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Christina salió de la casa con las maletas en cada mano, su corazón latiendo con fuerza mientras la puerta se cerraba detrás de ella. La realidad de su situación la golpeó de inmediato: no sabía adónde ir ni qué hacer. Las calles de su vecindario, normalmente tan familiares, ahora parecían extrañas y desalentadoras.

Alexei observaba desde una ventana del segundo piso, su expresión endurecida por la preocupación. Ver a su hija alejarse de la casa, su figura cada vez más pequeña, le dolía profundamente. A pesar de su determinación de enseñarle una lección, no podía evitar sentirse responsable y angustiado.

-Estaré lejos y cerca a la vez- pensó, sabiendo que no podría dejarla completamente sola.

Christina, por su parte, caminaba sin rumbo fijo, tratando de mantener la cabeza alta a pesar de la incertidumbre que sentía. Con cada paso, su mente se llenaba de preguntas y temores.

-¿A dónde voy ahora? ¿Cómo voy a arreglármelas sin el dinero de mi padre? No puedo fallar... No puedo dejar que él tenga razón-

Las calles estaban tranquilas, con el sol de la mañana brillando intensamente. Los árboles alineados en la acera proyectaban sombras largas, y el canto de los pájaros llenaba el aire. Pero para Christina, el mundo parecía vacío y hostil.

Se detuvo en una esquina, su respiración acelerada. Sacó su teléfono y comenzó a revisar sus contactos, buscando algún amigo o conocido que pudiera ofrecerle un lugar para quedarse temporalmente. -No puedo volver atrás... no ahora, pensó, sintiendo una oleada de desesperación-

Christina, sin auto, se paró en la salida de su vecindario esperando que alguien se detuviera a ayudarla. Frente a ella pasaban autos finos, pero ninguno se detenía. Resopló frustrada y murmuró:

—Malos educados...

Se sentó en una de sus maletas, mirando a lo lejos. Sin darse cuenta, un auto viejo se detuvo a su lado. De él salió un hombre de aspecto pobre y desaliñado. Christina lo miró con repudio.

—¿A dónde va, señorita? —preguntó el hombre.

—A ninguna parte —respondió Christina, cruzándose de brazos.

El hombre se acercó un poco más, observándola con curiosidad.

—¿Se ha separado de su novio? —insistió.

—No tengo novio —contestó Christina, mirando su aspecto desaliñado y evaluándolo con desprecio. —Y aléjese, no quiero hablar con usted.

El hombre sonrió con una mezcla de tristeza y paciencia.

—Mi hermana dice lo mismo —dijo, señalando su auto. —Es cocinera en el pueblo.

Christina levantó una ceja, desinteresada y molesta.

—Pues felicidades por ella. Ahora, váyase.

El hombre ignoró su comentario y se acercó a sus maletas, tomándolas con firmeza. Christina se exaltó, levantándose de un salto.

—¡Oiga, deje mis cosas! —gritó. —No me voy a ir con usted jamás.

El hombre la miró con una mezcla de paciencia y determinación.

—No llegará lejos con esos zapatos —dijo, señalando los tacones finos que llevaba puestos.

Christina, en un intento de sostener sus maletas, se resbaló y casi cayó a la hierba. El hombre la ayudó a levantarse con suavidad, sin soltar las maletas.

—Déjeme llevarla a la ciudad. Allí podrá hacer lo que quiera —ofreció.

Christina, sin muchas opciones, suspiró y aceptó de mala gana.

—Está bien, pero no intente nada raro.

El hombre sonrió levemente, ayudándola a subir al auto viejo.

—No se preocupe. Solo quiero ayudar.

Mientras el auto arrancaba, Christina miró por la ventana, pensando en la posibilidad de que el desconocido tenía toda la razón. No llegaría lejos con dos maletas y unos tacones finos.

El hombre le abrió la puerta del auto para que entrara. Christina, con cierta desconfianza, se subió al vehículo. Una vez dentro, el hombre cerró la puerta con suavidad y se dirigió al asiento del conductor. Al arrancar el auto, el motor rugió ruidosamente, haciendo que Christina se estremeciera un poco.

Christina miraba el auto con desprecio mientras Nikolay, con una media sonrisa, le daba golpes al tablero para que el coche siguiera funcionando.

—Este auto es viejo, pero aún sirve —dijo Nikolay, notando la expresión de Christina.

Christina lo miró con indiferencia. Nikolay rompió el silencio con una pregunta inesperada.

—¿Nos conocemos? —preguntó, medio en broma.

—No, es imposible —respondió Christina con incredulidad.

—Soy Nikolay —se presentó.

—Christina —respondió ella, sin mucho interés.

—No te preocupes, Christina. Este auto nos llevará. Ha pasado de mi tío a mi primo y de mi primo a mí, pero aún resiste. Trabajo en una fábrica en Tambu, y luego comencé a trabajar en Moscú —dijo Nikolay, tratando de mantener la conversación.

Christina apenas podía creer en manos de quién había caído. Nikolay le preguntó en tono jocoso:

—¿A quién le robaste esas maletas?

—No quiero hablar de eso. Llévame a uno de los hoteles de mi padre —respondió Christina con frialdad.

Nikolay asintió y condujo hacia el hotel. Al llegar, desmontó las maletas y le preguntó:

—¿Quieres que te espere?

Christina lo ignoró por completo y entró al hotel. El lugar era impresionante, con una gran entrada adornada con mármol, candelabros brillantes y personal uniformado que se movía con eficiencia. Se acercó al mostrador de servicio al cliente, donde el recepcionista la reconoció de inmediato.

—Buenas tardes, señorita Christina —la saludó el recepcionista.

—Necesito las llaves de la suite —dijo Christina, impaciente.

—Lo siento, señorita. Su padre, el señor Alexei, ha dejado instrucciones de que no se le permita el acceso a ninguna de las habitaciones en nuestros hoteles —respondió el recepcionista con tono profesional.

—¿Qué? ¡Esto es ridículo! Iré a un hotel de la competencia —dijo Christina, furiosa.

Al salir del hotel, encontró a Nikolay esperando pacientemente junto a su auto. Sin decir una palabra, abrió la puerta del baúl y cargó nuevamente las maletas. Christina, aún enojada, se subió al auto y Nikolay la llevó a otro hotel, esta vez de la competencia.

Al llegar, Christina intentó registrarse, pero descubrió que sus tarjetas de crédito no funcionaban; todas estaban en cero. Frustrada y humillada, salió del hotel y encontró a Nikolay esperándola una vez más. Sin decir nada, abrió el baúl y cargó las maletas otra vez. Christina, llena de ira hacia su padre, se subió al auto.

Mi Reino por un Amor©© (COMPLETA✓)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora