1- Escape

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Lisa

—Mira Lisa, lo que puedo hacer —mi hermanita saltaba de trampolín en trampolín haciendo piruetas. Reíamos sin control viendo a nuestra pequeña divertirse. Laura siempre se había caracterizado por ser una niña enérgica y le gustaba provocar una sonrisa en la familia. Amaba a mi pequeña hermana y moriría si algo malo le pasara. 

Mi familia estaba conformada por mis padres, mi tía, el abuelo y nuestro perrito Lucas. Un pastor alemán que lleva en la familia desde que Laura nació. Hemos sido una familia unida desde siempre y eso hacía nuestros lazos incluso más fuertes. 

—Cuidado, Laura, te puedes caer -le advirtió mamá, observándola mientras volteaba la carne en la barbacoa

-¿Segura que está bien cocida? Digo, puede contener microorganismos viviendo en ella aún -dije, llevando una cuchara con Nutella a mi boca. Ella soltó una risa. Le apunté con la cuchara-. Háganle caso a la científica, luego no se lamenten -bromeé, haciendo que ellos rieran y volví a meter la cuchara dentro del pote de la Nutella ubicado entre mis piernas. 

-Sabes que luego te la vas a comer, Lisa, no hagas dramas -dijo mi tía sentándose a mi lado. Volví a llevar la cuchara a mi boca y la observé más detenidamente. 

-¿Tienes un grano en la nariz? -llevé mi mano hacia aquel grano tan feo que le estaba saliendo-. No te lo toques, por favor. Vamos a untarte una crema que tengo para este tipo de casos.

Le doy pausa a la grabación. Eso fue hace 5 años antes de que me eligieran como la jefa del laboratorio de virología. No era como tal mi rama, pero tenía algunos conocimientos. Había estado colaborando en varias curas para frenar el contagio del Covid-19 en el 2020. Fue una época bastante dura. Vi a muchos morir, a muchas familias aferrarse a la vida.

Laura ya tiene 16 años y mi tía es la única que viene a visitarme de vez en cuando. Mis padres han estado cuidando al abuelo, que actualmente padece de cáncer de hígado.

Escucho ruidos fuera. Deben ser ellos: los fleamantes, como los llamo. Seres con el único impulso de buscar algo de comer. Atacan a todo lo que se mueve, incluso he escuchado como algunos se comen entre sí. Grotesco. 

Tomo un cuchillo de encima de mi escritorio y me acerco a la puerta, sosteniéndolo con algo de fuerza. No tengo mucho miedo. ¿A quién voy a engañar? Sí, si tengo miedo. Mi cuerpo comienza a temblar y retrocedo, pegándome a mi escritorio. Dejo el cuchillo a un lado.

Me subo la manga derecha de mi suéter, viendo la mordida de uno de los fleamantes aun sin cicatrizar. Es raro que no me haya convertido en un ser de esos sin alma. No he presentado ningún síntoma, pero sí algunos en mi cuerpo. Tengo una mejor visión nocturna y soy más resistente al frío que reina en la instalación. 

Puede que el virus haya creado una mutación en mi ADN que me hace inmune a la infección. Ahora soy un tipo de Ellie Williams. "Genial" 

Miro mi título en la pared de mi laboratorio y luego hacia el cuadro sobre el escritorio, donde se presenta una foto de mi familia durante el último cumpleaños de Laura que pase con ellos. 

-¿Debo salir? -murmuro con la mirada fija en el cuadro de mi familia, como buscando algún tipo de respuesta. 

Mis manos tiemblan, solo soy una cobarde, una gran cobarde. 

No sé si la infección ya ha atacado a otros humanos fuera del laboratorio. Mi familia debe estar bien. Temo más por Laura, mi pequeña Laura y por el abuelo. Los extraño demasiado. 

Mi celular comienza a sonar sobre el escritorio. Lo tomo rápido y veo en la pantalla que es mi madre. ¡Esto es un milagro del cielo!

-¿Ma? ¿Están bien? -pregunto mientras me llevo el celular a la oreja. Escucho jadeos desde el otro lado de la línea. En 32 años de mi vida jamás me ha aliviado tanto escuchar su voz. 

