Prólogo

149 12 2
                                    

Aquella noche no fue muy diferente a las demás

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Aquella noche no fue muy diferente a las demás. Cogí mi pequeña libreta junto a un farolillo, repuestos de velas y varios libros de la biblioteca. Leer por la noche no era lo ideal, pero me había acostumbrado a la tenue luz de los farolillos tanto que la luz de un día demasiado soleado me molestaba a la vista.

Cerré la mochila y eché un último vistazo a la biblioteca de mi casa. Mi familia era una de las pocas que conservaba libros sobre feéricos y Altos Fae —aunque en su mayoría fábulas viejas y cuentos de terror— y esa tarde había encontrado una reliquia empolvada y deshecha en el desván. Un libro tan viejo que la cubierta se caía y algunas páginas amarillentas y absolutamente delgadas se habían descosido y caído al levantarlo de su lugar. No pude leer el título, pero llegué a apreciar un "fae" escrito en letra cursiva antes de esconderlo todo ante la llegada de mi furioso padre.

Había muchas cosas que mi familia despreciaba de mí —mi afán por el polvo viejo siendo uno de ellos— y si hubiera sido pillada rebuscando información sobre feéricos probablemente me hubieran desterrado al otro lado del muro. Lo cual era comparable a las quemas de brujas.

Podía ser una persona peligrosamente curiosa, incluso hambrienta de información, pero no era tan tonta como los Hijos de los Benditos. Hubiera lo que hubiera tras ese muro lo descubriría a través de la lectura, no acciones.

Porque todos sabían que tras ese muro solo había muerte y, aunque a mis ojos la muerte tenía una belleza realmente cautivadora, preferiría vivir algunos años más.

Lo suficientes para leer y absorber toda la información de esa biblioteca.

Aprender, quizá, todo lo que pudiera sobre el otro lado del muro sin cruzarlo, me dije a mí misma escabulléndome de la guardia nocturna de mi casa al bosque, como cada noche.

Mi noctambulismo era solo otro de los muchos aspectos que mis padres despreciaban de mí. Habían intentado forzarme a un horario más "natural" encerrándome por las noches en mi habitación y programando actividades desde el alba hasta el anochecer sin espacio para que pudiera dormir fuera del horario nocturno.

No hace falta decir que nunca funcionó. Siempre fui incapaz de mantener los ojos cerrados cuando caía el sol. Había demasiadas estrellas para ver, sombras que apreciar o tiempo en soledad que disfrutar. Pero nunca desistieron. Acabé por crecer entre desmayos e intervalos inconscientes, todos de ellos durante las horas de sol.

Al llegar al lago más bonito del bosque, y uno de los más cercanos al muro, me acomodé apoyada en un árbol, siempre con un ojo vigilante a mi alrededor. Me gustaba el lugar, pero sabía de sobra que no era seguro.

Tras acomodar todo y encender la vela en su farolillo, saqué —con todo el cuidado que mis torpes manos supieron reunir— mi más reciente reliquia y la observé con amor.

Si tras ese muro solo había muerte, entonces yo aprendería todos los tipos que podrías encontrar allí y quién te los daría.

Después de todo aún si deseaba vivir algunos años más no tenía miedo de la muerte, de indagar sobre ella, hurgar, encontrar, descubrir sus horrores y su belleza. Quizá por todos aquellos sueños horribles que había tenido desde la infancia. Sueños que de tortura, muerte y sombras de los que alguna vez, muchos años atrás, me había sentido aterrada, pero en los que ahora podía encontrar la belleza que escondían. Bellas figuras entre las sombras, que parecían bailar con la muerte y dolor ajenos, acompañadas de súplicas y gritos desesperados. Sombras siempre acompañadas de brillantes cuchillos que parecían poder segmentar la luz —uno de ellos de mango oscuro destacando sobre los demás.

Una Corte de Muerte y SombrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora