Capítulo 3: Verdad

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...

Unos días después, un sábado por la mañana, Juanjo se levantó temprano como de costumbre. La luz del sol apenas comenzaba a filtrarse por las ventanas de su habitación, dibujando sombras suaves en las paredes. Se desperezó lentamente, estirando los brazos por encima de la cabeza, y se quedó un momento mirando el techo, disfrutando del silencio matutino.

Se levantó de la cama con movimientos tranquilos, cuidando de no hacer ruido para no despertar a sus padres. Abrió su armario y eligió una camiseta de algodón gris y unos pantalones de chándal azul marino. El tejido suave y cómodo le proporcionaba una sensación de libertad, perfecta para una mañana en la que no tenía responsabilidades que cumplir. Se puso un par de calcetines gruesos para mantener sus pies calientes en el suelo de madera del salón.

Antes de dirigirse al salón, Juanjo pasó por la cocina. Era demasiado temprano y el servicio aún no había llegado, así que se preparó él mismo una taza de café, disfrutando del aroma fuerte que llenaba la habitación. Mientras esperaba que la cafetera terminara su trabajo, miró por la ventana, observando cómo el vecindario despertaba lentamente. El cielo estaba despejado, prometiendo un día soleado y tranquilo.

Con su taza de café caliente en la mano, Juanjo se dirigió al salón, donde lo esperaba su querido piano. Con la cantidad de trabajos que había tenido últimamente, no había encontrado un momento para tocar en dos semanas, y sentía una necesidad enorme de acariciar y percutir esas teclas, como si de un síndrome de abstinencia se tratara.

Cerró la gran puerta que daba entrada a aquella estancia, colocó la taza de café en una mesa lateral y se sentó en el banco del piano, ajustándolo hasta encontrar la posición perfecta. Levantó la tapa del teclado, dejando al descubierto las teclas de marfil que brillaban bajo la luz del sol. Sus dedos temblaban ligeramente por la emoción contenida mientras recorrían la superficie lisa y fría de las teclas.

Las primeras notas que tocó fueron suaves y delicadas, probando el sonido del instrumento. Pronto, sus manos comenzaron a moverse con mayor seguridad, deslizándose por el teclado con una naturalidad asombrosa. Tocaba una composición propia, una melodía que había empezado a escribir hacía meses pero que nunca había tenido tiempo de finalizar. Las notas fluyeron de sus dedos con una naturalidad asombrosa, como si cada una de ellas estuviera esperando ser liberada.

El tiempo parecía detenerse. Las horas pasaron sin que él lo notara, completamente absorto en las melodías que lo envolvían. No había pasado tanto tiempo seguido tocando desde que era un niño, y en ese momento, se sentía completamente libre.

Finalmente, dejó que las últimas notas se desvanecieran en el aire. Abrió los ojos lentamente y se dio cuenta de que estaba sonriendo. Sentía una serenidad y una satisfacción que no había experimentado en mucho tiempo.

Juanjo escuchó un ruido detrás de él y se giró para ver a su madre observándolo desde la puerta del salón, maravillada y orgullosa.

Llevaba una larga bata de satén y el pelo recogido perfectamente con unos rulos, lo que indicaba que se había despertado hace poco.

"¿Os he despertado? Perdóname," se disculpó Juanjo, levantándose de la banqueta.

"No te preocupes, hijo. Ha sido un despertar muy agradable," dijo su madre con una sonrisa, mientras se acercaba a él. "¿De quién es la pieza? Suena genial."

"No es nada, es algo que estoy probando," dijo Juanjo con cierta vergüenza, rascándose la nuca.

"¿Lo has compuesto tú? Es precioso, Juanjo, qué maravilla," exclamó su madre, abrazándolo por la cintura.

Entre el amor y la leyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora