Aquella mañana de primavera, el sol comenzaba a asomarse por encima de los edificios señoriales de Madrid, iluminando con su luz dorada las fachadas impecablemente conservadas.
En la casa de los Bona, una mansión de estilo neoclásico, el día empezaba con la rutina estricta y meticulosamente planificada que caracterizaba la vida de la familia.
Juanjo se despertó temprano, como de costumbre, al sonido puntual del despertador a las siete en punto. Tras una breve ducha, se vistió con la precisión que su posición exigía: camisa blanca impecable, pantalones de vestir y zapatos pulidos. Cada mañana era un ritual, una serie de acciones automatizadas que cumplía sin cuestionar.
Bajó al comedor, donde su madre, Pilar, una mujer de porte elegante y mirada severa, ya había dispuesto el desayuno. La mesa estaba cubierta con una amplia variedad de alimentos: tostadas, fruta fresca, embutidos y una jarra de café humeante. Su padre, el coronel Fernando Bona, leía el periódico en silencio, su figura imponente dominando la estancia.
"Buenos días, padre. Buenos días, madre," saludó Juanjo con cortesía, tomando asiento y sirviéndose una taza de café.
"Buenos días, hijo," respondió su padre sin apartar la vista del periódico. "Recuerda que esta tarde tenemos el acto. Es importante que estés presente."
"Sí, padre. A las seis, lo recuerdo," contestó Juanjo, reprimiendo un suspiro. Las recepciones y eventos sociales eran parte de las obligaciones que venían con su apellido, pero a menudo sentía que eran una carga pesada de llevar.
Tras el desayuno, Juanjo se encaminó a su habitación para organizar el día y preparar los trabajos que debía entregar durante la semana.
Transcurrió una hora y media, tal como indicaba su clásico reloj de oro de pulsera.
Con todo listo según lo planeado, recogió sus libros y se preparó para dirigirse a clases. Aunque sus estudios de historia en la Universidad Complutense de Madrid habían sido sugeridos por su familia, se habían convertido en un refugio intelectual para él, un espacio donde exploraba el pasado y desentrañaba los mecanismos que habían moldeado el presente.
Antes de salir, Juanjo se detuvo un momento en el salón. El comedor de la casa de los Bona era una estancia amplia y luminosa, con grandes ventanales que dejaban entrar la luz del sol, reflejándose en el suelo de mármol pulido. En una de las paredes principales, cerca de una ventana que ofrecía vistas a los cuidados jardines exteriores, se encontraba el piano de cola.
El piano, un majestuoso instrumento de ébano con detalles dorados, se erguía como una pieza central, aportando un toque de elegancia y sofisticación a la habitación. Su tapa, levantada con delicadeza, revelaba las cuerdas y martillos bien cuidados, listos para llenar la casa con su melodía.
Juanjo se acercó y, sin siquiera sentarse en la banqueta, empezó a tocar con cuidado una pequeña progresión de acordes. Lo hacía con una mezcla de temor y emoción, como si estuviera cometiendo un acto prohibido.
"Juan José, ¿no tienes que ir a clase?" La voz seria de su padre resonó desde la puerta, interrumpiendo el momento. "Déjate de tonterías con el piano y apúrate."
Sobresaltado, el joven se giró y asintió con resignación, obedeciendo sin más.
Cruzó la puerta de la mansión y se dirigió a la estación de metro más cercana. El contraste entre su entorno lujoso y la vida de la ciudad era siempre un choque, pero uno que apreciaba por la sensación de anonimato que el metro le ofrecía. Pese a que tenía la opción de ser llevado a la universidad por el coche oficial familiar, él prefería hacerlo de esta manera, para tener un momento para sí mismo.
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Entre el amor y la ley
RomanceA mediados de los años 70, mientras la dictadura en España se tambalea, dos jóvenes de orígenes opuestos ven cómo sus destinos se entrelazan. Juanjo, el hijo de un estricto coronel del ejército, ha sido criado bajo la disciplina y las normas del rég...