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Christina llegó a casa exhausta, cargando bolsas de compras con lo esencial para la despensa y para la cena. Abrió la puerta con dificultad y, al cerrarla, exclamó con una mezcla de irritación y agotamiento:

—Nikolay, ¿nadie va a recibirme?

Se adentró en la cocina, dejó las bolsas en el mostrador y caminó hacia la sala. Al ver a Nikolay recostado en el sofá, envuelto en una manta, comentó con tono irónico:

—Estás acostado, ¡qué suerte tienes! —dijo mientras se retiraba un chaleco azul de los hombros—. Vaya trabajo que me encontraste, no se lo desearía ni a un enemigo.

Nikolay estornudó, llamando la atención de Christina, pero ella no se percató y siguió hablando:

—Todo el día bajo los rayos del sol, con gente extraña y con apenas unos centavos en el bolsillo —continuó mientras se quitaba los tacones—. Estoy tan cansada —exageró, rodando los ojos.

Se acercó a Nikolay y, viendo que él no le respondía, se sintió ignorada.

—¿Ni siquiera me hablas? —dijo molesta—. ¿Me estás ignorando?

Nikolay, con voz débil, le respondió:

—Me siento muy mal.

Christina, ahora preocupada, se acercó más para examinarlo. Nikolay explicó que un cliente había estornudado cerca de él y que había contraído un virus. Christina tocó su frente y sintió que tenía fiebre, así que salió apresuradamente en busca de Magnolia, la tía de Nikolay. La mujer la acompañó de vuelta y le colocó un termómetro debajo del brazo de Nikolay. Esperaron cinco minutos y, al ver el tiempo, Christina tomó el termómetro.

—Déjamelo a mí —dijo Magnolia, sabiendo que Christina no sabría cómo leerlo. Observó la temperatura y anunció—: Tiene 38.9 grados.

Christina la miró con preocupación, pero Magnolia la tranquilizó:

—Estará bien, solo necesita descanso y leche con miel. ¿Tienes leche?

Christina abrió el refrigerador y vio que no había.

—No tengo —respondió, frustrada.

—Ve a la tienda a comprar —sugirió Magnolia.

Christina tomó su chaleco y salió corriendo a la tienda. Al regresar, Magnolia le dio instrucciones detalladas:

—Debes hervir la leche y colocar una taza con miel.

Christina entendió y siguió las instrucciones. Mientras buscaba la miel, la leche hirvió y se derramó en la estufa. Tomó el envase con cuidado y vertió la leche caliente en una taza. Luego, salió con una pequeña charola hacia donde estaba Nikolay, arrastrando una silla para colocar la taza frente a él.

Nikolay, asombrado por la atención, preguntó:

—¿Todo esto es para mí?

Christina asintió y explicó:

—Tu tía Magnolia me dejó instrucciones. Debes beber todo.

Nikolay tomó la taza, haciendo una mueca al recordar que nunca le había gustado la leche, especialmente cuando estaba espumosa. A pesar de su desagrado, tomó un sorbo y, antes de cerrar los ojos, comentó:

—Si no te hubiese dado alojamiento, no tendrías a nadie que cuidara de mí. Eso decía mi abuela.

Christina, pensativa, observó a Nikolay mientras lo terminaba de cubrir con la manta. Reflexionó sobre sus palabras, reconociendo la verdad en ellas. Nikolay tenía razón; a pesar de sus diferencias y dificultades, se cuidaban el uno al otro en momentos de necesidad.

Mi Reino por un Amor©© (COMPLETA✓)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora