PRÓLOGO

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Pov. Axel

–Declaro a Astrid, Astoria, Daphne y Axel Greengrass... inocentes de todos los cargos.

Fueron las palabras exactas que dijo el nuevo ministro de magia, Kingsley Shacklebolt, mientras miraba fijamente a mi familia y a mí, sentados en el banco de los acusados bajo la atenta mirada de todos los asistentes, incluidos miembros del ministerio.

Hizo sonar su mazo de madera contra la mesa dejando sellado su veredicto, el cual había sido pensado por todo el consejo del ministerio que había sido elegido para llevar a cabo los juicios tras la guerra mágica que había acabado hacía solo un par de meses o así.

Cerré los ojos y suspiré tranquilo por fin tras varias semanas de tortura, no por mí, sino por mi madre y mis hermanas que no merecían nada de lo que había pasado ni que se las juzgara  por algo que no habían hecho.

Al final, los únicos que habíamos actuado y que habíamos sido los criminales habíamos sido mi padre y yo. Todo para que ellas no tuvieran nada que ver en esta mierda... lástima que las arrastramos igualmente solo por ser nuestra familia.

El único condenado, después de todos los juicios que nos sometieron, había sido Garreth Greengrass, mi padre, pero era un precio asequible después de todo lo que nos había hecho pasar por aliarse con Voldemort.

Se lo merecía, para que nos íbamos a engañar... aunque yo también me merecía tener al menos un pequeño castigo por todo lo que hice. Había hecho muchas cosas horribles, forzado para sobrevivir o que mi familia lo hiciera, pero igualmente las había hecho.

No lo cambiaría porque hacer todas esas atrocidades en su momento significó que mis hermanas y madre no se iban a manchar las manos con sangre de otros magos o brujas. Sabía que ellas no podrían haberlo superado una vez hecho.

En cambio, yo podía vivir con eso, aunque fuera de mala manera por todas las pesadillas que tenía noche sí y noche también. Estaba mal decirlo, pero lo haría una y otra vez si con eso podía poner a mi madre y hermanas a salvo de todos esos monstruos sedientos de sangre.

Lancé una mirada a las gradas donde algunos amigos nuestros y espectadores que simplemente venían por satisfacción nos miraban fijamente teniendo distintas reacciones. Algunos con alegría en el caso de nuestros amigos, otros con asco y repulsión... había una mezcla de todo en aquella sala del ministerio.

Claro que no podía pedir otra cosa si las personas que habían venido como espectadores querían hacer justicia por sus amigos o familiares caídos en la guerra. En verdad no los culpaba de querer ver cómo mi familia se pudría en Azkaban.

Sin embargo, en medio de todas esas miradas furiosas y de odio, una sobresalió por encima de las demás llamando mi atención, pero cómo no hacerlo si esa misma mirada había sido la que siempre veía en mis sueños más bonitos cuando estábamos separados. Era marrón café con algunos destellos más dorados según se viera y según la posición de la luz cuando le reflejaba. Claro que también eran motivo de mis más grandes pesadillas.

Mantuve la mirada con aquellos ojos marrones y, como consecuencia, también mantuve la mirada con su dueña. Hacía bastante tiempo que no la veía porque había estado encerrado en Azkaban por si huía del país antes del juicio. 

Estaban muy bonitos, tanto sus ojos como la dueña de aquellos orbes cafés. Incluso con todo lo que había pasado en este tiempo seguía siendo tan hermosa como la primera vez que puse mis ojos azules en ella.

Pestañeé cuando mis ojos empezaron a picar con lágrimas. Recuerdos no dejaban de venir a mi cabeza sobre ella y yo cuando todo estaba bien... recuerdos que no iban a volver por desgracia para mi vida.

Segunda oportunidad (Hermione Granger)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora