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Lisa

Aún no hablaba con el abuelo. Lo había visto dormir cuando subí al segundo piso. Mamá dijo que estaba bien y eso en cierto modo, me aliviaba.

Entro en mi habitación. Todo sigue en el mismo lugar en el que lo dejé. Mis cuadros sobre la mesita de noche. El equipo de laboratorio de juguete que papá me regaló a los 10 años sobre el armario. Las estrellas brillantes coladas sobre el espaldar de la cama. Todo.

Me acerco al espejo. Con lentitud y dolor me saco la camisa.

Mis ojos se encuentran  hundidos y apagados, con un tono azulado que no les pertenecía.

La piel de mis brazos, antes tersa y suave, está cubierta de manchas moradas oscuras, como hematomas extendiéndose sin control. Se sienten calientes al tacto, como si debajo de ellas la carne se estuviera pudriendo lentamente.

Mis dedos se desplazan hacia mi estómago, siguiendo la línea de mis costillas. La piel se ha desgarrado, dejando al descubierto una masa de carne desgarrada y amoratada. No es un dolor físico, es una sensación profunda, como si algo se estuviera rasgando desde dentro hacia afuera.

Me giro con dolor para observar las pequeñas alas. Parecen hechas de carne, huesos y piel deshecha, cubiertas de pústulas y venas pulsantes.

Me recuesto con dificultad sobre la cama. La visión es horrible, un recordatorio constante de lo que me está sucediendo. La infección ha tomado control de mi cuerpo, transformándolo en algo monstruoso, grotesco. Mi cerebro, a pesar de la confusión y el dolor, intenta aferrarse a la última pizca de razón. Me siento más y más cerca de perder la batalla.

Sigo siendo yo, o al menos eso creo, pero mi cuerpo, el único que conozco, se está convirtiendo en una monstruosidad que me aterra. ¿Cómo puedo luchar contra esta fuerza que me consume? ¿Cómo puedo detener la transformación que me está destruyendo?

Sigo mirando al espejo, con la mirada perdida en la imagen de la criatura que estoy destinada a convertirme.

Siento suaves toques en la puerta. Ordeno que entren y veo a Sara trayendo un vaso con lo que parece jugo de naranja.

—No pensé que la infección se propagaria tan pronto y de esta manera —cierra la puerta y se acerca, extendiéndome el vaso.

—Deberías estar camino a tu casa, con tu hijo —tomo el vaso y comienzo a beber lentamente.

—Ya casi me iba, quiero despedirme de ti —toma asiento a mi lado y me observa con una pequeña sonrisa. Apesar de mi apariencia y todo, ella sigue a mi lado.

—Creo que esta será la última vez que nos veremos —dejo el vaso sobre la mesita de noche y la miro, encontrándome con sus ojos marrones, los cuales comienzan a humedecerse—. Fuiste la mejor compañera de viaje

—Tu la mejor amiga de este mundo —sube sus manos hacia mis mejillas y me besa sin importar nada. Le correspondo tomando su menton suavemente. Es un beso suave, cargado de emociones y de cariño. Tal vez esto estaba destinado a ser así.

                                    °°°°°°°

Ver a Sara marcharse, fue algo triste pero al menos se que ella podrá verse con su familia. Eso es lo importante.

Salgo al pasillo dirigiéndome al cuarto del abuelo. Necesito verlo y hablar con el, reírnos y tal vez jugar a las cartas.

La puerta cruje al abrirse, y un débil rayo de luz se filtra en la habitación, iluminando la figura de mi abuelo en la cama. Lo veo ahí, con la mirada fija y vacía, la boca abierta en un mueca grotesca, revelando dientes amarillentos y afilados.

—Abuelo? —susurro con la voz ahogada y un nudo se forma en mi garganta.

Él no responde. Solo una leve mueca deforma su rostro, y una baba espesa se derrama por la comisura de sus labios.

Me acerco lentamente, con la mente en blanco. Una sensación fría me recorre la espalda, un miedo que me paraliza.

—Abuelo, ¿estás bien? —vuelvo a preguntar, con la voz temblorosa.

De pronto, su cuerpo se sacude con una fuerza inesperada, y sus dedos, antes tiernos, ahora se transforman en garras, afiladas y deformes.

Él se lanza hacia mí, con una ferocidad que no le había visto nunca. Sus ojos se han vuelto rojos, con una mirada salvaje y hambrienta. Sus dientes, amarillentos y afilados, se acercan a mi cuello.

—¡No! —grito, retrocediendo con fuerza.

Mi cuerpo se mueve por instinto, la adrenalina me invade. Empujo con todas mis fuerzas, logrando alejarlo de mi. Sus manos rozan mi piel, frías y húmedas, y un olor nauseabundo me invade.

—¡Abuelo, por favor! —suplico, con la voz rota.

Pero él solo se limita a gruñir, con los ojos rojos y llenos de rabia. Sus dientes se mueven con fiereza, buscando mi carne.

Lucho contra él, empujándolo con todas mis fuerzas. Sus manos, con una fuerza sobrehumana, intentan atraparme. La lucha se torna violenta, pero consigo mantenerlo a raya.

Mi mente se niega a aceptar lo que está sucediendo. Mi abuelo, el hombre que me cuidó, se ha convertido en una bestia, un monstruo que quiere devorarme.

—¡No lo hagas! —grito con la voz quebrada—. Eres mi abuelo, por favor...

Pero sus ojos ya no me reconocen. Solo ve un trozo de carne, un objetivo a devorar.

—¡Lisa! —escucho la mezcla de las voces lejanas de mi madre, padre y tía.

Continuo luchando con la fiera que tengo encima. Dos disparos calman los gruñidos de hambre del abuelo. Su cráneo es atravesado por las balas y queda sobre mi, sin una pizca de vida.

—¡Abuelo! —me aferro a su cuerpo entre lágrimas.

"Ve a salvar el mundo, mi niña"

Esa fueron sus palabras cuando me despedí de él. Ahora siento que condené a todos por no poder contener esta infección.

Merezco lo que me está pasando. Lo merezco totalmente.

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