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Al día siguiente, Christina se despertó temprano, determinada a demostrar que podía valerse por sí misma. El apartamento estaba silencioso; Nikolay ya se había ido a trabajar. Christina se vistió con esmero, poniéndose su mejor ropa de trabajo, y se dirigió a la cocina para prepararse un desayuno rápido. Mientras comía, repasó mentalmente la ruta que debía seguir para llegar a la oficina en transporte público.

Con el corazón un poco acelerado, salió del apartamento y se dirigió a la parada de autobús más cercana. La mañana estaba fría y gris, y la ligera llovizna que caía le daba un aire melancólico a la ciudad.

Christina se subió al autobús, apretujada entre los pasajeros. El vehículo estaba repleto de gente, y casi no podía moverse. Cuando llegó a su parada, tuvo que forcejear para salir. Una vez en la calle, se arregló el cabello, tratando de recuperar algo de dignidad. Un ciclista pasó peligrosamente cerca de ella, y Christina maldijo por lo bajo.

Al llegar al edificio donde sería su entrevista, notó que la recepción estaba vacía. Mientras esperaba, las puertas automáticas se abrieron y entró un hombre en ropa de ciclista, con el cabello despeinado por el ejercicio matutino.

—Buenos días —dijo el hombre, con una sonrisa cordial.

Christina lo miró con indiferencia. El hombre continuó, sin inmutarse:

—Llévame un café y el correo de hoy.

Christina, sin pensarlo dos veces, respondió con un tono de desdén:

—No soy tu empleada. No fui a Inglaterra a estudiar para buscar correspondencia y mucho menos para servir café. Si quieres, te lo puedes preparar tú mismo.

El hombre quedó boquiabierto, claramente sorprendido. En ese momento, llegó Elena, la secretaria, jadeando ligeramente.

—Disculpe la demora, había mucho tránsito —dijo Elena, tratando de recuperar el aliento.

—Siempre hay mucho tránsito —respondió el hombre con una mezcla de irritación y resignación.

Elena, intentando suavizar la situación, le presentó a Christina:

—Ella es la traductora de la que le hablé.

El hombre, sin ocultar su enfado, declaró:

—No me importa. Jamás trabajará en esta empresa.

Elena miró a Christina con una mezcla de disculpa y pena. Christina, por dentro, sentía que el suelo se desmoronaba bajo sus pies. Había conseguido una oportunidad y la había perdido por su propia imprudencia.

Saliendo del edificio, Christina decidió ir a una heladería cercana. Siempre compraba helado cuando estaba triste. Pidió una paleta de chocolate y caminó hasta el parque donde había estado con Nikolay el día anterior. Se sentó en el mismo banco, con la tristeza pesándole en el corazón. Mientras comía su helado, dejó caer la paleta al césped.

Dando tres pasos hacia atrás, recogió la paleta y la depositó en la basura, un gesto que no había hecho el día anterior. Se sentó de nuevo en el banco, mirando al vacío, sintiendo la combinación de frustración y desánimo. El parque, que ayer parecía un lugar de consuelo, ahora le parecía un recordatorio de su fracaso.

Christina caminó por las calles, sus pasos resonaban en el pavimento mojado mientras la lluvia había comenzado a cesar. Llegó hasta una tienda y desde afuera vio un cartel que decía "Se solicita ayudante de tienda". Inspirando profundamente y ajustando su abrigo, decidió entrar.

Al abrir la puerta, fue recibida por un tintineo de campanilla. La tienda estaba llena de ropa de moda, con estanterías bien organizadas y maniquíes elegantemente vestidos. El aire estaba perfumado con una fragancia floral sutil. Christina se sintió inmediatamente atraída por el ambiente. Los reflejos de las luces cálidas sobre las telas creaban una atmósfera acogedora.

Mi Reino por un Amor©© (COMPLETA✓)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora