Capítulo 8: Balada interior

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como ya sabéis... ¡os leo!

...

La noche del cumpleaños de Martin, Juanjo no pudo pegar ojo. Después de abandonar el bar, se tiró en su cama, pero el sueño se le escapaba como arena entre los dedos. Cada vez que intentaba cerrar los ojos, la imagen de Martin, cargada de decepción, lo invadía. Se revolvía entre las sábanas, buscando una postura que le permitiera descansar, pero su mente seguía repitiendo los eventos de la noche, torturándolo con cada detalle.

El peso de la culpa lo oprimía con la fuerza de una mano invisible que le apretaba el pecho, dificultando cada respiración. Había mentido deliberadamente, impulsado por el temor de que su apellido hablara por él antes que sus propias palabras, como había ocurrido tantas veces en su vida. Siempre había deseado conocer a las personas sin ser juzgado, sin que el trabajo de su padre definiera quién era. Sin embargo, su historia familiar lo seguía como una sombra persistente, arruinando cualquier posibilidad.

Pero no tenía intención de justificarse; sabía que había sido un cobarde, una mala persona y un mal amigo, y no pensaba perdonarse por ello.

Bueno, dejémoslo martirizándose un poco. Sabemos que no ha sido para tanto, pero nuestro Juanjo tiende a ser un poco dramático. Además, al fin y al cabo, todo está todavía demasiado reciente.

Los días siguientes transcurrieron en una densa neblina de tristeza y confusión para él. Vagaba sin rumbo, como un alma en pena, a través de su rutina diaria, incapaz de encontrar alivio en nada de lo que hacía. Le sorprendía lo que la ausencia de Martin lo estaba afectando; en pocas semanas, Martin se había convertido en una compañía estable, alguien en quien confiaba y con quien realmente disfrutaba pasar el tiempo.

Aurora y Jimena lo vieron un día, sentado solo en una mesa de la cafetería, perdido en sus pensamientos, removiendo con desgana una taza de café que ya se había enfriado. Sus rostros se llenaron de preocupación al verlo tan apagado, tan diferente del Juanjo que solía llenar cualquier lugar con su energía y risa. Se acercaron con decisión, y sin darle opción a protestar, se sentaron a su lado.

"¿Qué pasa, Juanjo? Te hemos visto mejor," dijo Jimena con su tono característicamente directo, que dejaba poco margen para evitar la conversación.

Juanjo intentó sonreír, pero el gesto se quedó a medio camino. "Nada, chicas, solo... cosas mías."

Aurora, que era más observadora y paciente, no lo presionó, pero tampoco lo dejó solo con su tristeza. "Bueno, pues vamos a asegurarnos de que esas 'cosas tuyas' sean un poco menos pesadas hoy," comentó con una sonrisa cálida, mientras empujaba un pastelito hacia él.

A partir de ese día, Aurora y Jimena comenzaron a pasar más tiempo con él, casi sin darse cuenta al principio, pero luego, de manera deliberada. Lo "adoptaron", como solían decir en broma, asegurándose de que no se sintiera solo ni se dedicara a sobrepensar.

Aurora y Jimena comenzaron a buscarlo entre clases, a invitarlo a salir, e incluso a insistir en que se uniera a sus tardes de estudio en la biblioteca, donde las conversaciones y las risas siempre superaban al trabajo real. Al principio, Juanjo se mostraba reacio y cerrado, como si temiera dejar que alguien más se acercara. Sin embargo, poco a poco, comenzó a abrirse, descubriendo en Aurora y Jimena un refugio que no esperaba encontrar.

Con el paso de los días, Juanjo empezó a valorar cada vez más la compañía de Aurora y Jimena, a admirar su forma de ser: tan auténticas y sin pretensiones, sin las máscaras que tantas veces veía en otros. Se dio cuenta de que, aunque venían de familias con ideologías similares a la suya, con ellas no sentía la misma presión. Eran más abiertas, más sinceras... más libres de lo que él había imaginado posible.

Entre el amor y la leyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora