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Laura

-¡Pedalea más rápido! -le grito a Anna mientras nos abrimos paso por las calles desoladas de la ciudad, seguidas por una horda de hambrientos zombies.

El sol va a ocultándose poco a poco, tiñendo el cielo de un color naranja con tonos rojizos.

Anna mantiene los dientes apretados y los ojos fijos en el camino. Pedalea más y más rápido. Las gotas de sudor corren por su rostro. También corren algunas por los laterales de mi cara. Los ojos me arden un poco por lo salado del sudor. Llevo la escopeta en alto, con la mirada sobre los zombies que nos acechan.

El gruñido de los zombies, cada vez más cercano, me hielan la sangre. Se pueden escuchar sus pesados pasos y el hedor nauseabundo que emana de la horda.

-¡Más rápido, Anna! ¡Más rápido! -le grito por segunda vez, apretando el gatillo del fusil, disparándole hacia los pies de un zombie. Este cayó y otros tropezaron cayendo sobre él.

Pero la horda sigue avanzando. Algunos zombies más rápidos, otros con movimientos bruscos y descoordinados.

-¡Hay uno ahí, a tu derecha! -le advierto apuntando con mi arma. Anna, sin mirar hacia atrás, gira el manubrio de la bicicleta, esquivando al zombie.

La ciudad, antes vibrante, se ha convertido en un laberinto de terror. Un campo de batalla donde la vida y la muerte se enfrentan entre sí.

Ya cansada, me aferro con fuerza al fusil. Mis dedos se encuentran algo tensos en el gatillo. En cada disparo suelto un grito de desesperación, en intento por detener la marea de muertos vivientes que nos persigue.

La bicicleta se mueve con un ritmo frenético, esquivando obstáculos, saltando sobre aceras rotas y atravesando calles llenas de escombros.

-Ya no puedo más, Laura -se queja Anna aflojando un poco la intensidad con la que pedaleaba hasta hace unos segundos

-¡No! ¡Resiste! Aún nos quedan un par de calles -intento alentarla y apunto hacia el zombie que va al frente. Uno gordo con un diente de oro que se asoma entre sus labios putrefactos.

-¿Vives en un barrio de gente rica? -pregunta Anna, viendo las casas que parecían mansiones y con jardines llenas de flores blancas ahora pisoteadas por los zombies que caminan de un lado a otro.

-Luego te diré -tomo aire y disparo dos veces hacia la cabeza del líder de la horda. Las balas surcan el aire e impactan en su cabeza, haciéndolo caer al suelo.

Algunos zombies caen sobre el gordo, retrasando el caminar de los demás.

Llegamos a una casa de fachada blanca de dos plantas con un amplio jardín y un columpio atado a un árbol de cerezos.

-Anna, debemos bajarnos aqui -digo con el rostro empapado en sudor.

Anna, con un suspiro de cansancio, detiene la bicicleta. Miro hacia los zombies quienes parecen desconcertados mirando hacia los lados, en busca de sus próximas presas.

-¿Vives aquí? -dice mirando todo con sorpresa. Me río mientras camino hacia la puerta principal-. Vamos, es una casa muy bonita

-Papá la compró cuando nací, vivíamos en otra ciudad antes -saco la llave de mi mochila y la meto en la cerradura, girándola hacia la derecha.

Abro la puerta y entramos rápidamente para que los zombies no nos vean. Cierro la puerta. Mamá viene por el pasillo limpiándose las manos con un paño

-¿Quien es ella, hija? -pregunta con cierto recelo.

-Tranquila, madre, ella es Anna -palmeo el hombro de mi acompañante, la cual le concede una sonrisa nerviosa.

-Bienvenida, entonces, preparé macarrones con queso, por si tienen hambre -mamá me mira y parece algo preocupada. Se da la vuelta y regresa a la cocina.

-Ven, vamos a lavarnos las manos -miro a Anna-, mamá odia que nos sentemos a comer recién llegando de la calle.

-Asi era mi madre -dice con un tono de tristeza en su voz. Pongo una mano en su espalda y la acaricio un poco.

-Anda, vamos, debemos igual descansar para mañana ir a buscar a tu hermana -la aliento y nos dirigimos al baño de la planta baja.

Un par de horas después, la noche cayó al fin. Los zombies a esta hora son un poco más activos. Mamá fortificó con ayuda de Anna las puertas y ventanas, mientras yo me duchaba. Anna al parecer le cayó bien y eso es bueno. Mamá apesar de ser un pan de Dios, es bastante desconfiada.

Agarro dos mantas y una almohada grande, y las llevo hacia la sala. Hablé con mamá para que Anna se quedara y ella accedió. Estaba preocupada por mi padre y la tía. Papá había ido a buscarle medicinas al abuelo.

Entro en la sala. Anna observa los cuadros colocados sobre la chimenea. Se gira hacia mi con uno de ellos en las manos.

-¿Ella es tu hermana? -pregunta colocando un dedo sobre Lisa. Ese día llevaba su bata del laboratorio y me tenía cargada. Había llegado luego de un largo día y papá quiso tomarnos una foto. Apesar de estar cansada, me cargó y me subió a sus hombros. Me sentía feliz, llena de energía y le dije que nos tomáramos la foto frente al árbol de cerezos.

-Tenia 7 años en ese entonces -dejo las mantas sobre el sofá. Camino hasta ella, tomando el cuadro. Paso un dedo sobre el rostro de mi hermana-. Siempre hacía nuestros días más felices -mis ojos comienzan a cargarse de lágrimas y abrazo el cuadro.

-Sé que la verás pronto. Dijiste que tu tía había ido a buscarla, ¿No?-siento como frota su mano contra mi hombro. La miro asintiendo.

-Pero tengo miedo de que no la encuentre y le pase algo a la tía -suspiro profundamente para calmar mis emociones.

-Por lo que veo ustedes son mujeres fuertes y van a hacerle frente a esto -intenta animarme. Me quedo mirándola a los ojos y una pequeña sonrisa se dibuja en mis labios-. Ahora vamos a descansar, tuvimos una tarde complicada

-Si, claro -le digo.

Dejo el cuadro en su lugar y me dirijo al sofá. Le entrego una de las mantas a Anna, y nuestras manos se contactan, creando una sensación diferente, una que jamás había sentido con nadie. Me aparto nerviosa y abro la manta para luego tenderla en el suelo. Ella agarra la almohada y nos acostamos sobre la manta. Coloca la almohada donde pondremos la cabeza. Me acomodo de un lado sin poder apartar la mirada de sus ojos. Tiene algo atrayente pero no sabría explicarlo.

-¿Listas, chicas? -mamá se detiene en la puerta, lista para apagar la luz

-Si, ma, hasta mañana -le deseo y ella acciona el interruptor, apagando las luces de la sala y al entrada de la casa.

-Hasta mañana, niñas -dice con voz suave y se marcha. Noto como la luz del pasillo se apaga. Miro a Anna.

-Descansa -ella extiende la sábana por encima de nuestros cuerpos y abrazo mi parte de la almohada, mientras cierro los ojos. El ajetreo de estos días me tiene muerta.

-Descansa, pecas -la escucho y me río. Es un bonito apodo.

La Cacería ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora