Capítulo 14: Llagas de amor

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Antes de entrar al garaje, Martin suspiró, sintiendo cómo la lluvia empapaba su cuerpo de pies a cabeza, arrastrando consigo la última ilusión de su relación con Guille. Miró su muñeca y ahí, como un recordatorio doloroso de lo que pensó que sería algo real, estaba la pulsera de cuero que Guille le había regalado. Sin pensarlo mucho, se la quitó y, con un gesto lleno de rabia y decepción, la arrojó al suelo. La pequeña pulsera cayó sobre el empedrado mojado de la calle, hundiéndose lentamente en el barro. Martin ni siquiera miró atrás.

Juanjo lo observaba desde la entrada del garaje de la casa, sabía que no era el momento de hacer preguntas. Sin decir nada, abrió la puerta del garaje, dejando que Martin entrara primero.

El garaje de la mansión de los padres de Juanjo era grande, ordenado y casi aséptico, como todo en esa casa. El suelo estaba cubierto de un hormigón liso y brillante, y en una de las esquinas descansaba un coche deportivo bajo una lona. Las paredes, pintadas de blanco, albergaban estanterías bien organizadas con herramientas que parecían nunca haber sido usadas, algunas cajas perfectamente etiquetadas y otros artículos ordenados de manera precisa. Cerca de una de las paredes, junto a una vieja bicicleta cubierta por polvo, un sofá de cuero negro estaba colocado con vistas al jardín, a través de una gran puerta de cristal. Aunque el espacio era frío y sobrio, el sofá ofrecía un respiro en medio de la tormenta que ambos estaban atravesando.

"Siéntate aquí, Martin," dijo Juanjo con suavidad, señalando el sofá. "Voy a por unas toallas y ropa para que puedas cambiarte."

Martin asintió sin hablar, dejándose caer pesadamente en el sofá. Su cuerpo temblaba por una mezcla de frío y dolor emocional. Se abrazó a sí mismo, como si eso fuera lo único que pudiera hacer para mantener intacto lo poco que quedaba de él. La ropa mojada se pegaba a su piel, y el frío se filtraba hasta sus huesos, pero el verdadero peso lo sentía en el pecho.

Juanjo salió del garaje y subió rápidamente por las escaleras de la casa, asegurándose de no hacer ruido para no despertar a sus padres. El silencio que reinaba en la mansión lo envolvía, pero en su interior, todo era caos. A su alrededor, los pasillos llenos de cuadros de artistas famosos y los muebles antiguos, colocados de forma impecable, eran el reflejo de un mundo donde todo tenía un lugar. Pero él no se sentía así. En su cabeza, nada estaba en su sitio.

Al llegar al baño, tomó un par de toallas grandes y secas. Antes de salir, se detuvo frente al espejo. El reflejo que le devolvió el cristal era uno que apenas reconocía. Se veía agotado, con los ojos hundidos y el rostro tenso, algo normal teniendo en cuenta un llevaba días sin dormir bien. La confusión y el miedo que sentía por dentro ahora también se reflejaban en su exterior. No quería enfrentarlo, no quería aceptar lo que cada vez era más evidente. Se apartó del espejo con un suspiro y fue a su habitación.

Allí, revolviendo entre los cajones, encontró algo de ropa para Martin: unos pantalones de chándal y un jersey cálido, lo suficientemente cómodos para calmar un poco el frío que lo envolvía. Mientras lo hacía, su mente no dejaba de girar en torno a los mismos pensamientos. Estaba intentando manejar todos los miedos y dudas que estaba experimentando últimamente, pero estar cerca de Martin solo hacía que se intensificaran.

Sin embargo, el estado en el que lo había encontrado, destrozado y vulnerable, le rompía el corazón y le hacía darle menos importancia a lo que sentía él y centrarse más en Martin. Todavía no sabía cómo manejar sus propios sentimientos, pero lo último que quería era que Martin sufriera.

Con la ropa en la mano, Juanjo respiró hondo y volvió al garaje, sintiendo el peso en su pecho volverse más denso a cada paso. Al entrar, vio a Martin, quien seguía encogido en el sofá, con la mirada perdida en el suelo. Todo su cuerpo parecía vencido, como si el mundo hubiera dejado de tener sentido.

Entre el amor y la leyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora