Capítulo 2: Soneto de la dulce queja

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TW: Homofobia

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Juanjo se ajustó el nudo de la corbata con un suspiro resignado antes de salir del coche oficial, un reluciente Seat 1500 negro que su familia usaba para los eventos importantes.

El coronel Fernando Bona, sentado a su lado, imponente en su uniforme militar, lo observaba con severidad.

"Recuerda, Juanjo, este acto es importante. No quiero que nada estropee la imagen de nuestra familia," dijo su padre, con voz firme y autoritaria.

"Sí, padre. Lo entiendo," respondió Juanjo en tono neutral, intentando ocultar su desagrado por el evento.

Se bajaron del coche y se encontraron frente a la Plaza de Oriente, llena de banderas y decoraciones patrióticas. La élite de Madrid se había congregado para el acto, que contaba con la presencia de altos funcionarios del régimen, militares y figuras destacadas de la sociedad. Los murmullos de la multitud se mezclaban con la música solemne de la banda militar que daba inicio al evento.

Juanjo caminaba al lado de su padre, saludando cortésmente a los conocidos que se acercaban. Aunque intentaba mantener una actitud serena, no podía evitar sentir una creciente ansiedad por lo que estaba por venir. Los actos oficiales siempre le producían una sensación de asfixia, un recordatorio constante de las expectativas y responsabilidades que pesaban sobre él.

Finalmente, el momento llegó. El Ministro del Interior, un hombre de aspecto severo y voz resonante, subió al estrado. La multitud guardó silencio mientras él tomaba la palabra.

"Queridos compatriotas," comenzó el ministro, "hoy nos reunimos para reafirmar nuestro compromiso con los valores tradicionales que han hecho grande a nuestra nación. En tiempos de cambio y modernidad, es más importante que nunca mantenernos fieles a nuestras raíces y a nuestras convicciones."

Juanjo intentaba prestar atención, aunque su mente vagaba entre pensamientos dispersos. Sabía que el discurso seguiría el mismo guion de siempre: patriotismo, unidad y una defensa a ultranza de los valores tradicionales. Mientras su mente divagaba, las palabras del ministro se deslizaban como un murmullo distante, hasta que una frase resonó con fuerza y lo sacó de su ensueño, atrayendo toda su atención de vuelta.

"Es nuestra responsabilidad," continuó el ministro, "proteger a nuestra sociedad de influencias destructivas y peligrosas. La Ley sobre Peligrosidad y Rehabilitación Social, que tan sabiamente implementamos, es una herramienta esencial para corregir los defectos observados en el sistema y para reeducar y rescatar al hombre para la más plena vida social."

El ministro hizo una pausa, mirando a la audiencia con una intensidad que hizo que Juanjo se estremeciera.

"Debemos ser vigilantes, no solo en nuestras acciones, sino también en las de aquellos que nos rodean. La homosexualidad, ese vicio abominable, debe ser erradicada. Aquellos que practican tales desviaciones deben ser perseguidos y sometidos a tratamiento con todo el rigor de la ley."

Juanjo sintió un nudo formarse en su estómago.

"Os animo a todos," continuó el ministro, "a que denunciéis cualquier caso de homosexualidad que conozcáis. Es un deber patriótico, una responsabilidad hacia nuestras familias y nuestra nación."

Los aplausos de la multitud resonaron en la plaza, llenando el aire con un estruendo de aprobación. Juanjo se unió a la ovación, pero su entusiasmo era claramente forzado. Mientras sus manos golpeaban mecánicamente, su mente estaba a kilómetros de distancia. Algo en el discurso del ministro lo inquietaba profundamente, despertando en él un malestar que no lograba comprender del todo.

Entre el amor y la leyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora