Me despierto con la luz del sol entrando por mi ventana. Me doy la vuelta en la almohada recordando que hoy era sábado... Qué alivio. Ayer no fui a clase, no tenía los ánimos suficientes para salir de la cama y menos para ver a Juan. ¿Cómo puedo mirar al amor de mi vida a la cara sabiendo que nunca me corresponderá? Es demasiado para mi.
Martina me ha estado llamando y, aunque no le cogí todas las llamadas, hemos hablado algo ayer. Me da pena que esté tan preocupada, pero simplemente le mentí diciendo que me había puesto mala. Creo que se culpa porque me fui repentinamente... Qué mal.
Me levanto de la cama y voy a hacerme mi café matutino, aunque eran las dos de la tarde. Le echo la leche, derramándola por la encimera. Maldigo por lo bajo y busco algo para limpiar el estropicio cuando el telefonillo suena.
Me acerco con desgana para mirar por la camarita y ver quién es y no me lo puedo creer.
Ahí estaba Martina, jugando con su propio pelo nerviosa. ¿QUÉ HACE AQUÍ?
Tengo dos opciones: ignorarla y hacer como no estoy o contestar y decirle que se pierda por ahí.
Debe notar como se encendió la luz de la camarita que empieza a hablar, súper nerviosa como siempre.
-¡Hey! ¿Gabi, no? Espero que sea el piso correcto... Me dijo Juan que vives aquí.
-¿Qué haces aquí, Martina?- arqueo una ceja aunque sé que no lo ve.
-Como estabas mala te he traído un caldo de pollo...
No miraba a la cámara, pero podía notar que estaba roja como un tomate, seguramente de vergüenza. Me siento muy mal porque ha venido hasta aquí y ni siquiera estoy enferma de verdad.
-Vale, anda. Te abro.- Dije mientras le daba al botón rojo del telefonillo. Sentí un leve pitido y vi como pasaba.
Abrí la puerta y me apoyé en el marco. Escuchaba como el ascensor subía poco a poco y a cada segundo me sentía más nerviosa. ¿Qué me pasa? Invitar a alguien a casa se me hacía algo raro, el único que había venido era Juan, que se había pasado el finde anterior. No suelo invitar a mucha gente, solo a amigos cercanos... Supongo que Martina es la excepción.
Vi como la puerta del ascensor se abría, dejando ver a Martina. Estaba súper sonriente, como siempre. Ya me había acostumbrado a ver su estúpida sonrisa, pero verla otra vez después de unos días se sintió bastante reconfortante, como si la hubiera echado de menos o algo (qué estupidez). Se acercó a mi y extendió sus manos abriendo la bolsa para mostrar lo que había dentro. Era un brick de caldo de pollo del Mercadona. No pude evitar soltar una risita e invitarla a pasar. Charlamos un poco y me siguió hasta la cocina. Me avergüenzo un poco al recordar la que había liado con la leche, que seguía sin limpiar. Lo comencé a limpiar rápidamente mientras Martina se sienta en una de las sillas de la cocina, mirando todo a su al rededor. Aunque mi casa no es fea, tampoco es tan espectacular como para mirarla con la boca abierta. Verla así es hasta adorabl- eh... quiero decir, ridículo. Sí, eso. Parece tonta.
-Cierra la boca, que te van a entrar moscas.- Digo, arrepintiéndome al momento.
De todo lo que podía decir, ¿POR QUÉ TUVE QUE DECIR ESO? Martina me mira avergonzada, cerrando la boca.
Las dos soltamos una risa nerviosa. Esto es demasiado incómodo.
-Tu casa me gusta, es muy bonita.- Dice, rompiendo un poco ese ese bucle de risas incómodas, pero la tensión sigue flotando en el aire.
-No es nada del otro mundo.- digo mientras enjuago la bayeta y la dejo a un lado del fregadero. - ¿Quieres algo? ¿Un café?
Asiente, sonriendo de nuevo. Saco una taza y pongo en marcha la cafetera. No podía evitar sentirme un poco culpable por haberle mentido. Que se haya preocupado lo suficiente como para venir a mi casa personalmente lo hace peor. Bastante peor.
-¿Qué tal estás?- Pregunta Martina, interrumpiendo mis pensamientos. La miré por encima del hombro, solo para ver su cara preocupada. -Es que me daba palo seguir llamándote y tal, y no sé. Aquí estoy.
-Gracias por preocuparte, pero no hacía falta que vinieras. En serio.- devolví mi mirada a la cafetera, las gotas de café haciendo sonar un ritmo continuo.- Ya estoy mejor, la verdad. Solo fue una revoltura. ¿Tú qué tal? ¿Dejaron deberes los profes o algo?
Cambio de tema y la conversación fluye un poco mejor. La tensión parece desaparecer y, por increíble que parezca, empiezo a apreciar la compañía de Martina. Mientras le sirvo el café y me caliento el caldo de pollo que me trajo, criticamos profes, hablamos de exámenes y esas cosas.
Pasa un rato hasta que finalmente me siento y, para ser sincera, hablar tranquilamente con Martina es algo agradable. No me malinterpretéis, sigo prefiriendo estar con los tíos y tal, pero hablar con ella se siente un poco refrescante.
Un silencio agradable se forma en cuanto ella empieza a tomar su café. Lo bebé despacio, teniendo cuidado de que su pelo no se le meta en la taza. Tomo un sorbo de mi caldo cuando Martina rompe el silencio otra vez.
-¿Sabes? Me alegra que estes mejor de verdad. Desde la quedada del otro día, te he notado bastante... desanimada.- Mantiene su mirada en la taza, acariciando el asa con el pulgar.- Sabes que si ha pasado algo puedes decírmelo, ¿no? En especial si fue algo que yo dije...
Su expresión se vuelve algo más melancólica, lo que hace que sienta una punzada en el corazón.
No sé qué contestarle, ¿le digo la verdad?, ¿qué no fue nada? Ella definitivamente sabe que algo va mal y que no es que esté enferma. Parece que me lee la mente porque vuelve a hablar.
-No tienes que decir nada si no quieres, solo quería que supieras que puedes hablar conmigo de lo que quieras.- Y ahí vuelve esa sonrisa, que poco a poco me convence de que puedo confiar en ella. La dulzura con la que habla haciéndome querer compartir como me siento.
Supongo que, en realidad, no estaría tan mal, ¿no?
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