La directora me mira fijamente, tiene las manos entrelazadas en la mesa y su tez oscura le da un aspecto intimidante cuando su entrecejo se frunce mucho. Mi madre está al lado mío, vestida con su vestido de cuerpo completo. Blanco como el algodón. Su bolsa Channel se luce en su regazo, con las manos de mi madre aferrándose a él.

Sé que no debía golpear a Isabella en el recreo. Ahora estoy aquí en lugar de ella.

Le rompí la nariz a Isabella cuando me dijo que tengo una «puta» como madre. La directora Stevens me ha preguntado cual fue la razón por la cual hice lo que hice, pero me niego a repetir esas palabras frente a ellas. Especialmente frente a mi madre.

Odié a Isabella porque me hizo dudar y, al hacerlo, también me odié a mí. Formé un puño con mi mano y lo lancé con fuerza hacía su cara. La sangre de Isabella me salpicó en la mano y verla llorar fue más doloroso que mi propio dolor.

Cayó hacia atrás y el golpe en su cabeza hizo un sonido seco en el salón de Artes. La escuché ahogarse con su propia sangre y no hice nada para levantarla. Mis compañeros corrieron hasta llegar a Isabella, con toallas y brazos fuertes, la estabilizaron.

Las toallas blancas se tiñeron de carmín rápidamente. El rojo de la sangre tiñó mis ojos y el olor a hierro me dio náuseas. Isabella solo me miró con odio, su cometido estaba hecho y solo eso le bastaba.

—¿Qué fue lo que pasó? —volvió a preguntar con más fuerza la directora. No quería perder la calma con mi madre presente—. ¿Qué fue lo que te dijo? ¿Qué fue lo que hizo que reaccionaras así?

—Nada —repetí por quinta vez—. Nada.

Sabía que podía decirle a la directora, sin la presencia de mi madre, lo que Isabella había dicho. Pero no quería. Esa palabra y el nombre de mi madre no se veían bien juntas. Solo de decirlas en voz alta frente a cualquiera era como hacer una declaración. No podía permitirlo.

Tenía que cuidar de mi madre, aunque ella no cuidara de mí.

La directora suspiro frustrada, dio por hecho lo sucedido. Mis ojos estaba fijos en los Converse blancos que estaba usando, la sangre de Isabella que pisé mientras me sacaban del salón estaba ahí. Un recordatorio más de lo que había pasado.

La madre de Isabella quería presentar cargos contra mí pero, al ver a mi madre y su presencia, dio un paso atrás. Sabía que Emily Sinclair tenía el suficiente dinero para pagar abogados y defenderme, la madre de Isabella no lo tenía. Era una madre soltera que apenas sobrevivía.

Mi madre hizo un trato con la directora. La señora Stevens sonrío triunfal cuando mi madre sacó la chequera de su bolso. Mis expediente estaba limpio y mi nombre también.

Cuando llegamos a casa, lo primero que mi madre hizo fue quitarse los tacones, caminar conmigo detrás de ella, girarse y abofetearme la cara.

La mejilla me ardía tanto que las lágrimas se me escaparon. Mi madre, Emily, me miraba con decepción. Su cuenta bancaria contaba con unos miles menos que ayer.

—Primero eso y después me entero de esto —sacó apresuradamente un hoja de papel.

Mi examen de Matemáticas. Había perdido el examen porque no había estudiado lo suficiente, repasé hasta que el primer gallo de la mañana cantó, hice fichas con el paso a paso y cuando llegó el día... todo se echó a perder. Todo lo estudiado se me había borrado de la cabeza en un instante. Estudiar no había válido la pena.

—¡Tu obligación es traer buenas notas a casa! ¡Para eso pago tu educación! —me espetó—. Así que, traes buenas notas a casa o te vas con tu padre.

No quería vivir con mi padre. Mi vida estaba estabilizada en Pensilvania, todo lo que tenía estaba aquí. Siendo tan niña, no podía vivir de país en país. Para muchos sería una vida excelente, pero para mí no.

Eso significa no pertenecer ningún lado.

La primera vez que recibí un diploma de reconocimiento, mi madre saltó de alegría. Yo estaba muy feliz y a cada rato repasaba mi nombre en él. Mi madre tuvo una reunión con sus amigas esa noche y presumió mi diploma como si fuera suyo. Sus amigas estaban tan feliz por mí y esa atención le gustó a mi madre.

Por eso me pedía eso.
Y yo estaba dispuesta a dárselo.

Ahora sabía lo mucho que le gustaba que le dijeran que mi inteligencia, mi perseverancia, mi disciplina, la haya sacado de ella. Se sentía orgullosa de tener una hija que tuviera aquel futuro brillante que ella no pudo por culpa de mi padre. Vivió bajo la sombra de un estudiante de Arquitectura, alguien que resultó ser más exitoso que ella y eso la frustró para toda la vida.

Estoy viviendo el sueño de mi madre y lo vivo solo porque quiero que me quiera.

Al día siguiente, mi madre me retiró de la escuela. Amenazó a la directora y le recalcó que nada había pasado conmigo y que, si andaba de boca suelta, se encargaría de convertirla en una sintecho. La directora, hasta ahora, no ha dicho nada.

Emily Sinclair vivía bajo su propio dinero, aún frustrada con mi padre. Vivía de apariencias, sabía muy bien que no tenía todos los contactos necesarios para dejar sin nada a la señora Stevens.

Una semana tardó en hacer las maletas y conseguir una linda casa en California. Me hizo cambiarme de Estado, así que perdí a mi única amiga, Olive, quien vivía en mi vecindario. Perdí contacto con ella y aún la recuerdo saludandome desde su ventana.

Me adapté con facilidad a Santa Mónica, California. A veces, mi madre sonreía cuando tenía los pies sobre la arena. Su falda y su cabello rubio volaban con el aire y sonreía ante la cámara que yo sostenía.

Me obligué a amar mi nuevo hogar, solo para poder verla sonreír así otra vez.

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𝗜 𝗖𝗔𝗡 𝗦𝗘𝗘 𝗬𝗢𝗨 | 𝗖𝗛𝗔𝗥𝗟𝗜𝗘 𝗕𝗨𝗦𝗛𝗡𝗘𝗟𝗟Donde viven las historias. Descúbrelo ahora