-¿Lisa? Se escucha un poco mal -me dice y miro hacia las ventanas de cristal cubiertas por una cortina casi transparente. Los fleamantes caminan de un lado a otro tocando las paredes y eso me causa mal rollo.

-Estoy acá, mamá, me escondí en el laboratorio porque los caminantes han invadido las instalaciones -le digo mientras me acerco a las ventanas. Corro una de las cortinas y observo como un fleamante se come a otro. Hago una mueca.

-Hija, por favor, no salgas -su voz se escucha más agitada. La llamada se cae de momento. Miro mi celular y solo se muestra la imagen de fondo. 

-Oh, no -murmuro, apartándome de las ventanas. 

Dos fleamantes golpean la ventana de repente, haciéndome saltar. La sangre se queda pegada al cristal y solo puedo ver sus ojos cubiertos por una capa rojiza. Uno de ellos comienza a rasguñar el cristal, mientras su lengua cuelga de su boca. La pega al cristal y chupa el cristal como si fuera un dulce.

—Tengo que salir de acá, me volveré loca —camino de vuelta a mi escritorio.

Tomo mi bolso y lo abro. Agarro el cuadro de la familia y el cuchillo. Rodeo el escritorio y abro uno de los cajones: hay varias barras nutritivas y algunas latas de carne en conserva. Las guardo dentro del bolso. 

Un golpe en la puerta hace que me sobresalte. Necesito salir a toda costa de aquí. Tomo mi mochila. Guardo el cuadro familiar, el cuchillo que había tomado antes. Rodeo el escritorio y abro uno de los cajones. Saco varias latas de comida en conserva y dos botellas de agua que había agarrado en la cocina cuando comenzó el brote. 

Agarro el bate de aluminio junto al sofá. Creo que estoy lista. Tomo aire y miro hacia la puerta. Me encamino a abrirla. Tomo la manija, la giró suavemente y luego jalo hacia mí. No hay morir en la costa. Salgo al pasillo. Hay varios zombis a unos metros a la derecha. Comienzo a caminar en sentido contrario, no quiero tener que encontrarme con uno de esos. El pasillo es algo largo y las puertas a los laboratorios donde investigaban a las pulgas, están abiertos de par en par y las puertas están cubiertas de sangre. 

Un zombie se detiene a unos metros de mí. En su boca carga una mano a medio comer. Sostengo con ambas manos el bate, lista para atacar. El zombie camina hacia mí con paso apresurado mientras emite varios gruñidos. Camino hacia él y con todas mis fuerzas, muevo el bate hacia su cabeza estallándola contra la pared. 

-Bien, a seguir caminando -jadeo al sentir un dolor punzante en mi brazo. Dejo caer el bate, creando un sonido metálico que retumba aquel pasillo. Mala señal. Llevo la mano a la mordida de mi brazo. 

Miro hacia atrás. Los zombies miran con atención con sus bocas cubiertas con sangre. El más alto echa a correr hacia mí. Mi cuerpo se mueve por sí solo para escapar de la criatura. Miro hacia uno de los laboratorios pudiendo divisar unos tubos de ensayo en una bandeja. Me detengo y entro a la habitación. Cierro con seguro y miro los tubos de ensayo con un líquido marrón. Dejo el bate sobre una mesa. En una de las etiquetas de la bandeja dice: 

"Antídoto. Virus Flea" 

Tendré que llevármelo. Junto a la bandeja hay una caja médica mediana. La tomo y abro. Coloco cuatro tubos en cada espacio correspondiente. Los zombies golpean la puerta como buscando que les abra. Guardo la caja dentro de la mochila. 

-Bueno, es tiempo de irnos -camino hacia el bate, lo agarro y luego me dirijo a la puerta. Los zombies han dejado de tocarla. Espero que ninguno salte sobre mí. 

Abro la puerta algo rápido. Uno de ellos se gira hacia mí, gruñendo como un animal hambriento. Por la derecha vienen tres corriendo. Mierda. Miro hacia la izquierda: despejado. Echo a correr dejando atrás a esas criaturas. Solo quiero escapar. Quiero ver a mi familia. Quiero ver a Laura. Necesito verla. 

La Cacería ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora