Capítulo 5

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Esa mañana volví a soñar con tortura y sombras, y esta vez centradas en una criatura monstruosa de estatura alta, con garras en sus manos y varias hileras de dientes irregulares y puntiagudos en su boca

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Esa mañana volví a soñar con tortura y sombras, y esta vez centradas en una criatura monstruosa de estatura alta, con garras en sus manos y varias hileras de dientes irregulares y puntiagudos en su boca. También tenía alas, aunque menos bonitas que las que le había visto a los iliryos.

Soñé que su sangre era plateada y hervía, chisporroteando al caer en la nieve. Soñé con unas mazmorras ya conocidas. Lo vi hablar y, aunque no escuché sus palabras, parecía burlarse. Soñé que le rompían las piernas y le arrancaban las alas. Y aunque no pude escuchar nada de lo que dijo —las palabras demasiado bajas y distorsionadas y la imagen, como siempre, algo borrosa—, pude escuchar el dolor en su voz, distinguir la agonía contorsionando su cara.

Desperté antes de lo habitual, y más que aterrada estaba curiosa por la nueva criatura, demasiado emocionada por inmortalizarla —aún con mis penosas dotes artísticas— y escribir lo poco que sabía.

Y demasiado ensimismada en mis notas, no me di cuenta de cuando Feyre llamó para despedirse. Y cuando llegó a la hora de comer la casa estaba libre de inmortales, para mi desgracia.

Decidida a no desanimarme por la ausencia de mis nuevos —aunque efímeros— sujetos de estudio, decidí darme una vuelta por la biblioteca de la casa Archeron, y en busca de algo interesante para leer, encontrando varios libros viejos —aunque no tanto como mi tesoro perdido— que hablaban de fábulas viejas y de la guerra por la libertad de los mortales.

Para mi suerte, no me tope con Nesta de vuelta al dormitorio mientras cargaba libros que seguro que no le gustaría ver en mis manos.

Pasé las pocas horas hasta la comida tirada en mi cama —en alguna pose extraña que me permitía estirar los músculos de mis piernas para no perder la elasticidad de bailarina por la que tanto había trabajado, aun cuando ya no bailaba— mientras leía y apuntaba sobre aquella terrible guerra entre fae y mortales.

Más tarde, llamó a la puerta para invitarme a bajar a comer con ellas. Al parecer el servicio no volvía hasta la mañana siguiente y la menor de las hermanas presentes había cocinado y deseaba que las tres mujeres disfrutarán de la comida que ella se había esforzado en hacer, juntas. No tuve el corazón de decirle que no.

Al bajar, preparamos la mesa entre las tres, antes de sentarnos juntas a comer. Nesta en la cabeza, Elain en su derecha y yo—a regañadientes— a su izquierda.

Por mucho que no me gustase, ya sabía lo que me esperaba, y ciertamente no tardó en llegar.

—Entonces, ¿te has divertido? —La pregunta fue tirada al aire, ya sabía a lo que se refería, pero preferí fingir creer que se dirigía a Elain.

Puesto que Nesta rara vez me dirigía la palabra, Elain debió pensar lo mismo, pues respondió:

—¿Cuándo, exactamente?

—Le preguntaba a nuestra querida invitada —Alegó Nesta. Ciertamente nunca me había sentido más que una invitada molesta de estadía inconvenientemente larga en la casa Archeron.

—No entiendo la pregunta. —Respondí, intentando que me dejasen en paz.

—¿No era tu sueño? Conocer a esos... inmortales. —Dijo con desdén. Ignoré el tono, dispuesta a no ceder de nuevo al veneno de la mayor de las Archeron.

—Esos inmortales —Repito—. Sí, lo he disfrutado. Una visita inesperada, pero muy interesante. Y fueron bastante amables, a pesar de las circunstancias. —Podría ser socialmente torpe y haberme autoaislado durante meses, pero no había olvidado como presionar botones, pues siempre lo encontré especialmente divertido. Sabía que no debería presionar los de Nesta, pues era bajo su caridad que vivía ahora, pero no pude evitarlo.

Nesta respiro, absorbiendo el sentido oculto de mis palabras.

—¿De qué «circunstancias» hablas, exactamente? —Respondió mordaz.

—¡Oh, ya sabes! Tierras extranjeras, ambiente hostil... —Me estaba burlando, aguantando la risa como meramente podía. Nesta me repasó acuchillándome con sus ojos preciosos.

—Ambiente hostil —repitió ella.

—Claro, no es un secreto que los mortales desprecian a los de su clase. Cualquier parte de este lado del muro les resultaría hostil. —No me refería a eso, y ambas lo sabíamos. De todas formas, algo llamó la atención de Nesta.

—¿No te incluyes? También eres mortal, y te educaron en historia —Rebatió Nesta—. Sabes lo que nos hicieron.

—Claro, al igual que me he informado personalmente de esa época y sé que los mortales no lucharon solos por esa independencia, no hubieran podido ganar sin la ayuda de los inmortales que compartieron sus ideales.

—De nuevo usas la palabra «mortales» en tercera persona. —Siseo Nesta.

—No puedo incluirme en el grupo que odia a los inmortales. Seguro existen cosas horribles al otro lado del muro y no me atrevería a cruzarlo, pero ya hemos comprobado que no todos son hostiles y crueles. Yo siento más curiosidad que otra cosa. Y tampoco puedo incluirme en el grupo de personas que vivió 500 años antes de mi nacimiento, sería ridículo.

Nesta respiro ruidosamente ante mis palabras, que para ella eran traición.

—¿Por qué no te fuiste con ellos entonces, si tanto te gustan?

—No me has entendido. He dicho que siento curiosidad, no que me gusten. Mucho menos los conozco o tengo la confianza en ellos para confiarles mi vida en un terreno hostil. Soy curiosa. no tonta.

—Eso es discutible.

—Nesta, ya basta por favor —Suplico Elain, que se había ido empequeñeciendo conforme la discusión avanzaba.

No volvimos a hablar entre nosotras. Y, aunque no fue una comida agradable, me negué a retroceder en lo que sabía que era un avance en mi recuperación. Así que, sin saberlo, aquel pintoresco grupo de inmortales sentó un precedente que me impulsó a salir de mi autoaislamiento. Mejorando en mi curso de recuperación post traumática.

Aunque jamás pudiese volver a mirar al fuego.

Aunque jamás pudiese volver a mirar al fuego

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Una Corte de Muerte y SombrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora