Capítulo 10: Perdón

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Adrenalina, norepinefrina, dopamina y oxitocina.

Son las hormonas que dan forma a la atracción, al deseo y al amor. Las fuerzas invisibles que nos empujan a buscar el contacto, a detenernos frente a la persona que de alguna manera altera nuestro mundo.

Martin, como cualquier ser humano, no era inmune a ellas.

El encuentro, al principio, fue casi imperceptible, un silencioso cruce de energías entre las estanterías de la biblioteca. Martin, absorto en las páginas de su libro, levantó la vista al sentir una presencia cercana, como si una corriente invisible lo hubiera obligado a hacerlo. Sus ojos se encontraron con los de Juanjo, que se encontraba al final del pasillo. En ese instante, algo en su interior se activó.

Adrenalina.

De inmediato, su corazón comenzó a latir más deprisa, notando como cada pulso se expandía desde su pecho hasta el resto de su cuerpo. Podía sentir cómo la tensión crecía, suave pero constante, en sus sienes y en la base de su garganta. Era una respuesta natural, automática, del cuerpo ante lo inesperado, una forma de alerta ante una amenaza emocional, ante algo que no había previsto. Su cerebro, inundado de adrenalina, lo preparaba para huir o para enfrentarse.

Las manos de Martin empezaron a temblar ligeramente. Trataba de controlar su respiración, de calmarse, pero fallaba en el intento. El aire a su alrededor parecía hacerse más denso, como si el espacio en la sala se comprimiera, percibiendo el pasillo más estrecho de lo que le había parecido antes.

Norepinefrina.

A medida que Juanjo se acercaba entre las estanterías, Martin sintió cómo cada uno de sus músculos se tensaba, como si estuvieran listos para actuar en cualquier instante. Su cuerpo, aunque preparado para la huida, se negaba a moverse, anclado en el lugar. La norepinefrina, esa hormona que agudiza los sentidos, lo envolvía en una hiperconciencia. Cada pequeño detalle a su alrededor se amplificaba: el eco suave de los pasos de Juanjo sobre el suelo de madera, el crujido casi imperceptible de las páginas que otros hojeaban, el zumbido constante de las luces fluorescentes. Todo a su alrededor cobraba vida, como si el mundo entero le pidiera que no dejara de prestar atención ni un solo segundo.

Su cuerpo continuó reaccionando a la cercanía cada vez mayor de Juanjo. Su piel se erizó, y los vellos de sus brazos se levantaron, activados por el sistema nervioso autónomo. Un cosquilleo sutil recorrió su espalda, descendiendo por su cuello hasta asentarse en su vientre. Fisiológicamente hablando su cuerpo había redirigido el flujo sanguíneo hacia los músculos y el cerebro, reduciendo el aporte al sistema digestivo, lo que provocó esa conocida sensación de incomodidad, popularmente descrita como mariposas en el estómago.

Dopamina.

Cuando Juanjo finalmente estuvo lo suficientemente cerca como para que Martin pudiera distinguir los pequeños gestos de su rostro, algo dentro de él cambió. La dopamina, la molécula que su cerebro liberaba como recompensa, lo inundó con una oleada de euforia. Era un subidón, ese cosquilleo de satisfacción que su mente asociaba inmediatamente con el mayor. Sentía una urgencia por mantener el contacto visual, por dejar que ese breve encuentro visual se extendiera, por sumergirse en la mirada de Juanjo por unos segundos más.

A pesar del enfado que sentía hacia él, el torrente de dopamina lo atrapaba en un ciclo placentero, adictivo, empujándolo a no apartar la mirada, a seguir ahí, congelado en el momento.

Oxitocina.

Entonces Juanjo sonrió. Fue una sonrisa pequeña, casi tímida, pero suficiente para que todo en el interior de Martin tambaleara. La oxitocina, la hormona del apego, entró en juego, suavizando la dureza de lo que habían vivido anteriormente. Esa sonrisa, esa mínima señal de reconocimiento, desató una cascada de recuerdos en Martin: las risas compartidas, las conversaciones en noches eternas y esa complicidad inexplicable que habían compartido.

Entre el amor y la leyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora