Marcus Acacius (Eternidad)

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Marcus Acacius --- Eternidad

Helvia y Marcus habían anunciado su compromiso ante todos luego de que el general regresara de una de sus encomiendas por parte del emperador. Nada podía salir mal... a menos de que una batalla en el coliseo cambiar todos sus planes.

Su presencia claro que era vanagloriada por todo el pueblo, así que los gritos anunciaron su llegada desde que estaba en el pequeño jardín con acceso a mi habitación.

Salí luego de ver a mi padre cruzar los pasillos para ir con el emperador, quien seguramente lo estaba recibiendo.

Me quedé detrás de una de las entradas hacia el palacio, observándolo, admirando la forma tan perfecta en la que esa armadura adornaba su cuerpo.

Pude ver como desviaba su mirada del emperador a un lado, cruzando con la mía. El gesto serio y de desaprobación por las cosas que seguramente le estaba diciendo y ordenando, desapareció. No podía gesticular frente a ellos tanto, pero sus ojos en pocos segundos me dijeron todo.

Mi padre al fin le había permitido a Marcus acercarse a mí, lo conocí cuando apenas era un soldado; me atrajo y cautivo al primer instante, pero por ser hija de un senador, necesitaba a alguien de alto rango para poder salir de la casa de mi padre.

Por todo el tiempo en el que Marcus peleo para ser general, nuestras miradas no metían y seguíamos ese juego de roces de mano, miradas a escondidas.

Ahora todo eso quedo atrás, podía estar cerca de él, sin necesidad de que mi padre reaccionara alejándolo.

—Puede retirarse, general Acacius— le dijo el emperador con un toque de molestia. Camino hacia otro lado, pero antes de darme la espalda, movió su cabeza haciéndome una señal para que lo siguiera.

Tomé otro camino y llegué a la habitación que siempre nos esperaba cuando él regresaba. Abrí la puerta y ahí estaba él, esperándome sentado en el diván a un costado de la ventana.

—¡Me alivia verte con bien!— mencioné logrando captar su atención. Volteó y sonrió complacido.

—¿Solo te alivia?— se puso de pie. Negué y corrí a sus brazos que ya me esperaban abiertos cuando se puso de pie, me impregné de él, de la tranquilidad que mi cuerpo sentía cuando estaba pegado al mío, de poder sentir la piel de sus manos en mi espalda —¿No me extrañaste ni siquiera un poco?— preguntó con voz baja.

—Con toda mi alma— respondí subiendo mis manos hasta su cuello, hasta poder sentir los rizos de su nuca. —Siempre temo que no vuelvas—

—Tengo un buen motivo para hacerlo— murmuro muy cerca de mis labios.

Me incliné para besarlo, no eran tantas las oportunidades que teníamos de hacerlo; pero siempre que entraban en contacto, sentía una gran electricidad recorrer todo mi cuerpo, miles de sentimientos que no sabía que existían, invadía todo mi ser.

—Esta noche, lo haré— susurró una vez que nos alejamos.

—¿Harás qué?—

—Le diré a todos que me casaré contigo— me acarició el rostro, mirándome con adoración. —Ya no quiero tener que amarte a escondidas— tomó mi mano y la llevó a su boca, centrándose en mi dorso —Deseo poder decirle a Roma, que estoy casado con la mujer más hermosa, que se merece el mundo y que yo lo voy a conseguir por ella. Por ti—

Sus labios empezaron a besar mucho más a fondo mi brazo, pasando por mi muñeca, mi antebrazo. Su vello facial me provocaba cosquillas, pero también encendía muchas cosas en mi interior.

One Shots ---- Pedro PascalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora