Cortinas

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Sirius no tenía cortinas en su dormitorio. Nunca las necesito, el exterior no podía verlo, no con el hechizo protector que había sobre Grimmauld Place. También había hechizos para que el sol no le fuera inoportuno. Por un largo periodo de tiempo no hubo necesidad de tener cortinas.

Le gustaba tener una libre mirada a la calle o al cielo. Las cortinas usualmente serían un estorbo, un inconveniente y nada más. No siempre podría levantarse y abrirla para dejar paso a la vida más allá de su casa. Había veces que solo llegaba y caía sobre su cama y ya no podía pararse. Era el efecto de los golpes demasiados fuertes y de los hechizos sin nombre, nada del otro mundo.

Esa noche había sido una de esas noches, su madre se enojó, su padre impartió castigos, golpes rápidos y eficaces, como los truenos y relámpagos que adornaban la tormenta nocturna que lo acompañaba en su desvelo.

No estaba tan mal, estaba en casa, tenía un buen cuarto y una buena cama. Y solo tenía sobre su cuerpo golpes y hechizos que no hacían más que entumecerlo, podría moverse a más tardar un día, no había nada de qué preocuparse. Podría estar peor, podría recibir castigos como los de Bella, maldecida con un cruciatus por cada nimiedad.

Sirius solo había recibido esa maldición una vez. Se había estado controlando desde entonces, no jugaría con su suerte, esa maldición era algo que no quería volver a recibir. Ni siquiera quería volver a escuchar su nombre, sin embargo, Bella la menciona cada vez le dirigen la palabra de forma poco amable, los amenaza con utilizar lo que los castigos le habían enseñado. Sirius pensaba que esa era la razón por la que se estaba quedando sola, nadie quería averiguar de lo que era capaz, no se arriesgarían.

Un rayo se divisó, lo sacó de sus recuerdos para recordarle dónde estaba, solo en su habitación, temblando de la ansiedad por una tonta tormenta. Sirius necesitaba  unas cortinas, cada rayo que veía era como si le cayera encima. Fue lo que Bella describió y lo que él mismo sintió cuando recibió el cruciatus. Una carga eléctrica que recorría toda su carne, mientras una línea de fuego se extendía en sus venas, le quemaba cada órgano, incluso los que no sabía que tenía; y una luz intensa se metía entre sus ojos, cegando y carbonizandolos. Quizá por eso su mirada se hizo más gris, dejando atrás el negro de la noche, para darle paso al gris de las cenizas que esa maldición dejo.

Otro rayo, un trueno y el mismo cielo lloró de dolor. Si tan solo Sirius se pudiera mover, él no quería ver más, no podía seguir reviviendo la sensación de esa maldición. Necesitaba esas cortinas, podría ir con James a comprarlas o decirle a Effie que le diera unas. Tal vez solo clavaría sus sábanas en las paredes, pero tendría frío y sentiría esa maldición, porque a pesar de que describiera la maldición como un fuego, en realidad, te dejaba con un frío anormal, como el de un muerto.

No entendía por qué le afectó tanto. No debería estar sollozando, solo fue una vez, Bella había asegurado que la maldición era peor la segunda, la tercera, la cuarta vez y así progresivamente. Debería estar agradecido que solo ocurriera una vez y que había sido un accidente, su madre se lo había jurado, no derramó ni una lágrima, pero su rota voz se lo aseguró "Tú padre no quiso hacerlo".

El recuerdo de sus madre convocó otro trueno. La maldición caía sobre su cuerpo una vez más, apretó los dientes, no quería gritar y molestar de nuevo a su madre, estaba intentado ser bueno.
Otro trueno, soltó un leve chillido. Nadie estuvo presente para su patética actuación, nadie se asomó, ni por accidente por la puerta. Otro trueno cayó, trayendo consigo otro recuerdo doloroso.

Su madre solía enviarle comida a forma de disculpa. Si la ofensa había sido leve, mandaba a Kreacher, de lo contrario ella misma entraría a la habitación y dejaría un plato de comida sobre su mesita de noche; luego se iría sin decir nada, ignorándolo, perdonándolo por ser un mal hijo. Su madre se había rendido con él hace mucho tiempo. Después fue Regulus quién dejaba la comida, nadie lo enviaba pero fingía que sí.

Ahora ni Kreacher, ni su madre, ni Regulus entraban en su habitación. Nadie venía a verlo, la única compañía era la tormenta, sin embargo, Sirius deseaba alejarla, quería estar totalmente solo, como merecía estarlo. No supo ni cómo, pero se levantó de su cama, tomó su varita y apuntó firmemente a las sábanas. Susurró un hechizo y antes de que cayera otro rayo o trueno las ventanas ya tenían cortinas.

Lástima que las cortinas no sirvieran contra el ruido. El trueno lo tomó desprevenido, Sirius gritó pensando que esa maldición tomaba como rehén a su cuerpo.

Nadie vino a ver qué le ocurría. Sirius superó solo su tormento y cuándo recordó como era respirar sin el peso de esa maldición lanzó un hechizo silenciador. La tormenta no lo alcanzaría, ni los recuerdos, ya no podían hacerle daño. Y ahora tenía unas hermosas cortinas como decoración extra.

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Atentamente Pan Espacial

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